Publicidad

El dilema de Cuba


Debo confesarle a los lectores que opinar sobre Cuba constituye para mí un ejercicio conflictivo. En ese objeto, en un tiempo asimilable sin ambigüedades al nuevo socialismo, confluyen la totalidad de mis contradicciones políticas. Tratar de hablar de Cuba con honestidad, sin renegar de mí mismo, sin pasar a llevar mis convicciones sobre el socialismo es difícil, casi angustiante, porque exige desplegar en un espacio escritural muy restringido una serie compleja de argumentaciones.



Esto es así por la especificidad de mi historia política. Para socialistas y marxistas más jóvenes el tema no tiene la carga hamletiana que posee para mí, transformado ideológicamente por la admiración de esa revolución, especialmente por aquello que la hacía singular, diferente de la URSS, con la cual resolví tempranamente mis problemas de identificación. Al leer a Sartre, con la admiración de un discípulo juvenil, quedaron grabadas en mi mente sus palabras sobre los dramáticos sucesos de Hungría en 1956 y sus calificaciones despectivas, sin esperanzas, sobre la desestalinización de Kruschov, el invasor.



Pero Cuba ocupa otro espacio en nuestro imaginario de socialistas latinoamericanos. A mí nunca me influyó, como a generaciones de militantes de Venezuela, Perú, Bolivia hasta de Uruguay y Argentina, la tentación de la lucha armada. Sin embargo, en mi caso sí constituyeron una fuente de estímulo y reflexión los escritos y polémicas de Guevara sobre la necesidad de evitar los inevitables impasses a los cuales conduciría seguir un camino de desarrollo socialista semejante al soviético.



Por eso mismo, y también porque sigo creyendo en un socialismo transformador, se me hace difícil hablar de Cuba en el registro simple del inquisidor. Pese a todos los aspectos que me parecen criticables, que son muchos, Cuba sigue siendo un esfuerzo de revolución popular que no se realizó ni ha permanecido para enriquecer a unos pocos.



Es un dato de la causa que en Cuba existe el acceso igualitario a la salud y a la educación. Esto significa que aquello de lo cual están privados una gran cantidad de chilenos está disponible para todos los cubanos. Esos derechos humanos materiales, que definen la calidad de la vida, tienen en la isla un carácter universal. En el periodo «especial» y aun ahora ha habido en Cuba personas sin trabajo, pero no ha habido nadie a quien el Estado no le entregue los bienes básicos de consumo o no le permita acceder a la cobertura de salud y educación.



Al mismo tiempo existe una carencia total de derechos cívicos, entre ellos libertad deliberativa, de asociación y posibilidad de desarrollo de actividades privadas de educación o propaganda. Es decir no existe en Cuba actividad política, pues para que ella tenga lugar debe haber posibilidad de plantear alternativas respecto a fines. Cuba es un Estado de bienestar básico sin libertad política, por tanto es un estado socialista deformado.



No constituye un argumento válido que se diga que los que están de acuerdo con el modelo tienen amplios canales de participación. Para que exista política tiene que estar en juego el poder y éste debe reproducirse enfrentando siempre el riesgo de la competencia.



Es posible aceptar el argumento de los efectos de la guerra (fría y también caliente) que Estados Unidos desencadenó desde el principio de la experiencia. La situación de socialismo en un país aislado y el clima de «guarnición sitiada» que provocan el bloqueo y el acoso tienen enorme influencia en las insuficiencias detectadas. Pero caminar por esa senda argumentativa es muy peligroso. Un discurso parecido podía enarbolar Stalin.



Por supuesto que la situación interna de Cuba es seguramente mejor que la que existió nunca en la URSS. Pero eso no basta para hablar de un socialismo en forma. El ideal socialista no se agota en las funciones igualadoras del Estado de bienestar que en Cuba se cumplen. Esa aspiración sólo se realiza en la democracia de todo el pueblo.



En ese contexto, sin duda complejo, las vacilaciones que tiene el gobierno de Lagos sobre como votar respecto a Cuba no están a la altura del problema. Muestran una total falta de matices y una dependencia (para colmo más instrumental que ideológica) de la política de Estados Unidos. Lo que corresponde es dejar sentadas todas las reservas ideológicas y políticas y expresar las críticas a la falta de los derechos políticos, pero pronunciarse a favor de Cuba.



No solo están de por medio las razones morales relacionadas con la colaboración consecuente de Cuba en la lucha contra Pinochet y en la pacificación de la llamada transición. En primer lugar está el hecho que deben eliminarse los acosos que favorezcan aún más la consolidación en Cuba de las tendencias al cesarismo socialista. Deben realizarse gestos de confianza destinados a favorecer el descongelamiento de las ilusiones transformadoras y para la instalación de espacios de diálogo político aún antes del término del bloqueo.



Esa es la política que le correspondería a un gobierno con aspiraciones progresistas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias