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El fracaso como fuente de civilización y de cultura

La política nace, igualmente, de la conciencia que vamos a morir. En efecto, si bien es cierto que la polis nos pueden proteger de ladrones, fieras y enemigos que rodean la ciudad, es igualmente cierto que la muerte inevitablemente llegará.


En el pensamiento de Homero, de Tucídides y Pericles, es la conciencia de nuestros propios límites la que genera la política. En efecto, fuera de los muros de la ciudad, de la polis, reina el terror de los enemigos de la civilización y de toda la crudeza de la naturaleza hostil al ser humano. Si vivimos en la comunidad política es justamente para sobrevivir.



Más aún, los atenienses creían que éramos animales políticos para vivir bien, pues sólo en la polis se podían satisfacer las más altas de las necesidades intelectuales y espirituales. La conciencia de necesitar a los demás, al maestro, al médico, al estratego, obligaba a vivir en comunidad.



Constatamos lo que es la esencia de la condición humana: la búsqueda de la inmortalidad. No solamente somos animales que poseemos razón y discurso, es decir, logos: somos también animales mortales, pues al igual que todo el resto de los seres vivos nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Es el ciclo de la vida que el griego observa desarrollarse en la naturaleza. Pero a diferencia de todo el resto, el ser humano tiene conciencia de su finitud: sabe que va a morir.



La desgarradora certeza de nacer como seres que vamos a morir hace surgir la filosofía que tiene el color de los muertos, según Platón. Ello pues la filosofía es aprender a bien morir. Sabio es el ser humano que actúa teniendo cotidianamente presente que la vida humana es vanidad de vanidades. Por muy altos que sean nuestros orgullos y reales satisfacciones por lo que hagamos de nuestras vidas, la condición de toda la obra humana está tocada por la muerte.



La política nace, igualmente, de la conciencia que vamos a morir. En efecto, si bien es cierto que la polis nos pueden proteger de ladrones, fieras y enemigos que rodean la ciudad, es igualmente cierto que la muerte inevitablemente llegará. Los que derrotan los persas en Maratón serán muertos por una peste ignominiosa. ¿Qué hacer, entonces, cuando no tenemos el talante del filósofo que contempla la verdad o del religioso que busca la salvación del alma? La respuesta del griego es buscar la inmortalidad en los grandes hechos y en las grandes palabras. Hacemos de nuestras vidas algo digno de ser contado por el historiador o el poeta si nos ofrendamos a la grandeza de la polis.



La respuesta a la condición mortal del ser humano que dieron los atenienses puede ser muy distante de nuestras preocupaciones, particularmente si estamos de vacaciones tomado el sol y a lo sumo leyendo una buena novela de moda, tan ligera como efímera. Es lo que hacemos todos.



Pero lo que no podemos negar es la grandeza de su apuesta espiritual. Esa pequeña comunidad que vivió y murió hace más de 2 mil años y que nunca superó los 70 mil ciudadanos alcanzó la inmortalidad. Sócrates, Platón y Aristóteles son recordados y admirados como modelos de filósofos. Sófocles y Eurípides son leídos aún hoy. Y la historia nace con Heródoto y Tucídides. Su inmortalidad consiste en que su obra los sobrevivió.



La eternidad que no conoce principio ni fin y se ríe del tiempo está reservada a Dios: que la fe fundamente la creencia en la inmortalidad del alma. Pero el nacimiento de la política que derrotó a su muerte, como personas y como pueblo, sea reconocida en los atenienses.



Y tan alta historia fue escrita a partir de la conciencia de nuestros límites y del hecho que todo lo humano morirá. Y de ello se generó la política que creó el marco institucional que hizo posible esta hazaña.



Lo que hoy despreciamos, la política, hizo nacer civilizaciones. Y el miedo al fracaso y el horror a nuestros propios límites no nos debe paralizar. Por el contrario, hay que atreverse a volar alto. Si no podemos hacerlo solos, busquemos amigos y conciudadanos. Si sabemos que vamos a morir, hagamos de nuestra vida algo digno de ser recordado por nuestros hijos. Atrevámonos a pensar y actuar en términos de continentes y de siglos, como los griegos lo hicieron. Tales sueños democráticos de los griegos y republicanos de los romanos inspiraron a los chilenos de la independencia en 1810. Y ellos también sobrevivieron a su muerte. En tiempos de Bicentenario volvamos a recordarlos.



Si las armas son limpias, si los sueños son bellos, cumplamos con nuestro deber, salgamos a batallar, y que el resultado sea reservado a los dioses de los paganos y a la Providencia de los cristianos.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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