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Perro progresismo


Al progresismo del nuevo milenio le viene como anillo al dedo un movimiento filosófico de los más importantes en la historia antigua y presente. Le es completamente congruente, cómodo, renovador y contribuyente.



Ese movimiento fue fundado en la vieja y noble Grecia por Diógenes, cuyo precursor fue Antístenes, un discípulo de Sócrates. A este movimiento se le llamaba y se le llama Kynikós, cuya traducción literal del griego es perros.



Surgido en la Grecia clásica, recibido en la Roma Imperial, manifestado con fuerza en el Renacimiento y con variadas expresiones en la Epoca Moderna, atravesó la historia y la cultura occidentales y llegó remozado y vigoroso a nuestros días. Viajar del ágora a un planeta hiperconectado es un camino largo para cualquier orden de ideas; sobrevivir, una gracia; mantener su frescura, un milagro olímpico.



Los perros han escandalizado a todas sus sociedades por su radical idea sobre la libertad y por sus actitudes transgresoras y contestatarias. Sus formas de expresión favoritas, todas de un ácido humor, han sido las parodias, las diatribas, lo burlesco, las sátiras y chistes.



Lo perruno se genera en inteligencias extraordinariamente lúcidas y deviene inmediatamente en filosofía popular, pragmática, de debate y combate verbal, en ejercicios lúdicos, en ocasiones deliberadamente procaz, desenfadada y despiadada, punzante e irónica, que interpela al sentido común, lo obvio, lo irreverente. En lenguaje serio-cómico contradice lo tradicional, lo ritual y lo solemne.



Dondequiera que se instale el poder, como quiera que se internalice una forma cultural que contradiga lo natural, allí irrumpirán los perros con sus sentencias, desparpajo, burlas y anécdotas, atacando «la seriedad de las convenciones más respetables de la moral dominante» (ya se ve cómo para una sociedad pacata y conservadora como la nuestra se requieren perros de todas las razas que ladren el discurso progresista).



Todos los pensadores kynikós (perros) en todos los tiempos tienen un sentido de lo humano, y un aprecio por su dignidad personal e integridad a toda prueba. Son humanistas e íntegros, qué duda cabe, y simultáneamente ácidos, desvergonzados, subversivos y transgresores.



Tanto ayer como hoy este tipo de pensamiento puede resultar extremadamente peligroso para quienes lo expresen. Nerón, Vespasiano y Domiciano, tres emperadores que se las traían en su imperio (quizá tanto como nuestros contemporáneos Reagan, Bush y Blair en el suyo) terminaron cortando por lo sano con la llamada oposición filosófica de sus épocas. Quemaron sus libros, Nerón expulsó de Roma al kúon (perro) Demetrio, Vespasiano los azotó y decapitó y Domiciano (mire usted cómo uno se entera dónde se aprenden malas costumbres) exilió a cuanto filósofo se le puso por delante.



(De todas maneras me disculpo con Domiciano por comparar a un verdadero emperador con un tiranuelo de cuarta que le imitó en un rincón perdido del imperio actual).



Nuestro progresismo criollo de nuevo milenio, (luchando a tropiezos y titubeos por divorcio y píldoras del día después, arrinconado en el The Clinic y esperanzado en El Metropolitano) (con un país con praxis de libre opción sexual sólo clandestina) (atónita por un ex almirante de nuestra orgullosa Armada Nacional que en seis meses sólo cambia el sueldo por la dieta) (enfrentado a un partido nacional-gremialista en el primer lugar de las preferencias ciudadanas) (con una iglesia católica que ya perdió de vista al santo Raúl y se mimetiza en la imagen del Papa, sea en los balcones del Vaticano o de la Moneda saludando junto a Pinochet) (con una masonería que vuelve al debate público sin antes pedir 17 veces perdón) éste, nuestro progresismo criollo, tiene mucho que beber de los cínicos de siempre, inmensos, arrogantes, inclaudicables, procaces, irreverentes, serios, profundos, mordaces, en fin, hombres y mujeres capaces de vivir en minoría o en mayoría, pero con sus ideas, valores y actitudes incólumes. En o fuera del poder, nunca ha de perderse la integridad y menos la dignidad.



Seamos perros, kinikós, cynicus (como se dice el latín) cínicos (en buen castellano). Total, el discurso progresista y cínico, para tranquilidad de muchos de nosotros, no es incompatible con el plácido goce de los bienes que nos proporciona la buena vida burguesa en la aldea global.



Y por favor que nadie se atreva a acusarme de cínico por este último comentario, pues la respuesta sería sencilla: honor que me hacen.



* Guillermo Arenas es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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