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El peligro de la desviación posmodernista

El problema, en realidad, queda resumido de la manera más precisa en una vieja consigna socialista: «el capitalismo no tiene un problema, es el problema».


Parecería ser que todo ha cambiado en los últimos 20 años. Y es que hasta cierto punto, mucho de lo que parecía inamovible, no solo ha cambiado sino que no ha cesado de transformarse. Tal es así, que el carácter mutante de las cosas, de los individuos y de las comunidades en general, con el tiempo se ha convertido ya en un supuesto de trabajo. En esto, el posmodernismo logró adquirir reconocimiento como marco teórico que explicaba la dinámica de lo relativo, de la pérdida del sentido y la ausencia de nortes ideológicos que convocaran al movimiento de masas. Le proveyó de racionalidad a esa extraña y contradictoria lógica entre el desfiguramiento social de la individualidad y el individualismo.



El hombre masa (antes enajenado) de repente descubrió la libertad individual desde el anonimato, y se hizo progresivamente más individuo, sin importar el costo. Soñó con el cielo aunque las cadenas lo anclaran a la Tierra, pues de la fantasía a la realidad material solo quedaba la conciencia, y ésta siempre se puede relativizar, aunque sea con psicoanálisis. Así, el hombre masa posmodernista logró juntarlo todo en una sola explosión de voluntad recóndita que continúa aún reclamando espacios propios desde donde desaparecer. Y en esto, entre la sombra y el rechazo, el posmodernismo se convirtió en el paradigma de nuestro desorientado sentido del ser actual. Perfecto para la generación post-X.



El análisis político, en particular, se ha visto también inundado por las concepciones e interpretaciones posmodernistas. Ha sido una influencia que, debido a lo desacertado de sus conclusiones, puede terminar siendo peligroso para el movimiento de masas de Chile y el mundo entero.



Pensar que el análisis de las tendencias sociales y económicas se reduce a distinguir discursos y contextos que decantan la interpretación de la realidad es relativizarlo todo. Aprovecharse del reconocimiento a las limitaciones del conocimiento humano para sugerir que solo se puede conocer lo superficial y que «todos los conjuntos de relaciones en la sociedad son igualmente importantes» (Lisa MacDonald, 1994) es, sencillamente no comprender la dinámica de las tendencias políticas. Para el análisis político concreto es aún peor suponer que «el pensamiento humano está sellado del mundo exterior por el lenguaje» (Lisa MacDonald, 1994).



Bajo esta óptica, todo reconocimiento de la realidad es, en realidad, solo lenguaje. La explotación del hombre por el hombre tiene la misma significancia que otros juegos de lenguaje que no contemplan la explotación en la economía capitalista. De alguna forma, se rechaza, ni más ni menos, que toda comparación valórica en el estudio de los distintos elementos determinantes de la correlación de las fuerzas sociales.



Ha sido, precisamente, en este sentido en que el movimiento posmodernista ha provocado errores garrafales en el análisis de la situación política, particularmente de la coyuntura. En la mayoría de los casos, esta aportación teórica se ha materializado en una influencia cargada de sensibilidades y elementos culturales, y que no ha hecho más que nublar y distorsionar el examen de la situación política. Ha resaltado elementos tangenciales a la correlación de fuerzas como medulares minimizando, a su vez, el carácter inamovible de las tendencias socio-económicas que guían al sistema en la actualidad. Como no queriendo reconocer que los seres humanos estamos sujetos, la mayoría de las veces, a tendencias desconocidas por los individuos y que el único objetivo de la ciencia es el descubrimiento de dichas tendencias.



Lo más desacertado de la contribución posmodernista al análisis político no es tanto el reconocimiento a las nuevas formas en que la vida se manifiesta en Chile, y en cualquier lado. Todo lo contrario. No hay nada intrínsicamente equivocado en el señalamiento y la definición de las nuevas formas en que la sociedad avanza.



Sin embargo, suponer que estas nuevas expresiones de las relaciones sociales, por si solas, son lo que determina la correlación de fuerzas actual es un error. Como si lo que determinara la forma y la esencia del capitalismo hoy en día hubiese cambiado por el reconocimiento a los nuevos aspectos de la realidad que el posmodernismo nos ha señalado. Peor aún, como si el medio ambiente, la justicia histórica o la defensa de los derechos humanos pudiese transformar la naturaleza del sistema económico vigente que, dicho sea de paso, es abrumadoramente legítimo (por lo menos en Chile). O tal vez, como han sugerido algunos, cambió la razón del pacto social que nos señalaba Rousseau y los incentivos naturales que existen para la participación en una comunidad hayan también evolucionado con el deseo de mejorar el mundo. No. Ciertamente no es así.



Es que en cierto modo, el viejo Marx no ha dejado de tener la razón (cosa que, para sorpresa de muchos, fue reafirmada en gran medida por The Economist en su edición especial de diciembre de 2002, pág. 10). Solo una fuerza política que busque la sustitución del sistema económico actual por otro logrará (si es que accede al Poder, con mayúscula) cambiar las relaciones sociales que la economía sobredetermina. Y quizás, lograr que la sociedad acceda a etapas de desarrollo más justas, más humanas, tal vez, más dignas. A lo mejor, incluso, una sociedad en que realmente se respeten los derechos de todos los ciudadanos.



Gritar al aire, y maldecir la época y sus políticos no solucionará nunca nada. Si no se busca la sustitución del sistema económico por otro que funcione en la práctica y que permita una forma de desarrollo social distinta, se estará siempre perdiendo el tiempo, pues de hecho, se estará reafirmando la aparente democracia del sistema actual. Y en esto, el movimiento posmodernista ha contribuido a lograr la mayor confusión analítica posible.



Quizás lo mejor sea un ejemplo. Una de las tesis centrales del artículo del sociólogo guatemalteco Carlos Figueroa Ibarra «Otro Socialismo para la Izquierda» (publicado en Punto Final en enero de 2002 y previamente en Estudios Latinoamericanos, Nueva Época No. 7, México) fue que «Los seres humanos no solamente se unen en función de los intereses de clase…podemos ver que existen otros factores más aglutinantes que a veces son más poderosos que los intereses de clase: el medio ambiente, el género, la paz, la defensa de los derechos humanos, el nacionalismo, el etnicismo, la religión y los consiguientes movimientos a estos factores agregados bastan para pensar que la lucha de clase no es el único motor de la historia» (el subrayado es mío). Luego señaló: » La idea de la inevitabilidad del derrumbe capitalista es equívoca y tiene un contenido religioso ajeno al marxismo… No está en el terreno de la economía sino en el de las ideologías la clave de la superación del capitalismo».



Como si la preocupación por las emisiones de gases de monóxido de carbono (cosa que en Santiago de Chile es realmente importante) pudiese convocar más a la gente que la lucha por defender el empleo. Como si la preocupación por los agujeros en la capa de ozono en el Cono Sur pudiese movilizar a más gente que las que movilizó las consecuencias del corralito en la Argentina. O peor aún, como si la transformación y superación del capitalismo fuese un problema de tener ganas de superarlo. O quizás, un problema del desarrollo de las ideas. O quizás sea, como soñaron hace décadas algunos románticos, un problema de persuadir a los que no se han convencido ya (con buenas intenciones y argumentos) para poder reformar al sistema y trascenderlo. El problema, en realidad, queda resumido de la manera más precisa en una vieja consigna socialista: «el capitalismo no tiene un problema, es el problema». Ese es el origen, el capitalismo, de los problemas de la deuda externa, de la explotación, de la hambruna en África, de la injusticia de la justicia, de la desigualdad, de la contaminación, incluso, si se quiere, del consumismo.



La clave de la equivocación posmodernista reside en desconocer y en la mayor parte de los casos, lisa y llanamente rechazar, un viejo postulado marxista. Esto es, que todas las relaciones sociales de cualquier sistema están sobredeterminadas por el desarrollo de su sistema económico. En desconocer el hecho objetivo que los seres humanos tienen que alimentarse antes de preocuparse por los derechos de los indígenas, la cantidad de árboles plantados por mes o la deuda, se está negando la raíz misma del problema. Y más aún, se está negando el origen del problema que se señala continuamente. Criticar al consumismo es en realidad perder el tiempo. Es en un poco, y en esto no hay ninguna sola intención burlona o peyorativa contra nadie, pelear a golpes con la realidad. Es decir, es la mejor receta descubierta para perder.



Es un error también creer que atacando a aquellos que administran el sistema capitalista se soluciona el problema. Si se quiere identificar enemigos en una lucha por cambiar el sistema capitalista en otro, se debe buscar a los ideólogos del sistema y sus aliados. A los que con su talento, conocimiento y voluntad construyeron y justificaron un sistema que perpetúa la enajenación humana, la explotación del hombre por el hombre, la violación de los derechos sociales del ser humano. Los analistas y administradores del sistema poco o nada pueden hacer. Es más, muchos de ellos puede que incluso simpaticen con las causas señaladas por el posmodernismo y sencillamente no puedan hacer nada más que dar su apoyo a una causa juzgada como moralmente legítima. El problema reside aún, al igual que antes, en la cuestión del Poder. Y de la misma forma, al igual que antes, las soluciones a los problemas de esta época emanarán de la resolución a la cuestión del Poder.



Existe un problema adicional que, quizás, valga la pena tener en cuenta. El capitalismo, con sus reglas y leyes que reproducen la injusticia en todos los rincones de la Tierra, ha tenido éxitos inobjetables. En Chile, fue el capitalismo liberal el que solucionó el problema de la vivienda, el que permitió que más de un millón de personas superaran la línea de pobreza, el que esencialmente eliminó el problema de la desnutrición, etc. No es que en Chile no haya problemas, los hay, sin duda que los hay. Pero esos problemas no tienen nada que ver con los problemas de la sociedad chilena de hace 40 años.



Tampoco se está negando el costo social que tuvo: esencialmente, haber transformado al país en uno con los peores niveles de redistribución de ingreso (Patricio Meller, 2001, trabajos en progreso, Departamento de Ingeniería Comercial, Universidad de Chile). También es cierto que, mirado desde la distancia, Chile parece ser una excepción a la regla. Quizás lo sea, por razones que no vengan al caso en este ensayo, pero lo claro, lo cierto, es que Chile representa la posibilidad lógica de que el capitalismo solucione problemas sociales importantes en países del tercer mundo. Países que, como Chile, aún dependen de exportaciones de materia primas para crecer económicamente.



Los posmodernistas no se han dado cuenta que todos los problemas que han señalado no son más que restricciones adicionales al problema económico. Para esto, la teoría económica (venga de la escuela que venga) posee soluciones teóricas desde hace tiempo ya. Es decir, en este sentido estricto del problema económico, el posmodernismo no ha hecho más que reinventar la rueda una vez más. Pensar lo contrario es, en la práctica, un error craso.



Los elementos señalados por el posmodernismo no lograrán nunca superar el ámbito de los reclamos economicistas y cortoplacistas. Pensar que la preocupación por el medio ambiente puede alterar el sistema social basado en el capitalismo es tan equivocado como haber creído que la paralización de Francia en el 97 iba a mandar al traste al capitalismo francés. Ambos problemas (y lo de Francia era evidente) jamás cuestionaron la legitimidad del sistema (aunque algunos ultras ambientalistas se lo cuestionen a todo el mundo), el derecho de los ciudadanos a cambiarlo o sencillamente el sentido del mismo.



De hecho, todo conflicto social señalado por el posmodernismo se soluciona con concesiones. Concesiones a las feministas, a los marginados, a los sem terra, a los con deuda, a los desempleados, en fin, concesiones a todo el mundo. Concesiones que jamás cambiarán al sistema pues no buscan su sustitución.



Más que representar una posición política, el posmodernismo se ha desarrollado como movimiento cultural que, desafortunadamente, sí ha influido la posición política de una gran masa de seres humanos alrededor del planeta. Como consecuencia, ha logrado sustituir el énfasis de las luchas sociales y a la vez encauzar el descontento de millones contra todo lo que se perciba como injusto. Pero el origen a los problemas fundamentales señalados por el posmodernismo continúa siendo el sistema económico que tenemos. Negar esto, restándole importancia a lo económico o concentrándose en otros problemas colaterales, solo sirve para legitimar y reafirmar el sistema mismo que los posmodernistas repudian. La solución que logre terminar con algunos de los problemas que existen hoy en día necesariamente comenzará con una nueva hipótesis para solucionar el problema económico. El resto vendrá después. Y más atrás aún, con toda seguridad, aparecerán otros problemas y otras injusticias que señalar. De esto, tampoco se tiene duda.





* Economista, Ph.D. Universidad de Manchester y consultor internacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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