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El republicanismo, en busca de una tradición olvidada

La libertad de los republicanos no es la que dice «yo puedo hacer lo que quiera con tal que no dañe igual derecho del otro». La libertad democrática consiste en la participación activa y constante en el poder colectivo.


Desde las elecciones parlamentarias de 1997 en adelante, el malestar ha cundido en las filas concertacionistas. Hay agotamiento anímico que se ha expresado en una merma en el apoyo electoral. Se siente que el rumbo, la mística y las ganas de actuar en concierto se han extraviado. Incluso cuando la Concertación gana elecciones, es como si las perdiera. Quedan cuatro años de gobierno, pero la ceremonia del adiós es una afirmación que amenaza con convertirse en profecía autocumplida.



Ä„Parece que no somos felices! Don Enrique Mac Iver nos sigue penando.



Ello se sustentaría en los 12 años que lleva la Concertación gobernando. ¿Qué más puede ofrecer? La idea de la alternancia en el poder ralea las filas oficialistas. No importa que esa alternancia signifique concentrar todo el poder político, económico e ideológico en manos de la derecha, y que llegue al poder el negativo de todo lo que el gobierno representa.



Pero hay otro problema crucial a estas alturas. ¿Qué ideas representa la Concertación?



Las ideas en política importan, y mucho. Y sin líderes intermedios capaces, leales y con ideas claras, no hay coalición política que resista ni pueblo que lo aguante.



La UDI, en tanto, ha logrado hegemonizar a toda la derecha, y su discurso y prácticas aparecen como expresión de sentido común. «La política es mala». «Si usted no se las arregla solo, nadie lo hará por usted». «Esté quien esté en el poder, mi vida sigue igual».



La UDI es un movimiento político que expresa tres ideologías encontradas: liberalismo económico, conservadurismo cultural y autoritarismo político. Y estas tres ideologías vienen acompañándonos desde el inicio de la república chilena. De ahí su fuerza.



La Concertación, por el contrario, se muestra temerosa a la hora de decir quién es. Y es heredera del republicanismo que surge en Chile entre 1810 y 1823. Porque, seamos claros, no se puede pensar seriamente en el Segundo Centenario sin recordar las promesas fundacionales de 1810. De ahí la insistencia en personajes históricos, como Bernardo O`Higgins.



Sé que esta forma de plantear las cosas llama la atención. Mal que mal, la cultura actual vive obsesionada con el futuro y le cuesta pensar en el pasado. Lo que es antiguo es malo y lo joven es bueno: ésta es la consigna que nutre nuestras mentalidades. ¿Qué tenemos que ver con 1810? Sin embargo, buena parte de nuestros comportamientos e ideas de hoy se explican con relación al pasado, y no solo a la lucha de intereses del presente o de visiones de futuros gobiernos.



Estamos seguros que en la tradición republicana, la de 1810, se encuentra un punto de inflexión y de acción que llama a enfrentar a la UDI en uno de sus campos de batallas más exitosos: la acusación que la Concertación expresa la corrompida, distante e inútil política, mientras ellos son apolíticos que resuelven los problemas cotidianos de la gente.



Insistimos en que la Concertación es hija, más bien bisnieta, de una tradición republicana que plantea exactamente lo contrario. Es decir, que la preocupación por la cosa pública es central no sólo para el futuro de Chile, sino para la propia felicidad de cada uno de sus habitantes.



A diferencia del antipoliticismo de la UDI, el republicanismo concibe al ser humano como un animal cívico. Es decir, parte del supuesto que el hombre y la mujer, para desarrollarse plenamente, requieren de la comunidad política y de su participación en ella.



Por ello, lo central está dado por las virtudes públicas. El ciudadano cliente o consumidor, que a lo sumo vota cada cuatro años y vive reclamando sus derechos individuales, es reemplazado por el ciudadano virtuoso del republicanismo. El ideal democrático involucra la idea que es imprescindible el desarrollo de las virtudes cívicas, ya que el Estado requiere del buen ciudadano para preservarse y preservar la libertad.



No hay política de salud que resista al ciudadano alcohólico, como no hay ministro de Hacienda que aguante una población de dilapidadores de lo propio, incapaces de ahorrar y de postergar la gratificación inmediata. ¿Cómo plantear una política ambiental exitosa con ciudadanos que lanzan colillas de cigarrillos encendidas a la pradera reseca? ¿Cómo hacer una educación exitosa de nuestros niños con padres ausentes?



La libertad de los republicanos no es la que dice «yo puedo hacer lo que quiera con tal que no dañe igual derecho del otro». La libertad democrática consiste en la participación activa y constante en el poder colectivo. Ser libres es participar en la elaboración de las leyes y la elección del gobierno que me obligarán más tarde. Ser libre para consumir una Pepsi Cola o una Coca Cola ciertamente no es una libertad fundamental. La libertad es poder decir «Yo me gobierno a mí mismo y participo en las decisiones de mi comunidad».



Para el republicano, es parte del bien de cada persona el estar involucrado en algún sentido en el debate político, de modo que las leyes y acciones del Estado no aparezcan como imposiciones extrañas, sino como el resultado de un acuerdo razonable del cual ha formado parte.



Todo lo anterior sólo es posible si existe patriotismo, es decir, lo que para Montesquieu es «una preferencia continua del interés público sobre el interés de cada cual». Los patriotas de 1810 reaccionaron contra la amenaza despótica o la invasión extranjeras y exigieron el fin de la monarquía justamente porque consideraron valiosa y buena la forma de gobierno republicana para Chile, y no solo para Estados Unidos.



Es el amor a la patria el que los llamó a volver de Cádiz o de España a trabajar incansablemente por un país mejor. Pues si de comodidades se trata, los privilegiados siempre podrán encontrar otro país -Inglaterra- o lugar -la hacienda Las Canteras, donde O’Higgins tenía diez mil cabezas de ganado- para disfrutar del ideal del buen burgués: morir de viejo y atosigado en satisfacciones terrenales.



Los revolucionarios latinoamericanos de 1810 terminaron estableciendo repúblicas y desterraron la idea monárquica. Eso sí, no lograron vencer a todos los que predican que poco importa quien gobierne o dicte las leyes que nos regirán. Si hemos de celebrar el Segundo Centenario de la Independencia Nacional, a estas ideas fundantes nos deberemos referir.



Esta es tarea principal de la Concertación, y de todos quienes adhieren al ideario republicano, que por cierto no solo están en el gobierno.



* Abogado y cientista político, director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED).



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