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La UDI y sus contradicciones culturales

Estatismo autoritario en lo cultural y atomismo liberal en lo económico. La verdad es que la caja no cuadra.


La UDI es el fantasma que recorre la Concertación. Junto con su poder mediático, universitario, religioso, económico, financiero y militarista, ahora aparece con mística y potencia electoral. Se presenta como un partido cristiano-conservador en lo cultural, de raigambre popular en lo social y liberal en materias económicas. Junto con ello ha logrado mostrarse como un partido «antipolítico» que busca «solucionar los problemas concretos de la gente».



Tal mezcla ya fue criticada en un lúcido artículo de Jaime Castillo. Se publicó en la revista Política y Espíritu por allá por 1983, cuando la UDI se constituyó. En esa ocasión la colectividad presentó en El Mercurio su declaración de principios. Don Jaime sostenía que no parece serio declararse partido de inspiración cristiana, de raigambre católica, y olvidar de un plumazo toda su Doctrina Social en la que la condena al capitalismo salvaje es más que centenaria.



De igual modo, no es consistente proclamarse democrático y apoyar un régimen que sepultó durante 17 años los derechos civiles y políticos de todos los opositores. Y no se puede ser gremialista y acabar con la autonomía de los cuerpos intermedios.



Resulta innecesario destacar que un grupo que presenta candidatos en todas las elecciones es por definición un partido político, y no hay más de qué hablar. De ahí que su discurso antipolítico sea solo demostración de dos cosas: su vocación antirrepublicana y su concesión a la moda de turno.



Me interesa destacar un punto más: su abierta contradicción en su discurso valórico. Me refiero a cómo la UDI reduce normalmente ese ámbito, a la moral sexual y familiar.



Digamos que por definición la política es ética, y las cuestiones técnicas siempre presuponen definiciones morales previas. De ahí que la política es moral o no es política. Pues bien, y para el solo efecto de este artículo, aceptemos en los próximos párrafos que lo valórico en la política se juega exclusivamente en asuntos como el aborto, el divorcio, la píldora del día después o la homosexualidad.



Todos sabemos que la UDI defiende una férrea moral privada fundada en el conservadurismo católico, que algunos conducen incluso al integrismo. Aquí hay algo de respetable y sincero. La UDI sabe que en mucha de estas materias va contra la corriente mayoritaria de la opinión pública. Eso habla bien de sus convicciones.



Pero el problema surge cuando contrapesamos su conservadurismo cultural con su liberalismo económico. En efecto, los senadores de la UDI atacan ferozmente toda ingerencia del Estado en la economía. Liberales como son, señalan su convencimiento que el gobierno no tiene derecho a decirle a cada ciudadano próspero qué hacer con su dinero.



Sin embargo, no trepidan en exigirle al gobierno que prohíba a las mujeres utilizar determinados métodos anticonceptivos, o al legislador que rechace segundos matrimonios cuando el primero fracasó. Es decir, son estatistas en la moral privada y liberales extremos en materias económicas.



En moral pública, la UDI sostiene que el empleador puede hacer lo que le plazca con tal que no violente la libertad de los demás y las normas legales de un Estado mínimo. El contrato laboral celebrado «libremente» entre las partes debe ser respetado, y es desprecio de la autonomía de la voluntad la intervención estatal. Le parece evidente a ese partido que cada cual es el principal árbitro y el mejor juez de sus propios intereses. De igual modo, el libre juego de los intereses particulares hace por suma el Bien Común. Vicios privados -la codicia que busca ganar más dinero- crean virtudes públicas -un crecimiento económico para todos.



Pero cuando se trata de entrar en el dormitorio de los demás, los principios se invierten. Los chilenos adultos deben ser tratados como menores de edad. Que la vida es un bien sagrado y no hay derecho de propiedad de la mujer sobre su útero. Que el matrimonio es indisoluble pues compromete a la sociedad entera y no cabe libertad para hacerlo y deshacerlo, por muy mayores de edad que sean los esposos. Que la sexualidad tiene por finalidad la reproducción y debe encuadrarse dentro de la moral judeocristiana que condena la homosexualidad.



Estatismo autoritario en lo cultural y atomismo liberal en lo económico. La verdad es que la caja no cuadra.



La incoherencia produce efectos devastadores. Ellos llevaron a la ruina la coalición de Ronald Reagan. Los neoliberales a lo Milton Friedman proclamaban incluso la liberalización del mercado de las drogas, y los protestantes ultraconservadores del sur rechazaban toda tolerancia legal con la homosexualidad, el aborto y el sida. Los republicanos de los tiempos de Nixon se decían keynesianos y los liberales de los ’80 los aborrecían.



Los granjeros del sur pedían protección estatal y los tecnócratas del Tesoro exigían apertura comercial. Los líderes de Wall Street querían toda la libertad financiera del mundo, pero los grupos de presión industriales exigían cortapisas y salvaguardias contra Japón y la agricultura europea y sudamericana.



¿Será este el futuro de Chile si llega al gobierno esta incoherente coalición de postulados e intereses?



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