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La globalización y los cambios culturales en Chile

los chilenos sienten que un país pequeño, distante y sin espesor cultural es movido por un temporal de cambios que vienen desde el norte. Y si ello ocurre con el Estado nacional, con mayor razón en el ámbito personal. Y un torvo individualismo se sube al carro de los cambios globales.


Con la caída del muro de Berlín el mundo pudo abrirse intelectualmente a pensar las nuevas realidades. Se habló del fin de la historia con el triunfo de la democracia liberal y la economía de mercado. Los grandes relatos alternativos al liberalismo estaban caducados. El internacionalismo y el cosmopolitismo avanzan transportados en los brazos de la globalización financiera, tecnológica y de la industria cultural norteamericana.



Otros plantearon el fin de la geografía, pues la revolución de las comunicaciones, de la informática y de los medios de transporte han reducido a cenizas las distancias que agobiaban al hombre. Los antropólogos cuentan de la historia de una especie a la que tomó un millón y medio de años conquistar todo el globo terráqueo y llegar a todos los confines. Hoy día el hombre, en su afán de destruir las distancias, aspira a conquistar el espacio.



Y no faltó el que pronosticó el fin del Estado nación. Con la libre circulación de los individuos, la información, las inversiones y la industria, las fronteras estatales caen estrepitosamente. Además, el Estado se hace muy pequeño para enfrentar problemas como los que afectan al ambiente, las finanzas, los ciclos económicos o la criminalidad mundial, entre otros.



Tal magnitud de cambios obviamente llegó a Chile. Nuestros desiertos, montañas, mares y glaciares fueron incapaces de detener esta oleada de globalización.



Ayer fueron los españoles, luego los franceses y más tarde los ingleses: ahora son los estadounidenses quienes dominan nuestras aspiraciones, costumbres y hábitos de consumo. Comemos en Burger King, admiramos a Julia Roberts, edificamos mall con palmeras como en Miami, protestamos haciendo sittings, mandamos e-mail, los intelectuales escriben papers, etcétera.



Nos es raro, entonces, que el último informe del PNUD nos presente las siguientes realidades. Los chilenos señalan en un 28 por ciento que «hoy en día es difícil decir qué es lo chileno», y un 30 por ciento expresó que «no se puede hablar de lo chileno, todos somos distintos».



En otra pregunta, sólo un 33 por ciento de los chilenos se declaró orgulloso de serlo, y nada menos que un 29 por ciento dijo que era molesto.



Detrás de esta percepción se encuentra un sentimiento que va contra todo el discurso dominante en el sentido que es el individuo el que determina su suerte. Para la modernidad, en su vertiente liberal individualista, cada ser humano es «arquitecto de su propio destino» como lo inmortalizó Amado Nervo. Pero los chilenos de principios de milenio creen en un 55 por ciento que el rumbo que a tomado sus vidas es producto de las circunstancias que les tocó vivir. Y este sentimiento es mucho más fuerte entre los pobres.



Es decir, los chilenos sienten que un país pequeño, distante y sin espesor cultural es movido por un temporal de cambios que vienen desde el norte. Y si ello ocurre con el Estado nacional, con mayor razón en el ámbito personal.



Y un torvo individualismo se sube al carro de los cambios globales.



El Informe del PNUD de 2000 demostró que la mayoría cree que no es bueno hablar del pasado. Un 36.1 por ciento declara derechamente que «mientras en mi casa los cosas anden bien, la situación del país me importa poco», pues ingenuamente creen que «pueden cumplir sus metas independientemente de la situación del país».



El informe del PNUD de 1997 había constatado que un 80 por ciento no considera bueno confiar. Un 57,7 por ciento de los chilenos no cree que recibirá ayuda de los demás. Un 63 por ciento cree que es difícil organizar a la gente. Un 87 por ciento no tiene confianza en que recibirá ayuda en caso de agresión.



De ahí que debemos volver a insistir en la necesidad de una identidad nacional que siendo pluralista y dinámica, sea capaz de dar sustento a un proyecto de país. Lo decimos porque somos claros y majaderos en insistir que sin identidad nacional fuerte no hay democracia que aguante, ni política estatal que se sustente, ni solidaridad social que se afirme. Ello porque si somos todos distintos y no hay fraternidad y hermandad entre los chilenos, ¿a título de qué debo pagar impuestos, concurrir a votaciones o ayudar al prójimo que lo siento lejano?



¿Si considero una tragedia o una molestia haber nacido en Chile y no en Miami, ¿por qué no me voy del país? Los Prisioneros ya lo preguntaban en los ’80.



Todo ello impone un cambio radical en la forma como estamos haciendo política en Chile.



Se trata de volver a trabajar por un proyecto de país. Es cierto que un 33 por ciento de los chilenos le piden a los políticos que le resuelvan sus problemas concretos. Pero en un 19 por ciento piden que les ofrezca un proyecto de país.



Es cierto que los chilenos se han puesto más materialistas, pero como también nos enseña el PNUD 2000, un 76 por ciento declara que es bueno soñar, porque los sueños pueden hacerse realidad, y un 89 por ciento cree que en todas las edades de la vida hay que atreverse a soñar. Y ellos sueñan con un país más igualitario en un 34.5 por ciento.



Un 19.1 por ciento pide que se respeten los valores tradicionales. Un 15.3 por ciento piden como sueño un país en que se respete el medio ambiente. Un 10.6 por ciento sueñan con un país más integrado al mundo. Un 9.5 por ciento sueña con un país más optimista y un 8.5 por ciento lo piden más protector.



Se trata de volver a trabajar juntos. En Chile hoy existen 84 mil organizaciones del voluntariado, sin incluir a las iglesias. Es decir, hay 55 organizaciones por cada 10 mil habitantes que trabajan juntos, gratuitamente, por ellos y los demás. La política debe volver a ser, entonces, participación ciudadana y menos lucha por el control del Estado, cada vez más exiguo.



Esto es política republicana y democrática. Política que Gabriela Mistral reclamaba como parte de su Chile natal. País civilísimo del civis político y del civis social, como decía. «Voy convenciéndome de que caminan sobre la América vertiginosamente tiempos en que ya no digo las mujeres, sino los niños también, han de tener que hablar de política …», para combatir la injusticia social «que hace tanto bulto en el continente como la cordillera».



Por ello, declaraba que «yo no tengo por mi pequeña obra literaria el interés quemante que me mueve por la suerte del pueblo… Hay en ello el corazón justiciero de la maestra que ha educado a los niños pobres y conocido la miseria obrera y campesina de nuestros países».



Leamos al PNUD, dejémonos emocionar por la poetisa en país de poetas y pongámonos en acción.



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