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Payasadas de marzo


La mejor prueba de que el verano se fue, que ya no hay cómo engañarse intentando alargarlo en paseos de mediatarde, es la irrupción -qué digo: Ä„invasión!- de los parlamentarios en nuestra vida cotidiana. Es como un mazazo en la cabeza, un chirlo en la oreja que te dice: la placidez del verano se terminó, el ocio fecundo en ideas se acabó, ahora viene la aridez del año con sus penurias, miserias y limosneos.



Es un fenómeno similar a esos bichos alados, que salen en noches húmedas y calurosas a revolotear y, después, caen en la sopa al perder sus alas, llamados «termitas con alas», «hormigas voladoras», en Concepción «santiaguinos» y en mi familia «gringos pobres».



Sí: uno podría dar de manotazos, aplastar a unos cuantos, pero inevitablemente otro, cualquiera, gordo o flaco, con o sin alas, democratacristiano o no, se asomará por una rendija y reincidirá en su vuelo contumaz alrededor de la ampolleta.



No olvidemos, por lo demás, que de una alimaña similar viene la denominación de «parlamentarios polillas», a los que buscan, con impudicia, las luces de la televisión.



Resignación y naftalina, podría ser la consigna. ¿Bastará con eso para el año largo que se inicia?



El otro día, en pleno centro de Santiago, en la esquina de Ahumada con Huérfanos, un grupo de diputados se congregó para dar a luz una bancada de los derechos ciudadanos o algo así, una nueva patota que, concedamos, se ha interesado por algo altruista, pero que también elucubró algo para salir en la foto.



Los honorables, que cuando se trata de darse bombo no resguardan mucho su honorabilidad, se instalaron Ä„con pitos! para llamar la atención de los transeúntes.



Entiéndase: con pitos, no con palabras. En el ejercicio del soplido y no de la inspiración. No es un dato menor, habida cuenta que ya desde hace años las campañas se hacen primero con batucadas y caravanas de payasos antes que con programas o propuestas. Pareciera que hubiese una intención manifiesta en ocultar las verdaderas características del candidato, instando a votar por él por el show que lo acompaña más que por cualquier otra otra cosa.



Sin embargo, ese mediodía de la semana pasada, algunos ciudadanos de a pie se atrevieron a gritarles algunas cosas a los diputados. Cosas como devuelvan la plata, vayan a trabajar, ociosos y cosas así que, a fin de cuentas, parecen tan de sentido común en el caminar trabajólico de la esquina de Ahumada con Huérfanos.



Se dirá que ante epítetos así, lanzados desde la muchedumbre, no hay mucho diálogo que enhenbrar. Se agregará que el chileno, en ocasiones como esas, es medio cobarde y no encara. Todo eso es cierto. ¿Pero no será también una expresión de hastío, de fastidio, ante tanta iniciativa mediática?



Por lo demás, se supone que los diputados están para preocuparse de los derechos de los ciudadanos. ¿Para qué si no? Bueno, no faltará el que saque la lista: también están para salir en la foto, cazuelear en los comedores del Congreso, empinar en los cócteles, anudarse las corbatas y parlotear cuando se presente la ocasión.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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