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Con Oscar Hahn en Iowa City


El estado de Iowa está en la región llamada el «Medio-Oeste» (Mid-West) de los Estados Unidos. Incluso para el norteamericano medio, incluidos los medios masivos dominantes y los extranjeros, Iowa es nada más que una región con un paisaje plano, cubierto de extensas plantaciones de maíz, en todo caso el más sabroso del mundo. Un poeta me decía que el «pop-corn» de allí era el mejor que había comido en su vida.



Pero junto a todo lo anterior, a Iowa se la percibe también como un lugar donde nada importante parece ocurrir, especialmente luego de contemplar bucólicamente los extensos y bien cultivados campos de choclos.



El estereotipo sobre Iowa, o sobre el «Medio-Oeste» norteamericano, no concebiría nunca que su capital -Iowa City- sea comparable ni a Nueva York ni a Los Angeles, ni menos a París, Madrid o Londres.



Fue el propio poeta chileno Oscar Hahn, que vive y enseña en la Universidad de Iowa, quien me aclaró muchas cosas, derribando aquellos estereotipos -junto a unas cervezas- y con un fondo de música en vivo del famoso festival de jazz que cada julio tiene la ciudad. El festival es al aire libre, gratis, y tocan los más famosos solistas y conjuntos de los Estados Unidos.



Paralelamente a aquel festival, donde el amante del jazz cree estar cerca del paraíso (se calcula que el promedio de audiencia es de 25.000 personas por cada temporada y es considerado el festival de jazz más importante de Estados Unidos), se realizó -para sorpresa de muchos que venían de Europa o de América Latina- el congreso de una de las asociaciones más antiguas sobre estudios de literatura Ibero América en los Estados Unidos. Muchos escritores y académicos llegamos a Iowa City con aquel estereotipo mencionado y que probablemente es el origen de otro estereotipo más universal: el gringo ingenuo y simplote (el otro, como se sabe, es el del gringo arrogante y colonialista).



Aquel norteamericano del Medio-Oeste es amable y campechano, pero de acuerdo al implacable estereotipo, carece totalmente de un aura espiritual e intelectual que -por el contrario- les sobra a los/as que han vivido en las grandes ciudades, recintos únicos de las «luces» y de la creación artística. Incluso el escritor chileno José Donoso en su novela Donde van a morir los elefantes [1995] machacó la imagen del Medio-Oeste como supuesta falta de espiritualidad.



Eso me recuerda a un poeta latinoamericano que no aguantó vivir en Canadá porque «en Chile hay mucho más intensidad vital y suceden más cosas en una semana que en dos años en Canadá», o una escritora argentina residente en Paris quien me decía en Iowa City que no entendía cómo era posible vivir en un lugar como aquel, viendo sólo plantaciones de maíz.



Sin la conversación con Oscar Hahn yo quizás habría salido de allí con la misma idea de aquella escritora. Es decir, dudar que de un lugar casi pastoril, agrario, apacible, surgiera alguna actividad artísticamente creativa que se supone sólo es posible en las grandes urbes. Especialmente ahora que con la globalización se insiste que la gran mega-ciudad será el centro donde fluirá tanto la creación sin medida como lo peor de Sodoma y Gomorra. Piénsese por ejemplo en la imaginaria ciudad virtual de la película norteamericana Inteligencia Artificial o de la mexicana Amores perros.



Con aquel festival de jazz en Iowa City se comprobaba que en Estados Unidos no todo lo artístico ocurre en Nueva York o en ciudades parecidas. Pero había más cosas que Oscar Hahn me tenía que contar.



Primero, algo que no podía creer. Esa ciudad apacible ha producido 35 premios Pulitzer que fueron dados a poetas, novelistas, dramaturgos, historiadores, periodistas, fotógrafos, dibujantes y ensayistas que estuvieron ligados de una u otra forma a la Universidad de Iowa como estudiantes o profesores. También estuvieron ligados a su universidad, entre otros, la escritora Flannery O’Connor, el poeta y novelista Raymond Carver, la escritora chicana Sandra Cisneros, el narrador chileno José Donoso. Hahn me decía que José Donoso (a pesar, digo yo, de lo que escribió en Donde van a morir los elefantes sobre el Medio-Oeste), por el cariño que le tenía a esa universidad, regaló en vida todos sus manuscritos, cuadernos y correspondencia, incluido el de El obsceno pájaro de la noche.



Con Hahn comentábamos que probablemente Donoso no los regaló a Chile porque a lo mejor (y él quizás lo intuía) iban a quedar arrumbados en un oscuro rincón de alguna institución pública, desgajándose por la humedad y el olvido. En la conferencia a que asistí, la biblioteca de la universidad expuso todo aquello en un lugar privilegiado, para que los contemplaran los asistentes al congreso y cualquier visitante en el futuro.



Hahn también me habló de los famosos talleres de literatura que ofrece la Universidad de Iowa. Más aún, me dijo que fue en Iowa donde surgió, en 1936, el primer concepto de «taller literario» que luego se difundió por todas partes, incluido Chile, donde abundan ahora como callampas. Es muy probable que José Donoso, influenciado por lo que vio en Iowa, trasladara a Chile aquella idea, pues él mismo organizaría en Santiago durante los ’80 uno de los primeros talleres para escritores jóvenes.



La universidad de Iowa tiene varios muy prestigiosos: el taller de escritores, el taller de ensayo, el taller de teatro y el taller internacional de escritores, fundado en 1967. Este último uiowa.edu/~iwp se ofrece cada semestre -entre septiembre y diciedmbre- y es únicamente para escritores extranjeros. Se les da beca completa a un total de 20 escritores/as de todas partes del mundo. Entre los chilenos que fueron galardonados por ese taller internacional están: José Donoso, Oscar Hahn , Alberto Fuguet, Jaime Collyer, Roberto Ampuero, Sergio Gómez, Germán Carrasco, Carlos Cortínez, Carlos Morand, Hugo Correa.



Sin embargo, junto a la importante cantidad de escritores/as que han sido parte de esa ciudad, aparentemente aletargada por el paisaje rural o agrícola, hay un valioso poeta chileno, profesor de esa universidad, que también pertenece a aquella larga lista de artistas. En la avenida Iowa City, en las baldosas de las veredas (me las muestra Hahn), grabadas, hay una extensa lista de nombres de escritores -o frases tomadas de sus novelas o poesías- que han estado conectados a la universidad de esa ciudad. Se llama «Paseo Literario de la Avenida Iowa». Sé que alguna vez la universidad de Iowa pondrá allí algunos versos de Oscar Hahn, cosa que a lo mejor nunca harían en Chile con escritores o artistas, pensadores o científicos, en ninguna pared, paseo peatonal ni vereda pública.



Me voy de Iowa con otra imagen gracias a la buena conversación y compañía de Hahn, meditando que el viejo tópico de «la alabanza de la aldea» no ha desaparecido del todo en los países del primer mundo, aunque se crea lo contrario. Porque hay que reconocer que los movimientos que defienden la agricultura tradicional contra la revolución genética o amparan el equilibrio ecológico, surgen de aquella «alabanza a lo natural». Al contrario de lo que ocurre en los países del tercer mundo, donde se vacían cada vez más las regiones rurales por una explosiva migración a las urbes, creyendo que sólo en la megalópolis postmoderna se encontrará el origen de la felicidad.



* Javier Campos es escritor y académico chileno residente en EE.UU.



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SOBRE OSCAR HAHN:



Oscar Hahn escribe versos de amor (21 de julio de 2001)



Encuentros cercanos con Enrique Lihn, por Oscar Hahn (6 de agosto de 2000)



»Si yo fuera un poeta prolífico estaría sufriendo todo el tiempo» (10 de julio de 2000)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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