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Navegando en las aguas del mercado global

Pese a estar alejados de la gran ciudad, la motivación central de estos pescadores de la pantalla es el espíritu de lucro, aunque no manejan todos los códigos del ámbito de los negocios y los resultados de sus iniciativas empresariales son poco satisfactorios.


En medio del clima de generalizada complacencia que se instaló en el país por la inminente firma de un tratado de libre comercio con la Unión Europea, aparecieron algunas nubes grises que enturbiaron un tanto este radiante panorama: las aprensiones de algunos representantes del sector pesquero artesanal por el posible impacto negativo del acuerdo. Las voces más pesimistas hablaron incluso de un golpe mortal a esta tradicional actividad, que no sería capaz de resistir los embates del mercado globalizado.



Estas críticas -más allá de si tienen sustento o no- pusieron en el escenario público un mundo que la mayoría de los chilenos solo conocemos de soslayo y ocasionalmente, cuando visitamos una pintoresca caleta costera o en Semana Santa, festividad en la que salimos en masa a comprar productos del mar.



¿Pero cómo viven los pescadores y buzos de este país? El cine chileno -al menos- ha dado una contundente respuesta en el último tiempo a través de tres recientes estrenos: La Fiebre del Loco, El Leyton y Negocio Redondo.



Estos filmes dibujan con un tono costumbrista un mundo de características claras: pequeños poblados donde abunda la picardía criolla, la copucha y el pelambre, la efervescencia festiva y el consumo incontrolado de alcohol. Un microcosmos donde campea el machismo pero en el cual las mujeres tienen un rol dominante, proveedor. Ellas regentan los bares donde se reúnen los pescadores y los surten de licor y sexo.



Por sobre todas las cosas, lo que define la existencia de los habitantes de estos mundos es la presencia ambigua y contradictoria del mercado y la modernidad. Pese a estar alejados de la gran ciudad, su motivación central es el espíritu de lucro, aunque no manejan todos los códigos del ámbito de los negocios y los resultados de sus iniciativas empresariales son poco satisfactorios.



En La Fiebre del Loco lo que mueve a Canuto (Emilio Bardi) a estafar a los habitantes de Puerto Gala durante el levantamiento de la veda del apetecido molusco es la posibilidad de hacerse de un dineral. Los pescadores con que se vinculan el Negro Torres (Sergio Hernández), el Chico Mario (Luis Dubó) y el Guatón Molina (Emilio García) -personajes centrales de Negocio Redondo– sólo buscan maximizar sus utilidades en la venta de mariscos a sus incautos compradores. Lo que obsesiona a Modesto (Luis Wigdorsky) en El Leyton, lo que le impide ver la traición de su mejor amigo, es su ambición de transformarse en pequeño empresario y transportista de productos del mar.



Sin embargo, las caletas no son sólo el reino del negocio casero e improvisado. En ellas también operan las grandes redes de la economía global. Su conexión con los mercados internacionales es directa, especialmente en La Fiebre del Loco, donde los personajes viven pensando en Japón, que se ubica a 17 mil 146 kilómetros de los canales australes, como muestra el filme.



La subsistencia de Puerto Gala se explica casi exclusivamente por el apetito de los nipones por el loco. Por su parte, en El Leyton los pescadores deben convivir con inversionistas italianos deseosos de transformar el polvoriento pueblo costero en un centro turístico de nivel mundial.



La firma del tratado con el Viejo Continente permitiría que grandes compañías europeas operen en las costas del país. Una competencia incontrarrestable, sostienen los objetores de este convenio. Sin embargo, al menos en la versión del séptimo arte nacional, los hombres de mar chilenos están acostumbrados a navegar en las tumultuosas aguas del libre mercado a escala planetaria.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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