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La política vudú de la DC

Y si bien es cierto que los dardos de la Flecha Roja se dirigen también contra la UDI, lo evidente es que los medios de comunicación sólo dan cuenta de los ataques contra los partidarios y socios de coalición.


El diputado Eduardo Saffirio me ha relatado la anécdota de un ex ministro de Economía de Argentina. Habiéndosele preguntado cuándo su país saldría de la crisis que vive, señaló que eso se produciría sólo cuando los dirigentes políticos de su país dejaran de aplicar la «economía vudú».



Según el connotado economista, tal disciplina se caracteriza por vivir en un mundo mágico en que no se aplican los más elementales axiomas de la economía doméstica: que no se puede gastar más que lo que se produce sin colapsar más temprano que tarde; que los ingresos deben ser superiores a los gastos si se quiere ahorrar e invertir sin recurrir a un endeudamiento masivo, y que sin ahorro e inversión no hay desarrollo futuro, entre otros.



Esta anécdota se menciona a propósito de la nueva crisis de la Democracia Cristiana chilena, ahora relacionada con la actitud de la actual dirigencia ante el Plan AUGE y el debate parlamentario.



Desde hace un tiempo, el nuevo presidente de la Democracia Cristiana, Adolfo Zaldívar, aparece comprometido en una política que se basa en: (a) marcar distancia del gobierno; (b) criticar abiertamente a sus aliados de coalición, especialmente al PPD; (c) manifestarse como principal opositor a la UDI; (d) exigir disciplina a sus parlamentarios y partidarios planteando que solo los órganos del partido definen la voz oficial y los demás deben callar y acatar.



Tal estrategia tiene por objetivo detener la caída de la Democracia Cristiana, en el entendido que así se recuperarán los votos perdidos, pues el partido se reperfilará ante la opinión pública.



A propósito de la ley de Rentas Municipales II o del Plan AUGE -dos muy tímidos intentos de lograr que en Chile los que tenemos más aportemos en favor de los que tienen menos— se ha aplicado esta estrategia. El gobierno quiere aumentar en menos del 0.6 por ciento la participación del Estado en la economía, para redistribuir mejor los frutos de un crecimiento económico cuya desigualdad es más que conocida. Para sorpresa de algunas personas formadas en el socialcristianismo (que sostiene que el Estado es el principal promotor del bien común) la dirigencia de la DC se ha negado a apoyar estas reformas.



Los que admiramos el modelo alemán de desarrollo, que supone una participación estatal en la economía que supera largamente el 40 por ciento, sabemos que esa participación estatal en Chile no alcanza al 23 por ciento, según cálculos muy latos. Sabemos también que el crecimiento económico no basta, y que la igualdad y la integración social tienen un precio: impuestos progresivos y redistribución de dichos recursos vía las políticas públicas.



Al actuar así, la dirigencia demócratacristiana se aleja de un electorado le pide al Estado abrumadoramente que asuma dicho papel. En las reformas laborales y en el actual Plan AUGE es clarísimo que incluso en parte del electorado de la UDI, leyes más justas e igualitarias son ampliamente apoyadas. Eso no parece conmover a Alameda 1460.



De igual manera parece no conmover a la dirigencia DC que la opinión pública castiga con fuerza a los partidos que viven de ataques descalificadores internos y de acusaciones a los demás. En un país presidencialista y que teme al conflicto, una política centrada en el ataque al gobierno en el que se participa no es de lo más popular.



Y si bien es cierto que los dardos de la Flecha Roja se dirigen también contra la UDI, lo evidente es que los medios de comunicación sólo dan cuenta de los ataques contra los partidarios y socios de coalición.



El punto dramático es que la actual estrategia DC ya se ensayó y fracasó estrepitosamente. En 1997, siendo Eduardo Frei Presidente de la República, Enrique Krauss, Adolfo Zaldívar y Rafael Moreno ganaron las elecciones del PDC con un discurso parecido al descrito más arriba. Tal propuesta terminó en unas primarias donde votaron más de un millón cuatrocientas mil personas, y el candidato de la Democracia Cristiana fue ampliamente derrotado. Y la caída de la DC no se detuvo más.



El agravante es que ahora, en su afán de perfilarse, el presidente del PDC no duda en atacar a diestra y siniestra a todo el que ose controvertir tan errada estrategia. Se pueden decir muchas cosas de los senadores que apoyaron el Plan AUGE, pero no se puede dudar de sus convicciones y adhesiones de toda una vida a la Democracia Cristiana. Sin embargo, se ha llegado a sostener la convocatoria a una Junta Nacional por el solo hecho que estos senadores de gobierno apoyan una política de gobierno.



Lo cierto es que la Democracia Cristiana no detendrá su caída si no ataca su problema de fondo, que es la ausencia en la práctica política de un perfil, identidad y mensaje claros ante la ciudadanía. La DC debe fijar una identidad que rompa con los nuevos ídolos del foro. Nos referimos al liberalismo individualista, al integrismo católico, al libremercadismo y al apoliticismo antipartidista.



La Democracia Cristiana es republicana, comunitaria y socialcristiana. Y si se trata de mirar una experiencia exitosa, debe sentirse orgullosa de lo hecho en Alemania y la Europa del Bienestar, en que socialdemócratas y socialcristianos hemos construido en competencia amigable o cooperación estrecha las sociedades más pujantes y justas del mundo.



La DC debe practicar la amistad cívica al interior de su comunidad, no la persecución y la descalificación. La DC debe practicar la amistad cívica con sus aliados y con el gobierno del que forma parte.



No vemos que actualmente esté haciendo esto. Y ello la conducirá a practicar la política vudú que la conducirá a nuevas caídas en las encuestas. En ese momento, los estrategas de tan errada política practicarán el último punto del decálogo vudú: echarle la culpa a los otros.



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