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Humor mundial


El Mundial de fútbol sirve para que, colateralmente, de refilón, a la chilena, demos rienda suelta a nuestros instintos. Hablo de la xenofobia y el racismo, ya expresado en Mundiales anteriores, cuando Livingstone hablaba del juego «primitivo» de los africanos y Fouilloux se carcajeaba de los futbolistas de Camerún, haciendo mofa de sus apellidos y poniéndose una máscara de gorila para hacer aún más explícito su chiste.

O en el Mundial pasado, cuando el penal que dio a Italia el empate contra Chile fue marcado por un árbitro de Níger, y todo, entonces, se explicó por el color del sujeto y tratarlo de caníbal fue cosa simpática, omitiendo las crónicas que hablan de episodios de canibalismo entre los mapuches.



Cierto: no es el fútbol nuestro fuerte, pero sí el humor. Normalmente no logramos hacer goles en la cancha, pero en la picardía que rebaja al otro no nos gana nadie.



Así hemos sido educados, ya es un lugar común del chileno. Todos somos racistas y xenófobos. Lo impone nuestra cultura que, desde la colonia, intentó definir un chileno castellano, una suerte de burbuja en el continente, un ave extraña en la jaula de los pajarracos. Incluso giramos a cuenta de la teoría de que la raza chilena -si es que la hubiera- es resultado de la mezcla de los intrépidos españoles y los bravos mapuches (específicamente los araucanos), los guerreros indomables, desconociendo que la mayoría del mestizaje se produjo con los picunches y otros pueblos que, subyugados por los europeos, sirvieron a los españoles y pelearon junto a ellos contra los mapuches.



Doble racismo y xenofobia el de nuestro país. En general hacia los extranjeros diferentes, pero también al interior de la comarca, de acuerdo a los tintes de la piel y los apellidos, los matices desde el pijerío a la rotada, como tantos buenos cronistas alguna vez escribieron.



En estos días, la televisión, que desde hace un tiempo está sólo para entretener, no escatima abusar del recurso del humor hacia el extraño para lograr sintonía.



Ahora, los pasajes de gloria han corrido por cuenta de esas notas de relleno que sirven para darle manivela al Mundial, alargando sus minutos en el noticiero, y a los humoristas de siempre.
El otro día, en Megavisión, se entrevistaba a un francés y, como el periodista lo encontró amanerado, terminó preguntándole -obviamente sobre seguro, sabiendo que el otro no entendía el código- por el arroz, si le gustaba o no quemado. Humor de salón, como podrá verse. Con los españoles, el mismo canal prefirió, el domingo por la noche, irse a pechar a un restaurante, a comer gratis y a hacer publicidad encubierta. Claro, con los españoles ahora en Chile más vale hacer negocios, porque es posible que terminen comprándoselo todo.



En la pantalla, entonces, hemos visto, de nuevo después de cuatro años, las mofas contra los asiáticos y los africanos. Los coreanos, con su colonia residente, han ofrecido material de sobra.



Siempre es sospechoso el humor de quienes son incapaces de reírse de sí mismos. De aquellos que siempre terminan aterrizando al país desde el discurso patriotero, un patrioterismo sin humanidad, sin compasión ni amor por nuestras debilidades, incluido nuestro racismo. Y cuando la televisión hace humor nacional es a costa de los más débiles: los curaditos en fiestas patrias y, en general, los pobres con sus desgracias y miserias. Los chistes terminan siempre repetidos, pero nadie podrá negar que se actúa sobre seguro. Es, desde cierta perspectiva, también una especie de impunidad. Otra más.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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