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Hacia el neotravestismo


Mas allá de la tragedia que viven en carne propia las víctimas de las inundaciones, y de quienes vemos a la distancia esos hechos y nos embarga el dolor solidario, la vida sigue su curso y los hechos de la política internacional también. Hay dos hechos en América Latina que llaman poderosamente la atención y que no sería bueno dejar pasar, pues tienen relevancia no solo en sí mismos, sino también para que observemos con más atención la realidad que nos rodea, la cual, por vivir en este siglo 21, también condiciona nuestra propia existencia.



Ambos tienen como protagonistas a primeros mandatarios, es decir, los ciudadanos top de sus países quienes son en cierto modo un reflejo de lo que sucede en la política regional latinoamericana, aunque no den obligadamente expresión del pensamiento de los pueblos que dirigen.



El primero y más grave es la elección de Alvaro Uribe en la presidencia de Colombia, un disidente liberal que prometió lo que se llama mano dura contra las guerrillas de las FARC y del ELN que controlan una buena parte del territorio de ese país. Hubo incluso un atentado de gran publicidad que hasta sirvió para aumentar el caudal electoral.



Uribe resultó elegido Presidente de Colombia y, oh sorpresa, a la mañana siguiente anunció que pediría la mediación de Naciones Unidas para discutir posibles negociaciones con la guerrilla. Es decir que la razón que esgrimió para ser votado como candidato había pasado a un segundo plano, produciéndose, cuando menos, una adulteración de la voluntad del cuerpo electoral.



No es que yo crea en la mano dura como fórmula para resolver los conflictos armados, pero me parece que alguien no puede burlarse así nada más de las normas básicas que constituyen a la democracia. Tan grave como esto aparece el hecho que se dirige al sistema mundial, la ONU, pasando olímpicamente por alto el sistema interamericano representado por la OEA y sus Estados miembros.



El nuevo Presidente o tiene una mala opinión de su connacional, César Gaviria -quien ocupa la Secretaría General del organismo panamericano- o bien descarta a la OEA y a los países del continente como eventuales interlocutores para resolver el viejo conflicto armado en Colombia.



El segundo caso, pues no da ni para tema, es el famoso exabrupto del Presidente de Uruguay, y sus menos que delicadas opiniones sobre el pueblo argentino y su clase dirigente. Mercosur, hermandad, integración, causa común y otras no son más que palabras huecas, carentes de sentido y contenido y que dependen del estado de ánimo de un gobernante. ¿Y que pensará Jorge Batlle de los brasileños, los chilenos y paraguayos?



Estos dos casos demuestran a las claras que el sistema regional está mas que en crisis. Que la palabra transparencia es desconocida en el manejo de las relaciones internas y externas, y que de seguir en este paso la democracia va a ser un accidente, una mera coyuntura o un capricho del que está en el poder.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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