Publicidad

Desnudos, desnudez

La manifestación Tunick puso en evidencia dos cuestiones que representan caras de la misma moneda: un elemento de crítica a la atmósfera de estrecha moralidad y a los mandatos sin sustancia ni trascendencia.


Una parte importante del mes que recién termina estuvo dedicado a los desnudos y a la desnudez. El tema y las imágenes compartieron las pantallas y los comentarios periodísticos con el espectáculo agobiante del mundial de fútbol. Hasta puede decirse que en ocasiones la desnudez consiguió desplazarlo.



El cuento comenzó cuando una adolescente rubia irrumpió desnuda en los barrios de Santiago, en especial en el sector céntrico. Incluso se propuso abordar el metro, pero los guardias, inconmovibles ante la diversidad, le cerraron el paso. Solo unos anteojos, en ocasiones una mochila y unos zapatos interrumpían -y por ello mismo hacían sobresalir- la presencia del cuerpo despojado de los debidos atuendos.



Esta historia hubiera terminado en lo que era, un acto de modelaje un poco más audaz y bastante más invasivo del espacio público que los espectáculos montados por los modistos, si la guardia pretoriana de la moralidad no hubiese decidido darle la categoría de un acontecimiento digno de Sodoma y Gomorra.



El factor desencadenante fue el combate de insultos y golpes intercambiados ante la televisión por el promotor de la exhibición y un edil santiaguino. A partir de esa discusión convertida en pendencia, la adolescente fue alzada a la categoría de transgresora.



Lo interesante es que la crítica más común no fue la desnudez misma, sino la minoría de edad de la modelo. Pero en realidad se trató de una excusa para ocultar la censura moral a la desnudez. Si el problema hubiera sido ése en realidad, bastaba con juzgar el discernimiento de la adolescente. Por las razones que fuera, afectivas o instrumentales, ella actuó con plena racionalidad y con madura capacidad de argumentar sus motivos.



Los desnudos masivos ocurridos con ocasión de las fotografías de Spencer Tunick constituyeron lo contrario de una trasgresión. Se trato de la desnudez permitida, vigilada hasta con afecto por la policía, ensalzada como buena onda. Los grupos de evangélicos que intentaron oponerse aparecieron como un estorbo que venia a perturbar una ceremonia tan educada como el «desayuno sobre la hierba» que pintara Monet.



La presentación en imagen de estos opositores fue la de unos energúmenos que interrumpían un acto artístico. La prensa alabó con entusiasmo el acontecimiento, y sospecho que algunos tratarán de ver en el episodio una reacción de los «nuevos chilenos».



Lo que ocurrió en realidad fue muy interesante y revelador, justamente porque refleja un espíritu distinto de la pintura estereotipada del chileno de hoy, tal como se lo imaginan los estrategas comunicacionales y los agentes de marketing. Porque aunque se trató de un desnudamiento masivo que contó con una aprobación bastante generalizada, y por tanto no alcanzo el sitial de una transgresión, fue la expresión de una crítica social.



Aunque contara con el aval de las autoridades museísticas, políticas e incluso edilicias, el desnudamiento masivo constituyó un reclamo por la libertad personal. En él, los participantes, jóvenes, maduros y ancianos, reivindicaron el derecho a decidir sobre su cuerpo y celebraron gozosos el día de gracia que se les concedió. Todos ellos saben muy bien que como lo reveló hace mucho tiempo Freud, la cultura funciona reprimiendo las pulsiones gozosas de los individuos, de manera que no se les ocurriría presentarse desnudos la semana próxima en la oficina donde trabajan. La mayor parte de los participantes conocen muy bien como manejarse con el principio de realidad y navegar con códigos ambiguos.



Pero la manifestación Tunick puso en evidencia dos cuestiones que representan caras de la misma moneda: un elemento de crítica a la atmósfera de estrecha moralidad y a los mandatos sin sustancia ni trascendencia (puesto que existen exigencias morales sustantivas de las cuales no se preocupan los legionarios morales) y también un elemento positivo, una reivindicación de libertad personal.



Es decir, el acontecimiento puso de manifiesto el interés de muchos individuos por los problemas de la subjetividad.



Debo confesar que abrigo una sospecha. Si la manifestación Tunick hubiera tenido lugar en los comienzos de la década de los ’60, antes del quiebre de 1968 y quizás hasta después, obsesionados como estábamos por la marcha de la revolución, muchos izquierdistas la hubiésemos descalificado como un acto de beligerante frivolidad.



Esta reivindicación por la libertad personal y esta valoración de las dimensiones subjetivas, relacionadas con la sexualidad, el desarrollo emotivo o la conexión con la vida natural, son un aspecto positivo de los cambios culturales ocurridos entre algunos chilenos. Implican una positiva desocialización de la vida, o -como diría Touraine- una reivindicación de sujeto, donde el individuo reclama su libertad frente a una sociedad que quiere imponerle pesadas racionalidades instrumentales.



Pero, por fortuna, estas tendencias nada tienen que ver con los nuevos chilenos que han puesto en vitrina los estrategas de marketing.



_____________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias