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Con parche en el ojo y pata de palo

Sólo el síndrome 11 de de septiembre ha evitado que todos estos escándalos se hayan convertido en un nuevo Watergate.


Navegamos literalmente en la desconfianza y la incertidumbre, cual náufragos buscando un atesorado madero de salvataje. El corazón del sistema planetario tiene un preinfarto, consecuencia de la defraudación en cadena, que se destapó con la Enron, luego con World Com, pasa hoy por Bristol-Myers, suma y sigue.



Un acertado caricaturista mostraba la debacle de las grandes corporaciones acusando a los talibanes internos, enquistados en el centro neurálgico de los mercados de valores. La buena fe está por los suelos. Firmas sacrosantas como Arthur Andersen han desaparecido por falsear balances. El vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, ha sido demandado por prácticas contables fraudulentas que inflaron los resultados de su ex empresa, engañando a los inversionistas y provocando grandes pérdidas en millones de pequeños ahorristas.



La organización Judicial Watch sostiene que se sobrevaluaron las acciones de la compañía Halliburton, donde Cheney fue presidente ejecutivo entre 1995 y 2000.



La SEC, Comisión de Seguridad e Intercambio, reguladora del mercado bursátil más importante de la economía mundial, acusó a WorldCom de fraude por registrar 3 mil 850 millones de dólares de pérdidas como gastos de capital.



Todas estas situaciones han demostrado la necesidad de nuevas medidas legales para sancionar el fraude. Por otra parte, como un coletazo de la crisis se ha evidenciado que frente a la colusión de intereses de las grandes corporaciones y altos funcionarios del gobierno, se hace imprescindible contar con mayores regulaciones para controlar el financiamiento y aportes privados a los partidos políticos.



George Bush ha anunciado un incremento en las penas por fraudes para proteger a los accionistas, creando la Comisión Federal Especial para coordinar las investigaciones en esta avalancha de casos de defraudación. Sólo el síndrome 11 de de septiembre ha evitado que todos estos escándalos se hayan convertido en un nuevo Watergate.



Si a Clinton se le puso en jaque por mentir en un proceso referido a su relación con la pasante Mónica Lewinski, los hechos actuales son tan graves que ameritarían un juicio político de gran impacto, pues el sistema global se ha resentido por estas prácticas deshonestas de poderosos conglomerados multinacionales.



¿Qué percepción pueden tener los mercados frente a estas crisis reiteradas y que han sido consecuencia de un manejo gangsteril de los negocios internacionales?



De partida, los inversionistas han tendido de manera natural a refugiarse en instrumentos de renta fija y bajo riesgo, como lo son los bonos soberanos o títulos reajustables emitidos por los bancos centrales. En una tendencia de mediano y largo plazo, los inversionistas podrían volver sus ojos hacia portafolios de nuevos proyectos, donde el volumen de negocios y la constatación de quienes son los que conducen los proyectos, hagan disminuir y diversificar el riesgo.



Frente a la desconfianza que generan hoy los gigantes corporativos, en un cambio de paradigma, pueden abrirse espacios para proyectos de carne y hueso, lo cual podría favorecer a compañías de mediano porte, particularmente de innovación, que puedan ser mucho más transparentes para los inversionistas.



Paradójicamente, los hechos comentados deberían reflejarse en los ranking de riesgo país. En rigor, Estados Unidos debería aumentar su riesgo por el efecto corrupción, una situación que siempre criticaron ácidamente a los países menos desarrollados.



No cabe duda que estas señales demuestran la permeabilidad de los mercados de valores supranacionales al manejo delictivo de mafias y carteles. Es un factor de riesgo que nunca se ha terminado de acotar, ya que implica destapar sistemas complejos en los que flujos enormes de capital se incorporan a operaciones normales de las economías, tipificando un delito que permanece en la nebulosa más por falta de voluntad política que por recursos tecnológicos o de información: el lavado de dinero.



Si el actuar delictivo de estos piratas de cuello y corbata funciona de esta forma en los centros principales, imaginemos cómo lo vendrán haciendo en países de la periferia, donde los sistemas son más centralizados y el control ciudadano y de la prensa son más débiles.



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