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Ojo con el perdón


En su edición de ayer domingo, el diario La Tercera publicó una entrevista al sacerdote católico Joaquín Alliende, al que se presenta como uno de los consejeros más influyentes del cardenal Francisco Javier Errázuriz (su «mano derecha», se escribe), hombre de grandes vínculos y que posee el aval de «su reconocida lucha por los derechos humanos en la etapa más dura del régimen militar» que, a pesar de lo dura, La Tercera esquiva de nombrarla como dictadura, término que incluso podría justificarse simplemente en aras de la precisión.



Alliende, del movimiento católico Schoenstatt, como Errázuriz, confirma que la Iglesia Católica está promoviendo que se indulte a los militares de bajo rango que, mandados, participaron en violaciones a los derechos humanos y que muestren ahora un verdadero arrepentimiento. Esto, por cierto, después de la investigación y condena de los responsables.



Alliende lanza esta propuesta, ante todo, como una idea a ser pensada y debatida en la sociedad, en la línea de ciertos «perdones emblemáticos».



Verdaderamente, el tema es digno de reflexión. Aunque eso signifique, y habría que advertirlo desde ya, levantar la alfombra bajo la cual la transición optó, con argumentos diversos, por esconder nuestras peores miserias y barbaridades.



Por lo demás, la posibilidad de reducir las diferencias, ese slogan tan cacareado, es algo que la mayoría de los chilenos seguramente desea, pero sin que le pasen gato por liebre, o sea, estableciendo que entre esas «diferencias» hay cosas que son inaceptables y que no pueden tener, como algunos pretenden, algún tipo de justificación política.



Llegar al convencimiento del perdón pasa inevitablemente por confrontar el horror de lo vivido y descubrir y señalar a sus culpables. Pero a todos: no sólo a los subalternos ejecutores, sino que también a los mandantes y, por cierto, a los que políticamente avalaron, sostuvieron, respaldaron, aceptaron e incluso se regocijaron con la política del terror.



¿Es posible hacer eso con Pinochet vivo? ¿Es verdaderamente factible sin caer en la hipocresía, tomando en cuenta los vínculos, poderes y roles que hoy juegan tantos actores, funcionarios y sostenedores de la dictadura?.



Bueno, sí es posible si en la mayoría de ellos hubiese genuino arrepentimiento. Porque en el arrepentimiento estaría la clave. Pero indicios de ello, seamos sinceros, no se ve casi por ninguna parte.



Podría decir que la iniciativa del cura Alliende parte mal, porque arranca de una distorsión. Seamos bondadosos y supongamos que se trata de un error, un desliz, un tropiezo. ¿De qué se trata?.



Se trata de que Alliende propone perdonar a violadores de los derechos humanos que han «recapacitado», y los compara con algunos miembros de grupos armados de izquierda indultados «como ocurrió con Marcela Rodríguez, la ‘mujer metralleta’, que está en Italia haciendo una labor de recuperación. Eso se tendría que hacer por los dos lados, con una equivalencia de los dos campos que se enfrentaron» (el subrayado es nuestro).



Error, desliz o tropiezo inadmisible. Poner en un mismo plano a los violadores de los derechos humanos con los subversivos que lucharon contra la dictadura es una aberración. No hay que olvidar nunca que los primeros cometieron las atrocidades usando el poder y los aparatos del Estado. Y, en rigor, sólo los agentes del Estado cometen violaciones a los derechos humanos. El resto son delitos, horripilantes y repudiables según los casos, pero delitos.



Alliende -que, de acuerdo a la presentación que de él se hace, no calza con la figura del ingenuo- no sólo comete ese desvarío, sino que además acepta la tesis de la dictadura de que en Chile hubo un enfrentamiento.



Si damos fe de la importancia que se le achaca, del rol que dicen juega, del nivel de influencia que se señala que tiene Alliende, estaríamos ante un giro histórico de la Iglesia Católica en cuanto a la interpretación que hace de la dictadura, asumiendo la mentira del enfrentamiento y, por consiguiente, de la «guerra interna». Pero, claro, siempre existe la posibilidad de que se trate de una simple equivocación. Una equivocación, eso sí, no tan simple.



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