Publicidad

De ritos políticos y asaltos a la razón

Tamañas exageraciones, deformaciones y dislates no constituyen un aporte al debate político. No son argumentos los esgrimidos en ellos, sino fantasmas.


Empezó a germinar hace algunos años, y ha venido creciendo desde entonces, la idea de que el Mensaje Presidencial del 21 de mayo representa un momento decisivo en la vida del país. De ser un ejercicio de evaluación reflexiva sobre la marcha de la nación se ha transformado en un acontecimiento de anunciación.



Los días anteriores al Mensaje se convierten en un verdadero rito de preparación. Los medios orquestan el clima, especulan sobre los anuncios que hará el Presidente, tratan de averiguar quiénes son los asesores y ministros encargados de darles cuerpo. Entrevistan a dirigentes gremiales y de partidos para que se pronuncien sobre las ofertas que esperan del Jefe de Estado.



Incluso se hacen largos -y habitualmente sesgados- balances de las medidas contenidas en el Mensaje anterior, y en qué porcentaje fueron cumplidas.



Pues bien. En estas circunstancias, los Presidentes de la década de los ’90 y el actual han decidido jugar el juego de los medios y de la opinión pública. En un ambiente saturado de expectativas y especulaciones, llegado el 21 de mayo se levantan solemnemente ante el país y hacen los esperados anuncios.



Lo que sigue tampoco tiene ya novedad alguna. Es sencillamente la continuación del rito. Los opositores dirán, al salir del Congreso Nacional, que el discurso del Presidente ha sido frustrante, que no ha reconocido ningún error y que sus nuevas ofertas y promesas son vanas o equivocadas. Por su lado, el oficialismo repetirá a viva voz que el Mensaje ha sido espléndido, realista y que los anuncios imprimen un nuevo impulso a las políticas gubernamentales.



Con variaciones menores de ambas pautas se suceden a continuación interminables y aburridos debates en la prensa, la radio y la televisión. Más que debates son, en realidad, verdaderas coreografías argumentales.



Los contradictores se enfrentan casi sin salirse de su papel, como si estuvieran recitando monólogos memorizados. El opositor ataca y rebate, remarcando machaconamente un par de puntos que las encuestas muestran son los más débiles de la posición gubernamental. Los representantes del oficialismo embisten y se defienden con la misma pertinacia, horadando el discurso de la oposición en los asuntos en los que los estudios de opinión revelan zonas vulnerables.



La deliberación pública desaparece así tras el velo de las palabras rituales, sin que la ciudadanía logre informarse de los reales asuntos en juego y de los acuerdos y desacuerdos existentes.



Esta vez, sin embargo, ese conocido ciclo pre y post 21 de mayo ha sido acompañado por dos fenómenos nuevos.



Uno tiene que ver con el foco temático. El otro, con el estilo de ejercer la crítica política.



¿Qué ha ocurrido en el primero de esos dos frentes? A pocos días de realizados los anuncios presidenciales prácticamente han desaparecido de la escena los tópicos incluidos en el Mensaje que no estaban directamente relacionados con la reforma de la salud. Más precisamente, con el financiamiento de ésta. Y aún más focalizadamente, con la suerte que pueda correr el subsidio maternal.



Atrás, postergadas a un segundo o tercer plano, han quedado propuestas o reflexiones importantes realizadas por el Presidente en el ámbito de la pobreza, la educación superior, la reforma política y la inserción internacional del país.



De golpe nos hemos visto forzados así a discutir un sub-subaspecto del financiamiento del Plan Auge, sin que el país haya siquiera empezado a discurrir sobre la reforma de la salud y sus objetivos y medios, sobre el mejoramiento de la eficiencia del sector público sanitario y sobre las necesarias correcciones de los programas ofrecidos por las isapres.



Vale la pena preguntarse si usar el Mensaje del 21 de mayo para hacer este tipo de anuncios, de gran envergadura y alta complejidad técnico-política, es realmente el mejor camino para introducir una reforma ante la opinión pública e iniciar su procesamiento dentro del sistema de decisiones.



El Mensaje presidencial otorga ciertamente una altísima exposición a las medidas que allí se anuncian. Pero justamente por eso, fuerza a una reacción poco temperada de los opositores y de quienes disienten de ellas.



A esto se agrega, en las circunstancias actuales, un cierto deterioro en el estilo de argumentar en las filas de la oposición, que es el segundo fenómeno al que hacíamos mención hace un momento.



En efecto, se ha ido perdiendo la costumbre de razonar, de criticar, incluso de ejercer con fuerza la oposición discursiva, para dar paso, en cambio, a un estilo argumentativo que podemos llamar de brocha gorda y altos decibeles, mediante el cual se pretende pintar la realidad con trazos gruesos, sin sutileza alguna, y aplastar al contradictor bajo el ruido de las palabras mal usadas.



Así, por ejemplo, se dice que el gobierno estaría dando «un nuevo impulso a los criterios socialistas» o derechamente que estaríamos en retorno a un sistema socialista. O se dice que modificar la fuente de financiamiento del subsidio maternal podría constituir una «expropiación» parecida a las que ocurrieron en otros momentos de nuestra historia (cuando, Ä„ay!, se hablaba con la misma falta de sutileza).



Se acusa al Presidente de la República de encabezar «un combate frontal» contra las isapres, y de ahí se pasa rápidamente a retratar al gobierno como un enemigo declarado de la empresa privada. O bien se encuentra uno, a propósito de la reforma de los programas de estudio, con enunciados del estilo «adiós, libertad de enseñanza; adelante Estado Docente» emitido por un distinguido historiador y ex ministro a quien, si se tomaran en serio sus invectivas, habría que creer estamos a punto de perder el control de nuestras escuelas, profesores y alumnos en beneficio de un siniestro poder totalitario.



Tamañas exageraciones, deformaciones y dislates no constituyen un aporte al debate político. No son argumentos los esgrimidos en ellos, sino fantasmas. No se presentan razonamientos, sino una suerte de tic ideológico que distorsiona la comunicación. No se formulan críticas —pues criticar supone un grado elevado de racionalidad y seriedad— sino verdaderos asaltos a la razón, los cuales dejan peor parado al asaltante que al asaltado.



______________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias