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Universidades regionales, ciudadanía y Estado replegado

En todas las dimensiones de la vida nacional vemos ese comportamiento irresponsable de un Estado que quiere ser aséptico frente al mercado como principal asignador de recursos, lo que es un falso dilema, como fue demostrado por el despliegue del modelo en los países que lo crearon o son campeones en su utilización: Alemania y Estados Unidos.


Al participar activamente en el Chile real, ese que se vive en las regiones, se detectan síntomas de la incubación de un gran sueño colectivo: el de fortalecer la voz de la sociedad civil regional.



Por cierto, captar este fenómeno aún está vedado a la gran mayoría de nuestros compatriotas, porque lo perciben sólo los medios de comunicación más innovadores pero poco masivos. Los otros están atrapados en la lucha por sobrevivir entre la farándula y los líderes mediáticos que actúan en el escenario capitalino.



En ese sueño, varias de las universidades regionales tienen un papel central, al acoger o liderar las iniciativas que poco a poco incrementan la asociatividad entre actores de las realidades locales, tales como asociaciones empresariales, corporaciones privadas, aparatos gubernamentales, gobiernos regionales, asociaciones de municipios, ONGs, lideres locales, diputados, senadores, consejeros regionales, colegios profesionales y sindicatos, entre otros, con miras a enfrentar temas cruciales como la responsabilidad social y la ciudadanía, aunque aún marginales o sumergidos en la inmediatez de lo cotidiano.



Todo esto porque la responsabilidad social de las universidades no es ajena a la responsabilidad individual ciudadana. Es indivisible, ya que las personas en las universidades pueden ser alumnos, académicos, administrativos, directivos, investigadores, docentes, pero antes que todo siguen siendo ciudadanos.

Las universidades regionales, por su compromiso con el país, pretenden cumplir su misión con excelencia en torno al cultivo de las funciones tradicionales que les son propias, y con énfasis en la tarea de formar personas. Esto implica no solo velar por su desarrollo integral, sino también por su inserción social, por su integración social con excelencia al servicio de Chile a través de la comunidad local y regional en que están insertas.



Evidentemente, asumir el desafío de fomentar la integración y el servicio a la comunidad conduce necesariamente a tomar conciencia del ser ciudadano, de sus derechos y deberes, de su potencial en democracia. Por ello, fortalecer el empoderamiento de la ciudadanía desde las regiones constituye un aspecto relevante de la misión de la universidad regional.



Al igual que otras instituciones, la universidad tiene la posibilidad de mirar la sociedad desde un ámbito menos contingente, pero a diferencia de otras, estar descentralizada y localizada en el país real le otorga el privilegio de reflexionar a una distancia mayor, porque lo hace desde la escasez que implica una histórica mala distribución centralista de los recursos y desde fuera de los círculos tradicionales del poder central.



Esa mayor distancia permite a varias universidades regionales avanzar hacia hacer algo clave hoy en Chile: cuestionar, criticar y denunciar el comportamiento replegado del Estado hacia una subsidiaridad que ni el propio Milton Friedman pudo imaginar, porque es más bien una cínica neutralidad que se traduce, en la vida cotidiana, en cerrar los ojos ante la evidencia de las desventajas de inicio con que las personas e instituciones se aproximan a cualquier mercado -del consumo, de la salud, de la justicia, de los proyectos concursables, de la educación básica, media y superior, del rendimiento estudiantil, de la formación integral, de los deportes, de la tecnología, de la globalización, de la democracia, de la lucha electoral, de la formación ciudadana, del teatro, de la música o del ocio.



En todas las dimensiones de la vida nacional vemos ese comportamiento irresponsable de un Estado que quiere ser aséptico frente al mercado como principal asignador de recursos, lo que es un falso dilema, como fue demostrado por el despliegue del modelo en los países que lo crearon o son campeones en su utilización: Alemania y Estados Unidos.



En esas sociedades, el Estado se encuentra lejos de la neutralidad e interviene activamente cada vez que las condiciones para la igualdad de oportunidades o la competencia no son adecuadas. Alemania subsidia para proteger su agricultura, Estados Unidos protege con salvaguardias su industria del acero frente a la competencia desleal y se fomenta fuertemente la innovación tecnológica.



En EEUU, Silicon Valley no fue un invento de Gates y otros genios, sino la decidida voluntad política del gobierno federal al crear las condiciones para que la genialidad de sus emprendedores floreciera.



Por el contrario, en un contexto de desigualdades profundas: sociales, educacionales, de capacitación y de acceso a la tecnología, tanto entre individuos como entre instituciones, empresas y regiones, un Estado replegado hacia la neutralidad exacerba las desventajas de inicio, profundiza las desigualdades, masifica los consumidores y produce pocos ciudadanos.



Para ser y ejercer como ciudadanos se requiere formación, y si esto es un valor a preservar y fomentar en el Chile de hoy, entonces es vital el apoyo público a las instituciones y medios de transmisión de conocimiento y de información comprometidos con valores insustituibles como la verdad, la justicia, la democracia, la tolerancia y la igualdad de oportunidades.



Reconstituir esa red de formación para fortalecer la ciudadanía es una tarea inmensa, porque trae consigo la necesidad de impulsar un cambio cultural, social y económico que, a lo menos, es delicado e incómodo porque es allí donde el liderazgo y la coherencia se juegan su compromiso real con la ética.



Al respecto, ¿cuántos de nuestros lideres están hoy justificando los desequilibrios, por conveniencia o desesperanza, con el discurso facilista de la modernidad o de la globalización y para estar en la cresta de la ola a todo evento?



Varias de las universidades en regiones intentan aproximarse hacia un comportamiento ciudadano y social más responsable. Buscan hacerse cargo de su realidad concreta en la escasez, en la periferia de la centralidad del poder capitalino, en la formación con excelencia de todo chileno capaz de ingresar. Están empeñadas en hacer realidad la igualdad de oportunidades en el acceso y mantención de las personas en las aulas. Quieren ser la mejor solución posible, poniendo su máximo esfuerzo, para cada persona rica o pobre que acceda a la universidad.



Y una vez que las personas han ingresado a sus salas, talleres y laboratorios, las universidades en regiones quieren tener claramente una opción por los más necesitados en formación profesional y personal, ricos o pobres, porque no sólo los pobres necesitan apoyo para convertirse desde personas-proyectos de profesionales en personas formadas integralmente para ejercer su profesión al servicio de sus comunidades. Porque quieren que sus alumnos sean agentes de desarrollo, ciudadanos socialmente integrados y no sólo oferentes de servicios profesionales y consumidores de bienes y servicios.



El Estado y los agentes que lo representan y conducen deben actuar subsidiariamente frente a la iniciativa privada, pero con voluntad y decisión en pos de la integración social, política y económica de todos y cada uno de los chilenos, dejando de lado la cínica neutralidad.



* Vicerrector académico de la Universidad del Biobío.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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