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Payasos políticos: Extremismo de derecha en Europa y A Latina (I parte)

Surgen dos preguntas a estas alturas, una de ellas de carácter analítico: ¿Estamos en presencia de una categoría generalizable? La segunda pregunta es de carácter político: ¿Son todos estos partidos fascistas? ¿Constituye ello algo así como una condición de existencia de la categoría?


Los sorpresivos resultados electorales en Francia generaron un injustificado terremoto político en toda Europa. Fueron efectivamente sorpresivos, pues se pensaba, a la luz de las encuestas, que Jacques Chirac y Lionel Jospin ocuparían las dos primeras mayorías y pasarían a la segunda ronda.



Pero la reacción es injustificada, por cuanto no se aprecia ningún fenómeno realmente nuevo en todo este episodio. En efecto, aunque la opinión pública se ha visto inundada de variados análisis y especulaciones sociopolíticas acerca de una supuesta nueva fuerza electoral que irrumpe en Europa, se ha olvidado que el fenómeno Le Pen -y en rigor el alza de toda la extrema derecha europea- era algo absolutamente conocido y previsible.



Es un hecho que desde hace años se ha articulado en diversos países un original discurso político de carácter nacionalista y popular (o populista) a cargo de sectores de extrema derecha. Se han presentado candidatos, se han organizado movimientos, y lo más importante, se han ganado muchos votos en su nombre. Pero el fenómeno presenta una peculiaridad al ser analizado en perspectiva comparada.



Mientras en Europa poca gente cree que esta plataforma es apta para gobernar un país (salvo deshonrosas excepciones), en América Latina ya hemos elegido varios gobernantes a su cuenta. Mientras en Europa aún se entiende que los payasos están para hacer reír (léase ganar algunos votos) mas no para dirigir (léase gobernar), en nuestro continente, lastimosamente, hemos puesto a estos payasos en el lugar del señor Corales.



En una serie de dos artículos trataremos de explicar brevemente el fenómeno de la extrema derecha en Europa y sus manifestaciones en América Latina. En el primero analizaremos el fenómeno populista en términos generales, viendo en detalle el caso europeo. En el segundo nos referiremos al payasismo populista latinoamericano, que como se ha dicho, ya tiene a su haber un puñado de conspicuos representantes.



En Europa los movimientos de extrema derecha han recibido numerosos nombres. Se les ha catalogado de partidos neofascistas, partidos antisistémicos o partidos de protesta. Se ha dicho que son movimientos antiimpuestos, o que son partidos de «un solo asunto» (single issue parties), y en algunos países agitan las banderas del separatismo.



No obstante, el término de uso más generalizado para identificar este fenómeno es el de neopopulismo europeo. Cientistas políticos como el italiano Piero Ignazi o el inglés Gordon Smith vaticinaban a mediados de la década pasada que el neopopulismo representaría el desafío más significativo a los sistemas de partidos de Europa Occidental.



Surgen dos preguntas a estas alturas, una de ellas de carácter analítico: ¿Estamos en presencia de una categoría generalizable? La segunda pregunta es de carácter político: ¿Son todos estos partidos fascistas? ¿Constituye ello algo así como una condición de existencia de la categoría?



Nuestra opinión es que se trata efectivamente de una categoría generalizable, la cual no necesariamente tiene que ser fascista o neofascista. Por el contrario, como parece quedar demostrado en el análisis de composición del voto de Le Pen en Francia, se puede apreciar cómo la base social y política de estos movimientos es muy heterogénea, alejándose de la tesis de un resurgimiento fascista.



Aunque a algunos les resulte cómodo motejar de fascistas a estos movimientos, pues ahorra enfrentar con efectividad el fenómeno y permite evadirlo a través de la descalificación, la verdad es que resulta algo irreal pensar que uno de cada cuatro o cinco franceses, belgas, italianos, daneses, holandeses o austríacos sean fascistas. Algo de mayor profundidad debe haber detrás, más que una súbita nostalgia por Hitler o Mussolini.



En términos generales se pueden señalar algunas características comunes. En primer lugar, se trata de movimientos políticos que están ligados a líderes de personalidad carismática y exuberante, como Le Pen o Jörg Haider. Ello los diferencia de los movimientos de la «nueva izquierda» ecologista o pacifista de los años ’70, que tendieron a construir movimientos sociales y colectivos.



Por lo mismo, los movimientos neopopulistas europeos han demostrado un gran centralismo en su actuar, lo que se evidencia en sus campañas. Pese a ello, sus estructuras partidarias aún son débiles e inorgánicas.



Otra característica es su distintivo discurso anti todo y pro nada concreto. Ahí han dado en el clavo al instalarse en el bando de las preocupaciones más inmediatas y pedestres de una parte de la ciudadanía, básicamente los sectores medios, presentándolas de manera vociferante ante el sistema de partidos tradicionales. Lo anterior hace que su ideología no sea muy refinada, sino más bien un largo catálogo de quejas y demandas.



A la vez, las escasas propuestas de políticas públicas que presentan han sido determinadas exclusivamente por el líder, quien las utiliza como herramienta de campaña. Aquí se presenta algo interesante: si bien son partidos antiimpuestos, desean mantener las conquistas del generoso Estado de bienestar europeo.



Y se agrega una larga lista de los más variados antis y otras demandas que les dan la especificidad país por país: antiinmigración, antipolíticos tradicionales, anti Unión Europea. Algunos son xenófobos, algunos derechamente racistas. Muestran un fuerte discurso contra la delincuencia y un duro discurso contra el desempleo (con explícita vinculación el tema inmigración).



¿Son partidos antisistema? A nuestro juicio no, aunque desafían abiertamente la legitimidad del sistema. Pero, por ejemplo, Le Pen quiso ser presidente constitucional de Francia y Haider quiso ser canciller de Austria.



De alguna manera, tal vez con la discutible excepción de los movimientos separatistas, estos partidos buscan ser parte de un sistema que hasta ahora los ha excluido.



Así, no se trata de un fenómeno nuevo, como se piensa a veces en América Latina. La lucha de Hugo Chávez contra la «partidocracia» venezolana no la inventó este militar, aunque a él le duela. Desde hace años que en Bélgica se hablaba de la particratie para referirse al sistema de partidos que copó la escena política de la post guerra y contra el cual se ha rebelado el Vlaams Block con singular éxito electoral (especialmente en la zona flamenca).



También en Italia se hablaba de la partitocrazia, que se derrumbó como castillo de naipes luego del proceso anticorrupción mani pulite de comienzos de los años ’90, surgiendo el inicialmente populista Berlusconi y su Forza Italia, o el explícitamente neofascista Alianza Nacional.



El denigrado cuoteo político no existe solo en las epopeyas que sueñan Pablo Longueira o Iván Moreira: parte del éxito de Haider y el FPí– en Austria se debe a una rebelión contra el cuoteo institucionalizado que imperó en ese país a través del proporz. Al mismo tiempo, el esquema del norte rico y el sur pobre no es un invento de Fidel ni de Arjona. El separatismo italiano de la Lega Norte de Umberto Bossi viene precisamente de ello, pero a la inversa: que se vayan los pobres y se queden los ricos.



Y por último, se puede decir que Eduardo Bonvallet no está solo en sus corajudas arengas contra bolivianos o peruanos: Jean Marie Le Pen y su Front Nationale casi ganan la elección en primera vuelta con su discurso xenófobo y racista.





* Abogado y Master en Ciencia Política, London School of Economics. Profesor de Política Comparada, Universidad de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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