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Los mentores de Lavín

La deuda de Lavín con Jaime Guzman es múltiple, pero hay un aspecto de ella que llama particularmente la atención y que me parece positivo. Guzmán entendió muy claramente que la actividad política debe incluir un aspecto valórico.


«En nuestra generación hay dos personas que nos han marcado: Miguel Kast y Jaime Guzmán. Los dos han muerto muy jóvenes, pero han dejado una huella muy profunda que tenemos que hacer lo posible por seguir.» Esto lo escribe Joaquín Lavín en 1991.



No cabe duda que Lavín ha sido fiel a sus mentores. Su deuda con Miguel Kast es visible en su intento de conjugar su pensamiento cristiano con el pensamiento económico que ambos adquieren en la Universidad de Chicago. Al igual que a Kast, a Lavín no se le escapa lo difícil que resulta esa conjunción. En su emotivo homenaje a la memoria de Kast percibe que a su mentor y amigo le preocupaban «las posibles discrepancias entre los valores cristianos y los de la política económica que había contribuido a establecer».



También reconoce que Kast estaba interesado en «conciliar ambos aspectos». En su lecho de enfermo en la Clínica de la Universidad de Georgetown, Kast recomienda a Arnold Harberger en 1982 que «se debía ‘humanizar’ Chicago, enseñando esa parte a los alumnos».



Este mismo libro, en el que Lavín exalta la virtud cristiana, la capacidad técnica y el carisma personal de Kast, confirma lo complejo que resulta conciliar cristianismo y Chicago. Según Lavín, Kast le entregó su corazón al cristianismo, pero «no le entregó nunca su cabeza». Lo que le interesaba era «lo sacramental, es decir, lo que es propio de la religión católica: los sacramentos, la Eucaristía, la confesión, la Virgen y no se perdía en eternas discusiones sobre temas contingentes».



Pero el pensamiento cristiano es también pensamiento de la justicia y la equidad, del bien común y la sociabilidad humana. Dudo que los cristianos en su mayoría estén dispuesto a adoptar el fundamentalismo teológico en boga, y desestimen la razón natural y la posibilidad de descubrir racionalmente los fines substantivos que dicta la naturaleza humana.



Al igual que en Kast, se manifiesta en Lavín la típica desconfianza angloamericana con respecto al quehacer del estado y el servicio público. Esta tendencia tiene origen en un concepto peculiar de la propiedad como un derecho sin limitaciones inherentes, que los americanos derivan de Locke. La tradición continental europea, a la que se ha ceñido siempre el pensamiento cristiano en Chile, conserva vestigios bíblicos, feudales y republicanos.



Basado en esa concepción americana, y no precisamente en el pensamiento cristiano como se manifiesta en Chile, Lavín ha propuesto, por ejemplo, reducir drásticamente el estado de bienestar y entregar la función de la beneficencia a manos privadas (Hogar de Cristo, Teletón, Fundación Kast). Tambien ha propuesto lo que denomina «democracia tributaria», donde la personas deciden que sus impuestos vayan a una institución social de su eleccion. Esto es algo que sólo se aprende en Chicago.



La deuda de Lavín con Jaime Guzman es múltiple, pero hay un aspecto de ella que llama particularmente la atención y que me parece positivo. Guzmán entendió muy claramente que la actividad política debe incluir un aspecto valórico.



Resulta instructivo leer lo que escribe Joaquín Lavín al respecto. «Una de las cosas que me llamaba la atención era que en las asambleas políticas en poblaciones, todos nosotros hacíamos discursos políticos y al final lo hacía Jaime, pero él no les hablaba de política, les hablaba de valores y les decía: ‘Yo no estoy aquí para buscar votos, a nosotros nos interesan las personas, los queremos ustedes, que la UDI sea para ustedes un instrumento de realización personal, que puedan crecer y desarrollarse como seres humanos’. Terminaba hablando de valores, de amor, de Dios. El aprovechaba esas instancias para desarrollar su misión de apóstol de la política».



Cuando la política se presenta como un instrumento de realización personal estamos muy cerca de lo que en Estados Unidos se denomina la politica de la virtud. Es precisamente esta politica de la virtud la que rechazaron los demócratas de ese país. Su gran error fue adoptar un neutralismo liberal que rechaza la rechaza la idea de que los juicios morales tienen un lugar en el ámbito publico y entregarle asi en bandeja a los conservadores el monopolio del discurso moral.



Es indudable que la política está gobernada por consideraciones empíricas. Para ser eficaz, un político debe tomar en cuenta los intereses efectivos de la gente, y también la viabilidad electoral de su aspiración programática.



Pero la política se rige también por ideas normativas. Sólo una propuesta normativa puede asegurar la legitimidad de un programa político. En la modernidad, esas ideas normativas son plurales y muchas veces en conflicto entre si. Así, doctrinas agregativas que consideran sólo el crecimiento económico chocan con posturas que privilegian la justicia distributiva. A la vez, estos criterios distributivistas no coinciden con políticas que enfatizan los derechos individuales. Sería minusvalorar al pensamiento cristiano pensar que no tiene nada que decir al respecto.



Me parece necesario inyectar el tema filosófico en la discusión política contingente. Existe en Chile una real necesidad de definir y discriminar entre visiones alternativas. ¿Cuáles son las ideas normativas del pensamiento cristiano? ¿Y cuáles las del pensamiento económico que emanan de Hayek y la Escuela de Chicago? Estas son dos poderosas visiones espirituales y morales, que requieren de recursos filosóficos para expresarse.



Planteadas así las cosas, no me parece legítimo escabullir el tema de la viabilidad normativa del programa de Lavín por la vía de exaltar su gran capacidad técnica, su indudable carisma personal y su compromiso cristiano.



* Académico de la Universidad Wilfrid Laurier de Canadá, y autor de «El Pensamiento Politico de Jaime Guzman: Autoridad y Libertad» (LOM Ediciones).



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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