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PPD: Fin de la inocencia y muerte de la arrogancia

Los diputados del PPD que optaron por enviar cartas en una lucha interna mediante franqueo público cometieron un grave error, pues «pusieron medios públicos al servicio de fines particulares». Es más lamentable aún si lo hicieron para ganar una elección interna contra un solitario senador que estaba derrotado de entrada.


Terminó el doloroso affaire de las cartas enviadas con autorización de la Cámara de Diputados. El presidente del PPD ha asumido su responsabilidad política y dio las disculpas del caso por un error que no debió cometerse. La prensa ha destacado que este es el fin de la política del «león que defiende tus derechos» y de un político de gran carisma.



No creo en lo primero: es un derecho humano equivocarse y tener otra oportunidad, y el pueblo chileno es tan generoso como olvidadizo. De lo segundo, sólo digo que el eclipse del líder del PPD está por verse.



Sí hago votos para que esto sea el fin de toda inocencia falsa en política y de toda arrogancia enjuiciadora en el PPD y en todo partido democrático. Desde ya señalo, para excluir todo sombra farisea en este escrito, que de ambos defectos me declaro culpable mientras fui joven.



Pero ya no lo soy. Durante mucho tiempo vivía detectando oscuras conspiraciones político-económicas que juzgaba y condenaba éticamente. Mis adversarios eran susceptibles de ser enjuiciados por razones morales. Siempre encontraba un principio doctrinario que enarbolar, ojalá con cita bíblica incluida, que demostrara que el otro esta mal, muy mal.



Y lo cierto es que aprendí con el correr de los años y de mi experiencia personal y política (madurez dice unos, putrefacción dicen otros) que el mundo no se divide entre buenos y malos. Y que lo cierto es que la línea que separa el bien del mal cruza por el centro nuestros corazones y que, gracias a Dios, no distingue clases sociales, razas o grupos políticos.



Por eso el filósofo Baruch Spinoza decía que antes de juzgar, quejarse o condenar, siempre había que «comprender, comprender y comprender». Cuidado con andar juzgando, que con la misma vara seremos juzgados.



Y sobre todo, he emprendido que la política es un arte muy difícil porque en ella se encuentran pasiones, intereses e ideales de explosiva alquimia. Y que hay veces que el buen político se ve sometido al dilema ser justo y perder, o ser injusto y ganar. Y que la derrota puede ser letal para su pueblo.



Hay veces que los malos medios se imponen para buenos fines, y la decisión moral que condena esto como maquiavelismo relativo no es clara en su superioridad ética. En efecto, cuando el presidente del Banco Central miente afirmando que no habrá devaluación, en circunstancias que sí la habrá y que él la decretó, se trata de mentir para evitar un mal mayor para el Bien Común: especulaciones, estampidas financieras, etcétera.



Si los malos medios son inevitables para alcanzar un fin bueno, no para mí, sino para el interés general, la decisión del político es éticamente dramática, cuando no trágica.



Hoy Churchill es el héroe inglés, y Chamberlain el malo. El segundo pactó con el propio Adolfo Hitler. El primero se opuso a ello, los combatió en forma audaz y los venció. Pero si leemos la historia, Chamberlain fue un humanista y un pacifista que creyó que siempre la negociación era un deber y un camino viable. Se equivocó, y el que resultó tener la razón fue el armamentista, colonialista y militarista de Churchill.



Hoy podemos decir que el León de Inglaterra tuvo la razón, pues la diosa fortuna le regaló el bastón de mando y el laurel de la victoria, pero es discutible si fue éticamente superior a su antecesor, Chamberlain.



Política y ética, difícil cuestión, pero inescapable para un buen político.



Los diputados del PPD que optaron por enviar cartas en una lucha interna mediante franqueo público cometieron un grave error, pues «pusieron medios públicos al servicio de fines particulares». Es más lamentable aún si lo hicieron para ganar una elección interna contra un solitario senador que estaba derrotado de entrada.



No hagamos leña del árbol caído o indiquemos con el dedo el abollón en el auto del vecino. Más bien veamos cuál es el problema político de fondo, es decir, el estructural y más general. Quedarnos simplemente en el discurso ético, el aprovechamiento político o la condena personal es errar el camino, porque el espacio público lo llenan hombres y mujeres que no son santos y que viven presionados por circunstancias extremas.



Observemos más bien que aquí nuevamente nos topamos con el problema central de la política chilena: que la democracia tiene gruesas incrustaciones oligárquicas y plutocráticas. O, dicho en otros términos, debido a la irrupción del marketing político los medios de comunicación social y la masificación de la lucha electoral la política ha devenido en un juego que involucra un selecto grupo de altos ingresos.



Ganar una elección cuesta millones de pesos. Eso lo sabemos todos. Menos, pero un número ya demasiado significativo, sabemos también cómo se obtienen esos recursos: de fondos públicos, incurriendo así en actos de corrupción o de exposición a empresas que pedirán retribución más tarde, mediante un lobby que en Chile es a la vez descarado y poco transparente.



Mientras no haya un sistema que regule adecuadamente el financiamiento de la política, que garantice igualdad, transparencia pública e independencia de los grupos económicos, la democracia chilena será expuesta una y otra vez a estos escándalos, grandes, medianos y pequeños.



La novedad de hoy es que al partido que creció en parte sobre la base de las acusaciones de corrupción de sus aliados, ahora le está tocando su turno. Y el presidente del PPD, que fue tan duro con otros y que muchas veces acusó sin fundamento a personas intachables e incorruptibles como el director del Servicio de Salud Metropolitano del Ambiente (Sesma) durante el gobierno de Eduardo Frei, Mauricio Ilabaca, hoy sabe lo que es ser juzgado éticamente en público de manera orquestada.



Lo siento sinceramente por él, como ayer lo sentí por quien es mi amigo y que, tras doce años de servicio público, vive tan estrecha como dignamente.



Esperemos que esto marque el fin de la inocencia y la muerte de la arrogancia. Y que entremos en una etapa más madura en la cual, sabiendo que el dinero es un recurso político formidable, lo regulemos con realismo, prudencia y justicia.



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