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Conversando con Simon Peres


En él los jóvenes maduran antes, van tres años al servicio militar obligatorio, optan luego por recorrer el mundo mochileando un año (muchos de ellos en América Latina y el sur de Chile). Luego, a los 23, optan por ingresar a la Universidad o seguir en el Ejército, como esta chica a cargo de la seguridad del segundo hombre del Estado, Simon Peres, el hombre del poder que nunca ha sido electo Primer Ministro pero lo ha sido todo, desde ministro de tecnología en los ’60 a brazo derecho de Rabin antes de su asesinato, líder de la Internacional Socialista, y canciller a los 78 años en el gobierno de unidad con el Likud.



Peres nos recibe atento y pregunta por Argentina («la corrupción es el gran tema», dice). Se felicita por la situación en Chile y pide comprensión con nuestro crecimiento del tres por ciento («es fácil crecer desde la pobreza, pero mantenerse creciendo en tiempos difíciles es aún más meritorio»). Sabe que el Presidente Lagos y los «gobiernos progresistas» se van a reunir, y espera comprensión hacia la posición de Israel, en el país con «la mayor comunidad palestina de Latinoamérica».



Se ve bien a sus años, habla pausado, va al grano. Sabe que su postura en un gobierno aparentemente «duro» junto a Sharon es difícil de entender en los partidos socialdemócratas del mundo que han manifestado su apoyo a la «causa palestina». Tiene razones: dice que Israel está amenazado, que no han clausurado las posibilidades de una negociación definitiva, que los laboristas en el gobierno han logrado detener los asentamientos, que se espera un cambio y que es posible acordar un plan rápido que signifique concordar fronteras provisorias, reconocerse mutuamente como estados y un año más discutir el estatus de Jerusalén, el tema del retorno de los refugiados palestinos y una frontera definitiva.



Nada será posible con un Arafat que habla de guerra santa, que es descubierto en sus lazos con Irán y el barco con armas interceptado con destino a Gaza, que no detiene a los extremistas de Hamas, que no logra el cese al fuego y habla en favor de mártires por Jerusalem, lo que crearía un contexto favorable a los terroristas suicidas, aunque después se condenen sus acciones, añade.



Peres tomó estatura internacional como el político israelí que más ha abogado por la paz en la última década. Hoy la paloma se ha convertido en halcón en tiempos de amenaza. Pero sigue allí, con el pleno convencimiento de que él es pieza clave de un gobierno que debe combinar su defensa con las puertas para el diálogo.



Le cuestionamos la política estatal de retaliation ( las duras respuestas israelíes contra la infraestructura y objetivos de la autoridad palestina tras cada atentado en Israel, que han despertado las protestas de países europeos que las han financiado), pero Peres explica lo difícil de responder en un tiempo de terrorismo sofisticado y de alta tecnología.



El está allí, convencido de que no hay opciones a la hora de la defensa de Israel. Sus detractores desde la izquierda lo acusan de ambición extrema e incapacidad de hacerse a un lado, de traicionar sus postulados en un gobierno duro. Pero él sigue allí, marcando matices con Sharon, dialogando con gobiernos árabes y buscando interlocutores en Palestina, promoviendo iniciativas de paz desde un centro que, por cierto, lleva su mismo nombre.



La peligrosa cuestión del «interlocutor palestino»



El conflicto sigue y parece perpetuarse. Un diálogo de sordos en que los palestinos, como en parte reconocen académicos israelíes, reclaman que Israel no fue del todo consistente en el proceso de paz al continuar creando asentamientos en los territorios ocupados en 1967, al cerrar las fronteras y condenar a la pobreza y la desesperación a los dos millones de palestinos que viven en la franja de Gaza y la Cisjordania (West Bank), al humillar y confinar en Ramala a Arafat, al reprimir las piedras con balas, algunas tan sueltas que matan a niños palestinos que juegan fútbol (algo investigado por una ONG israelí que denuncia el terror en ambos lados).



De la parte israelí hay otra narrativa con la misma contabilidad lógica, que critica a un Arafat que lo quiso todo y no aceptó dos momentos de negociación, que ahora utiliza el fundamentalismo islámico, que ha soltado a terroristas, que utiliza niños y mujeres para proteger a extremistas de Hamas, que apoya financieramente a las familias de los terroristas suicidas, que no hace funcionar el Parlamento palestino y se rodea de corruptos que incluso han obligado a la cooperación europea y de la propia Liga Arabe a evitar traspasos financieros directos a la Autoridad Palestina.



Desde el punto de vista de la mayoría, Israel con Barak ofreció casi el cien por ciento a los palestinos y fue Arafat quien tiró el mantel para promover una Intifada que lo retrotrajo a lo que Arafat sería en el fondo, un guerrillero y no un estadista. Que a diferencia de Ben Gurion, el fundador del Estado de Israel, no aceptó el gradualismo en su lucha para construir un estado palestino.



El ataque del 11 de septiembre, la virulencia de los atentados en Israel y el descubrimiento del barco con armas han provocado una peligrosa modificación de la opinión en Israel, desacreditando a Arafat como interlocutor. Bush y la administración americana comparten la visión del gobierno de Israel. Europa y los llamados gobiernos árabes moderados, claman porque Israel no deseche a Arafat, temiendo alguna opción de exiliar al líder de la OLP, dejando los territorios en manos de los grupos más radicalizados.



En los propios círculos del poder de Israel se reconoce que Arafat «es» la autoridad palestina, y que no surgen voces disidentes en los territorios, ni siquiera desde los árabes cristianos que son culturalmente más modernos, pero minoritarios.



El ex embajador en Chile, Pinjas Avivi, actual director para América Latina, cree que pueden surgir nuevos liderazgos, que muchos palestinos están conscientes que la situación es insostenible y que Arafat es parte del camino hacia el punto muerto.



El líder de la OLP no ha podido controlar a los grupos extremos, Israel no puede sentarse a la mesa de negociaciones, las bombas se multiplican, el pesimismo y la polarización cunden. Hay casi desesperanza en medio de demasiadas voces que proclaman que esto será así por un largo tiempo, aunque uno de los líderes del Likud, el jefe parlamentario Zeév Boim, acepte que hasta el tema de Jerusalén puede debatirse tras probarse un tiempo de fronteras claras y reconozca que la gran prioridad es un cese al fuego, porque la actual situación tampoco es sostenible para Israel, que ve decaer su economía, colapsar el turismo y comprometer la identidad mundial de Israel, más allá del apoyo de EE.UU.



Narrativas de guerra, semillas de paz



Un joven académico vinculado a Netanyahu, Yoram Hazony, explica en un best seller sobre el Estado judío que siempre ha existido en Israel la tensión en su elite entre los partidarios del sionismo y quienes abogan por territorios binacionales y la paz. Cita las escrituras cuando refriega que en la tradición judía Dios le dice al que ha matado niños y mujeres que él también merece que su madre quede sin hijos.



Son las narrativas de una lucha interminable por un Gran Israel, donde el tema palestino es casi secundario. Pero, en otra dimensión, Ron Pundak, del Centro Peres Para la Paz, recuerda que Israel logra mediar entre los árabes israelíes que se enfrentan en Nazaret entre musulmanes y cristianos por la construcción de una mezquita frente a las Iglesias Católicas, desde donde cuelga también un mosaico de nuestra Virgen del Carmen. Que ellos seguirán promoviendo la paz, como el encuentro de clérigos musulmanes, cristianos y judíos que fustigaron el uso del terrorismo en nombre de Dios desde Egipto, que tiene sentido seguir reuniendo a jóvenes palestinos y judíos, buscando inversionistas para dar trabajo en los territorios, que hay que seguir sembrando semillas de paz, aunque estas sean para pasado mañana.



Por ahora esperan inquietos sobre si desaparecerá la violencia, si se impone la idea del presidente Kastav de un retiro unilateral de Israel de los territorios, si se llegase a aceptar una mediación activa de la ONU, si Arafat logra controlar los ataques suicidas, si Sharon vuelve a las prioridades políticas o se embarca en eliminar a Arafat de los territorios, en una apuesta de alto riesgo y mal acogida por la mayoría de la comunidad internacional.



La tierra de Israel y Palestina es verde y fecunda, sus pueblos encarnan cultura y religión que se han esparcido por el mundo (hay centros religiosos en Jerusalén de veinte distintas religiones y sectas), y alberga a comunidades que sin guerra emprenderían el polo de mayor cooperación y desarrollo de todo el oriente. El discurso público y las acciones en estos días son de guerreros, los mismos que en su corazón anhelan la paz.



Todo lo que ocurra deberá ser mejor que estas horas donde una mujer se inmola matando a otros y crece la rabia en los territorios, la inseguridad en cada familia de Israel. Como si fuera un milagro, algunas personas siguen trabajando y circulando por la calle Jaffo en pleno centro de Jerusalén. En una librería, la cajera, nos dice «chao«, reconociendo el español. En sus ojos negros hay tristeza, pero esa dulzura de querer vivir en paz en esa tierra tan cargada de sentidos y significados para todos.





* Periodista y cientista político, ex alcalde y diputado electo por Rancagua, actual secretario general del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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