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Lagos, mal con Dios y con el diablo


Las risas que los empresarios que asistían al último seminario de Icare soltaban en medio de la ácida intervención de Pablo Longueira me dejaron perplejo. En su discurso el presidente de la UDI no sólo se afirmó que en Chile «no iba a pasar nada el 2002», sino que festinó la política gubernamental, desatando con ello la hilaridad cómplice de los hombres de negocios de nuestro provinciano país.



Quedé perplejo, porque vi como estos emprendedores casi disfrutaban del estancamiento por el que atravesamos. Algunos dirán «nos cansamos que nos dé rabia, ahora nos da risa, pero la sensación que quedó en la opinión pública es que quienes más involucrados deberían estar con el repunte del país, disfrutaban los malos augurios de Longueira.



Esta situación -por lo demás- se daba en medio de la más grande crisis disciplinaria que el Gobierno de Lagos ha tenido; gatillada a partir de las declaraciones del diputado PS Sergio Aguiló y aumentada por el apoyo que este recibió de otros colegas suyos que también declararon que, de ahora en adelante, «votarían en conciencia los proyectos del Gobierno».



Esta falta de disciplina demuestra dos cosas. Primero, que estamos llegando a un punto en donde comienza un camino sin retorno. Hay aquí una verdadera crisis de identidad: cansada de callar sus verdaderos sentimientos, la izquierda chilena comienza a pasarle la cuenta a la estrategia «conciliadora» de Lagos.



Segundo, evidencia la soledad en que puede quedar el Presidente. Paradojalmente Ricardo Lagos puede terminar su período flanqueado por la indiferencia, tanto la que proviene de sus compañeros de tantas luchas pasadas como la de un empresariado que no se entusiasma con las señales económicas entregadas por el Gobierno. El Presidente puede terminar quedando mal con Dios y con el diablo.



Un escenario como ese sería tremendamente injusto. Lagos, convencido de la necesidad de mantener los equilibrios macroeconómicos, se vanagloria de que nuestro país es el único en la región que maneja responsablemente el gasto público. Sin embargo, este esfuerzo parece insuficiente para nuestros empresarios, quienes no han hecho reales esfuerzos por aumentar la inversión interna.



Algunos dirán que este comportamiento empresarial se debe a la falta de confianza que los hombres de negocios tienen en un Presidente socialista. Si es así se trata de un círculo vicioso y Lagos estaría predestinado al fracaso debido a su origen: no importa en realidad cómo lo haga, importa lo que representa. Eso significa que en Chile, al contrario de las naciones desarrolladas, el capital tiene ideología, burda, barata, atrasada, provinciana, pero ideología al fin y al cabo.



Es duro constatar también que los «hombres del Presidente», sus compañeros, están perdiendo la brújula y desesperados optan por abandonar a su líder. Uno debiera esperar no más lealtad, sino más perspicacia. Quedan cuatro años de gobierno y realizar actos de histeria, a estas alturas, no parece lo más adecuado.



Ojalá y que el laguismo de izquierda se ordene. Sólo con su apoyo será posible evitar que algunos se alegren cuando a Chile no le va tan bien.



* Profesor de Historia. Dirigente del Partido Liberal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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