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Democratización del mercado

El problema es cómo encontrar en la actualidad objetivos de lucha acordes con el diagnóstico realizado. Creo que las luchas por torcer la lógica del capitalismo pueden encontrar un fundamento teórico en un autor al cual se ha echado mano para muchas cosas, menos para pensar en estrategias de lucha contra el capitalismo. Se trata de la concepción de mercado que se encuentra en Weber.


Los trabajos de Negri, especialmente su libro con Michel Hardt denominado Imperio, pero también ciertos artículos, entrevistas y un reciente libro de John Holloway denominado Cómo transformar el mundo sin tomarse en poder, han planteado la crisis de las fórmulas con que la izquierda revolucionaria trató de transformar el mundo durante el siglo XX.



Lo mismo he intentado hacer yo, especialmente en mi ultima obra, Socialismo del siglo XXI. Me siento emparentado con esos esfuerzos de reflexión, porque frente a la realidad actual no renuncian a la transformación del mundo ni se refugian en un pragmatismo que usa consignas pseudosartrianas, como la de las «manos sucias», para transformarse en un liberal de tomo y lomo.



No creo que la única razón de este desánimo, de esta generalizada pérdida de la esperanza, tenga que ver solo con el derrumbe de los socialismos existentes, pues hace bastante tiempo que estábamos descontentos con su burocratismo y en especial con la dificultad que recuperaran el espíritu que inspiró a ese tipo de proyecto emancipador. Es evidente que la caída como castillo de naipes de lo que se creía el sólido sistema socialista nos produjo efectos.



Pero el problema principal es que el capitalismo se ha reorganizado como sistema mundial de dominación, y ha adquirido una potencia inédita. Eso se relaciona con que pudo librarse, de manera desigual y discontinua según los países, del abrazo del oso de las concesiones socialdemócratas clásicas. Dejaron de lado las distorsiones que provocaba en su lógica de funcionamiento la necesidad de satisfacer las demandas sociales, obligación que resultó del consenso conflictivo construido después de la gran crisis del capitalismo mundial.



Esta potenciación del capitalismo tiene que ver con la extensión de su dominio mercantil, con el despliegue de enormes y constantes revoluciones tecnológicas que han abierto enormes posibilidades para la reorganización del trabajo, el abaratamiento de los costos de producción y distribución, y la descarga del peso de una masa de trabajadores indispensables.



También tiene relación con un nuevo espíritu del capitalismo. Este no solamente ha pasado, como lo señaló en su tiempo Bell, del ascetismo al hedonismo. Ha hecho algo mucho más importante: erradicó la conciencia culpable que provenía del peso adquirido en la cultura de occidente del humanismo, sea de tipo religioso (socialcristianismo) o de tipo socialista.



Los burgueses han dejado de sentirse y actuar como esa clase estigmatizada y avergonzada que sentía la presión social de pedir perdón por orientar sus decisiones según la lógica del lucro. Para ello no han tenido que inventar ninguna ideología nueva, sino desempolvar el viejo utilitarismo que convierte el cálculo de la ganancia en atributo natural del hombre, y le otorga el estatuto de ser la forma más racional de acción.



La batalla cultural no ha sido simple, pero ha tenido la ventaja de la pérdida de vigor, por lo menos para el caso de los países católicos, de la doctrina social de la Iglesia. Hoy en Chile los empresarios se autoasignan el papel que siempre sintieron suyo en Estados Unidos, país surgido del espíritu burgués: el de las clases protagonistas de la historia. El poderío del capitalismo actual tiene que ver con que han adoptado de manera generalizada esa autoconciencia y han logrado transmitirla a los demás.



Por tanto, esa potencia del capitalismo globalizado combina la mercantilización de una porción mayor del mundo con los prodigios de una tecnología en constante revolución de las formas convencionales de vivir, trabajar, consumir y comunicarse, junto con el poderío que emana de sentirse la clase que hace la historia.



Estas reflexiones tienen que ver con un dato fuerte: la necesidad de olvidar que nos encontramos frente a un capitalismo agonizante, y también con un capitalismo que ha entrado en una fase de maduración de sus contradicciones, y que por lo tanto está próximo, en un futuro de mediano plazo, a generar comportamientos que desencadenen desequilibrios que abran paso a luchas sociales que lo pongan en jaque. Diría que este capitalismo reorganizado tiene cuerda para rato, aunque por supuesto no es ni inmutable ni mucho menos eterno.



Si todo lo anterior es verosímil, las luchas contra el capitalismo en su dimensión propiamente económica deben ser pensadas como no frontales, lo que significa luchas realizadas en su propio terreno como esfuerzos por torcer su lógica. El diagnóstico es que no se está en condiciones de superar el sistema.



Para mí el problema no reside en rendirse ideológicamente frente al capitalismo, sino en buscar formas eficientes de oposición en las condiciones de un sistema que tiene una gran capacidad de integración simbólica, a la cual no hacen mella sus clásicas incompetencias inherentes: la pobreza que no ceja, la desigual distribución del ingreso, la insuperable inhumanidad del capitalismo.



A los nuevos intelectuales obnubilados por su descubrimiento tardío de las virtudes del capitalismo del cual abominaron en su juventud les sonará como un insoportable exageración decir, como dice Hinkelammert, que el capitalismo produce efectos de muerte. Pero los produce. Pobreza quiere decir privación de posibilidades de vida. No puede decirse del capitalismo que es humanizable y que frente a él bastan una cuantas reformas, pues siempre producirá pobres, aunque sean pobres con otro ingreso per capita.



El problema es cómo encontrar en la actualidad objetivos de lucha acordes con el diagnóstico realizado. Creo que las luchas por torcer la lógica del capitalismo pueden encontrar un fundamento teórico en un autor al cual se ha echado mano para muchas cosas, menos para pensar en estrategias de lucha contra el capitalismo. Se trata de la concepción de mercado que se encuentra en Weber. Para este autor el mercado no es el espacio donde múltiples decisiones atomísticas forman precios y generan cuotas de ganancia: en realidad es un espacio de lucha donde se enfrentan poderes de disposición sobre recursos y bienes, en el cual los sujetos que se enfrentan buscan maximizar sus ventajas.



Desde esa concepción weberiana es posible pensar en un proyecto aparentemente inofensivo de democratización del mercado como un potente dispositivo destinado a trabar la lógica del capitalismo.



No se trata de combatirlo allí donde no es posible derrotarlo en este momento de la historia humana: la socialización de los medios de producción como condición de una planificación racional según necesidades y no según el calculo del lucro. Pero sí es posible combatirlo en ese otro espacio, el de la distribución.



La consigna de democratización del mercado tiene efectivamente dos caras posibles: una en la cual es inofensiva y puede ser solo maximizadora del funcionamiento del capital, y otra que puede ser fecunda, aunque no sea novedosa, pues se orienta -parte de ella- en la dirección de recuperar derechos que existieron.



Por el momento, el espacio no me permite desarrollar en este artículo todo lo que quiero decir. Voy a señalar dos direcciones de las luchas por democratizar el mercado que me parecen fecundas como políticas contracapitalistas. La primera es obvia: la recuperación por los trabajadores de su capacidad de incidir sobre el mercado laboral.



De las otras luchas solamente voy a dejar enunciada una: la recuperación de mecanismos de regulación. Pero -y ése es el quid del asunto que dejaré por desarrollar- no se trata de democratizar el mercado otorgándole al Estado atribuciones de regulación, sino otorgándoselas a los ciudadanos. Se trata de una estrategia de democratización del mercado conectada a una estrategia de democratización social y política.



VEA ADEMAS:



Democratización del mercado (II parte)



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