Publicidad

La macana de la autoridad


¿En qué lugar quedó la fiesta? La pregunta me asalta a ratos cuando veo el semblante de los ciudadanos de a pie. O en la micro, en el metro, en los kioscos: ceños fruncidos y miradas huidizas.



Sospecho que gran parte de lo que nos ocurre tiene que ver con lo público, con ese aspecto esencial de los chilenos -la referencia de la autoridad- que no permite otra cosa que la gravedad, la circunspección y la mesura. La autoridad puede ser, como casi siempre lo es, despótica, arrogante, abusadora, pero igual se le guarda un respeto que no merece. ¿Temor? ¿Acostumbramiento? ¿Resignación ante el machacar de la prepotencia? De tanto respetarla, hemos perdido esa mínima reserva de cordura, que es reírse de ella.



Por ejemplo, nuestros parlamentarios (o buen número de ellos). Nos dan rabia porque, a fin de cuentas, los medimos con una vara de seriedad que, por cierto, ya no merecen ¿Por qué, mejor, no reírse de ellos? ¿Qué mejor aporte pueden hacer, a estas alturas, a nuestras vidas que ser verdaderos payasos?



¿Y los empresarios y economistas, los nuevos iluminados que nos dan de golpes en la cabeza con la nueva biblia, la de las leyes económicas y las cuentas que siempre dejan pobres en el suma y resta? Probablemente, a diferencia de los políticos, con ellos no dan ganas tomarlos para la chacota, porque ellos son los que de verdad tienen el poder.



Si ayer, por cualquier cosa se consultaba a los políticos, porque se creía que por la ideología discurría el mundo, hoy son los empresarios y sus escuderos -los economistas- los que hablan de todo. Ellos aprueban o descalifican. Y la receta que ofrecen es siempre la misma: todo debe tender a crear las condiciones para que ellos ganen más, porque esa es la única fórmula. El que tantos se sometan a esa lógica es la prueba evidente de que el poder se ha desplazado hacia ese territorio.



Pero como sea, delante de militares, curas, políticos, empresarios o burócratas, el chileno sigue guardando ese temor reverencial que, presumo, es la secuela del abuso del poder: el desprecio del burócrata, la macana del político, la falsedad del cura, la prepotencia del empresario, la amenaza del militar.



Claro, ¿cómo reírse si, en el fondo, entre ellos son solidarios, porque saben que comparten eso que se llama poder y que sirve para joder a los otros?



A la hora de las cenas de gala o beneficio siempre se les verá juntos, y ese estar juntos en esos sitios siempre termina por crear una hermandad tácita. Algunos periodistas allí también se arriman, y en general terminan como los poderes desean que sea el periodismo: servil y servicial, pero con la guata llena y oportunidades ciertas de dedicarse a las relaciones públicas, que muchas veces no es más que las relaciones de los poderes públicos.



_____________________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias