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Garganta Profunda

Su fama significó la primera demostración desenfadada de pornografía, pero a la distancia tiene un halo romántico porque para ese tiempo era una acción rebelde, que mandaba al tacho los tabúes, y que reaccionaba contra el clima represor en que se formó o deformó.


Falleció en Denver hace algunas semanas como corolario de un accidente automovilístico, a la joven edad de 53 años, quien fuera un símbolo de los ’70. Linda Boreland partió de este mundo como una dueña de casa muy normal, aunque fue la más emblemática actriz porno de esos años. Su infancia y adolescencia transcurrieron en colegios católicos, y por su actitud pacata mereció de sus compañeros el apodo de Miss Santa-Santa.



Sufrió en su infancia la represión de su madre, quien a los 19 años, frente a un embarazo no aceptado, la obligó a dar un hijo en adopción. A partir de entonces se liberó, y durante esa inmersión rebelde en el sexo fue ubicada en Florida, en 1969, por Chuck Traynor, con quien se mudó, y quien la inició en reuniones de sexo duro. Luego la descubrió Gerard Damiano, quien ideó para ella el guión porno que la haría famosa.



Se la conoció como Linda Lovelace, o Garganta Profunda, título de la película que remeció la sociedad norteamericana con una propuesta que contenía sexo oral explícito. El argumento cuenta la delirante historia de una mujer que no puede tener un orgasmo porque tiene el clítoris en la garganta. La censura inicial del medio no impidió que el cine reconociera los méritos del film, y con el tiempo se lo exhibió en festivales europeos. Se convirtió en un clásico, un producto pionero que abrió cauces al destape de los ’70.



Clásico absoluto de los filmes pornográficos y objeto de culto de millares de fans, Garganta Profunda puso en evidencia la existencia de adeptos masivos a un género que hasta ese momento solo tenía un público semiclandestino. El film tuvo un costo inicial de 25 mil dólares y se rodó en solo seis días, pero logró recaudar una cifra cercana a 850 mil dólares en apenas seis meses de exhibición en una única sala.



Garganta Profunda provocó que por primera vez millones de norteamericanos fueran a una sala de cine para ver sexo explícito, y también marcó el surgimiento de la primera porno star, Linda Lovelace. Hoy se estima que los ingresos generados por la película desde su estreno, con sus numerosas secuelas, merchandising, ventas de video y demás productos derivados, ha producido una ganancia de 250 millones de dólares.



Se dice que su fama persiguió a Linda y le causó problemas para retomar una vida normal de familia. Cruzada por una especie de culpa social, argumentó muchas veces haber sido violada por su manager y primer marido, quien la habría obligado a realizar la felatio histórica que la catapultó a la máxima taquilla de su época «con una pistola apuntando mi cabeza».



En los últimos años de su vida se había convertido en líder de una cruzada con la que legisladores y grupos feministas pretendieron destapar las mafias de la pornografía que manejan a las estrellas del sexo.



Una generación y su destape



Supe de ella cuando leí en Buenos Aires, en tiempo de dictadura, su libro Garganta Profunda, el cual contenía en su prólogo una atrevida visión sobre la guerra fría. Ella se manifestaba por la paz mundial y en contra de las tiranías, por el desarme nuclear y en contra de la guerra y la violencia, pero lo hacía no desde la ciencia política, sino desde la pornografía. Señalaba que los hombres hacían la guerra porque eran infelices, incapaces de alcanzar la felicidad o procurar placer, y que por esa impotencia muchos canalizaban sus ansias hacia el poder y de ahí a la guerra.



Ella se ofrecía para solucionar los conflictos ideológicos este-oeste aplicando sus famosas habilidades a los mandamases del mundo. Se ofreció como embajadora sexual para neutralizar al Politburó en pleno, porque después de un orgasmo bien logrado -decía- cualquier ánimo belicoso se diluye.



Eran los tiempos de los hippies, del amor libre, de un suave destape generacional, con una juventud rebelde que creaba el movimiento de las bicicletas blancas y se convocaba para conciertos de rock. Era la era de las movilizaciones contra la guerra de Vietnam, cuando Muhammad Ali ejercía su objeción de conciencia para no ir a la guerra. Era la antesala de los gobiernos militares de América Latina, de la doctrina de seguridad nacional, de la represión y la censura.



El libro Garganta Profunda estaba entre la literatura contestataria, porque era transgresora. Eso le daba a su destape una dimensión especial.



Si tenía 53 años al morir, era apenas una adolescente cuando asesinaron a Kennedy y comenzó la guerra de Vietnam. Es real que su fama significó la primera demostración desenfadada de pornografía, pero a la distancia tiene un halo romántico porque para ese tiempo era una acción rebelde, que mandaba al tacho los tabúes, y que reaccionaba contra el clima represor en que se formó o deformó.



Por eso fue típico en Estados Unidos ver los autocines colmados de parejas viendo esa película inspiradora de nuevos criterios para la recatada sexualidad de la época. Miles de cincuentones de hoy deben recordar si no la película -censurada por los castradores jerarcas de nuestras latitudes- al menos el relato, que más que expresión de sexo, se convertía en un sinónimo caliente de libertad, cuando más se la necesitaba y extrañaba.



Linda Lovelace, Garganta Profunda, fue a su modo una expresión de esa época y de la mayor apertura sexual que vivió una generación. Su película nutrió las fantasías de millones de parejas, y el sólo título de su tórrido film se asimilaba a las Memorias de una Princesa Rusa. Merece, por lo tanto, un recuerdo desenfadado de muchos abuelos semirreprimidos, que fueron más libres gracias a su aporte trasgresor.



* Administrador público, consultor internacional en modernización aduanera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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