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Los polemistas y sus definiciones

Como es obvio, también es verdad que Chile no ha prescindido totalmente de las regulaciones. ¿Pero dónde no existen en algún grado? ¿No hay acaso en Estados Unidos controles estatales o paraestatales?


Ireneo Funes, llamado el Memorioso, es una afamada criatura de Borges cuyas desventuras ayudan a pensar, con mayor economía y eficacia que cualquier grueso libro de texto, sobre ciertos problemas epistemológicos claves. El relato, una pequeña joya de estilo, constituye una útil lectura para todos los que participamos en las polémicas del momento.



Una breve síntesis del cuento: Funes cayó, como San Pablo, de un caballo. Tuvo la mala suerte de quedar inválido y además, como si fuera poco el castigo, fue dotado de la memoria de los dioses, que consiste en recordarlo todo. A partir de entonces ya no puede olvidar la particularidad de cada árbol, pues está condenado a almacenar todos los detalles sobre las irrepetibles características temporales y espaciales de cada uno de los objetos sensibles que caen bajo su mirada.



Como era incapaz, víctima de la perfección de su memoria, de realizar la mínima operación de abstracción que significa agrupar por semejanzas o clasificar, estaba siempre al borde de naufragar, ahogado en detalles.



Opino que todos los polemistas en circulación deberíamos reflexionar sobre el síndrome de Funes. Y en especial quienes han convertido en argumento central la crítica a los nombres y clasificaciones en uso, sobre todo cuando sienten que alguna de éstas, al ser utilizada por el adversario, no hace el debido homenaje a la complejidad de sus posturas.



Clasificar implica sin duda una pérdida de riqueza y complejidad, pero todos recurrimos al procedimiento de marras para poder distinguir.



Además, si las clasificaciones son tan reductivas ¿por qué resulta ilustrativo decir autoflagelante y constituye un pecado decir neoliberal? Sin embargo, lo más llamativo son las licencias que los polemistas se toman cuando intentan definir las clasificaciones que otros usan, la de neoliberalismo, por ejemplo.



Según ellos, para poder afirmar de manera rigurosa que la política del gobierno es neoliberal deberían cumplirse todos estos requisitos: a) impulsar la mercantilización absoluta, lo que conduciría a una absoluta eliminación del financiamiento fiscal en educación, salud y otros bienes públicos; b) prescindir de manera absoluta de todas las regulaciones, y c) debilitar de manera absoluta al movimiento sindical y a cuanto movimiento social emerja.



Los polemistas que tanto se escandalizan cuando creen que se usan clasificaciones inadecuadas en realidad nos tienden una trampa, porque esa definición describe las condiciones puras del neoliberalismo. Ellas no se encuentran tal cual en parte alguna. Es decir, ni la sociedad más avanzada en materia de reducción del papel del Estado llena todos y cada uno de los requisitos indicados. ¿Habrá que concluir que en el mundo no existen sociedades con economías neoliberales?



Pero las hay. Y ellas no son las que cumplen las exigencias del tipo ideal definido por los polemistas, sino las que más se acercan a esos requisitos. La definición, inventada para demostrar que las políticas aplicadas en Chile no son neoliberales, sirve en realidad para lo contrario. Chile se acerca en todos las ámbitos señalados a las exigencias límite de la definición.



Es verdad que hay financiamiento público para la educación y la salud, así como subsidios para la vivienda popular. ¿Pero no los había acaso en tiempos de la dictadura? Los defensores de lo realizado por la Concertación tratan de mostrar que esos ítemes han aumentado, ¿pero con relación a qué periodo? ¿Al de la dictadura o al de la Unidad Popular?



Por lo menos en educación, el porcentaje del gasto público en relación al PIB era mas elevado que el actual a comienzos de la década de 1970. Las cifras con que cuentan Cenda y el Colegio de Profesores muestran que entre 1970 y 1972 se invertía en esa área 5.1 por ciento, 6.5 por ciento y 7.2 por ciento, respectivamente, mientras que en 1999 se invirtió un 4 por ciento.



Como es obvio, también es verdad que Chile no ha prescindido totalmente de las regulaciones. ¿Pero dónde no existen en algún grado? ¿No hay acaso en Estados Unidos controles estatales o paraestatales?



¿Existían esas regulaciones durante la dictadura? Por supuesto que sí. ¿Tendremos que concluir que el modelo económico y social implantado entonces no era neoliberal?



Es verdad que en Chile todavía sobreviven los sindicatos, pero no por la preocupación de los gobiernos de la Concertación ni por el esfuerzo que han realizado para crear condiciones institucionales favorables. Para creer eso hay que ser un cruzado del optimismo. Los sindicatos con fuerza son los que tienen garantizado el empleo porque pertenecen al sector público y son protegidos por una legislación dictada, con otros propósitos, al final de la dictadura.



Los intentos de habilitación institucional de los cuales se vanaglorian los profesionales del optimismo son menos que tímidos. La reforma laboral está lejos de restituir lo que el movimiento obrero había conseguido después de años de lucha, y que la dictadura destruyó. Devolverles a los trabajadores esos derechos era a lo que aspirábamos en ese período negro. Todos, incluidos los polemistas.



Los ardorosos esfuerzos por demostrar que la política de la Concertación no corresponde a una modalidad del neoliberalismo sólo han conseguido lo contrario.



* Sociólogo, académico y ensayista.



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