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El manipulador como un indefinidor

Para tener un Chile que sea más Chile para todos, nuestros administradores deben crecer con sus instituciones, corporaciones o empresas y no a costa de ellas.


Evidentemente el titulo de esta columna parafrasea el del difundido y excelente libro El administrador como un definidor, del profesor Oscar Johansen (Editorial Gestión, Stgo. 1998). Fue necesario, porque de lo que se trata aquí es de poner en relieve lo que sucede en la otra cara de la moneda y para el momento histórico de nuestro país.



En Chile, por la apertura de nuestra economía y la asociación mediante tratados con los grandes bloques económicos mundiales, prácticamente todas las instituciones -empresas, servicios públicos, municipalidades, universidades públicas, etc.- están hoy ante el desafío no menor de tener que abordar una nueva fase de desarrollo.



Deberán tender a la excelencia en las funciones que realizan, pues éste será el requisito esencial para asegurar la cobertura total. Tendrán que tener estándares internacionales de calidad para satisfacer las necesidades de las poblaciones a las que sirven.



Para las universidades públicas, por ejemplo, Harvard ya no está a 10 mil kilómetros en medio del frío de Cambridge, sino a un clic en la web, asociada con la Universidad Virtual del Instituto de Monterrey para liderar el mercado del e-learning y desplegada en toda Latinoamérica a través de poderosas alianzas estratégicas.



Así una empresa, un servicio público, una universidad pública o un municipio, para competir en un mercado abierto y globalizado de servicios donde el competidor ya no es necesariamente local, tendrá que avanzar hacia niveles de excelencia superiores y requerirán para ello de personas que las conduzcan hacia esas alturas con esa altura.



La administración, que constituye un proceso fundamentalmente de la toma de decisiones en el momento oportuno y hacia los fines de la institución de que se trate, tiene en esta tarea una función central en la que, tal como lo indica Johansen, el administrador es ante todo un definidor.



Por lo mismo, un buen administrador no es otra cosa que un buen definidor y este, al interior de su organización, debe «(…)lograr la desmaximización de los objetivos de las partes, incluyéndose él mismo como parte, para así poder maximizar los objetivos de la totalidad». (Johansen, pág. 236)



En este marco el individuo crece con la institución, es decir, la persona a cargo, el jefe, usa sus habilidades -lidera, motiva, comunica, negocia- y define oportunamente para alcanzar los objetivos y metas en el marco de la misión de su institución.



Por el contrario, el manipulador es, ante todo, un indefinidor. Recibe gustoso el poder que -vía elección o designación, pero siempre por confianza- se le otorga, recibe prestamente su mayor remuneración y usa ampliamente las herramientas para la administración, pero deja que los procesos se autoconduzcan, incentiva la maximización de los objetivos de las partes asegurando así su neutralización, se incluye como parte para vigilar sus intereses personales y, de paso, minimiza los objetivos de la totalidad, de la organización en su conjunto.



En este otro marco, el individuo privatiza los beneficios para sí mismo a costa de la institución, es decir, la persona a cargo, el jefe, mal usa sus habilidades de administración -liderazgo, motivación, comunicación, negociación-, no define oportunamente e impide alcanzar los objetivos de su institución. Digámoslo derechamente, traiciona a su corporación en beneficio propio e incluso a veces, a río revuelto y antes de ser descubierto, huye para iniciar el mismo proceso en otra empresa.



Sirvan como ejemplo de lo anterior algunos de los ejecutivos de las empresas estadounidenses Enrom, Arthur & Andersen, WorldCom y Xerox, entre otras, quienes llegaron al delito de falsificar la contabilidad de sus empresas abultando las cifras, haciendo subir con ello artificialmente el valor de las acciones en bolsa, todo ello porque finalmente sus ingresos anuales dependían de la «eficiencia» medida por las ganancias de la compañía en ese mismo período.



En paralelo, el daño producido a la gente que fue engañada es inmenso, porque perdieron todos sus ahorros y fondos para jubilación invertidos en acciones de esas empresas, pero también es grande el impacto negativo sobre la credibilidad en el modelo financiero, porque esos ejecutivos traicionaron la confianza no sólo de sus empresas, sino también del público.



En definitiva, es necesario que las personas colocadas en el rol de administradores, en el sector privado, público o institucional, actúen con estricto apego a las normas éticas universales y con lealtad a la corporación que las cobija. Por supuesto es también clave que especialmente los directorios, pero también las personas, ya sea como accionistas o miembros de las empresas o instituciones, vigilen la conducta de sus administradores. Con ello se evitarán sorpresas desagradables.



Para tener un Chile que sea más Chile para todos, nuestros administradores deben crecer con sus instituciones, corporaciones o empresas y no a costa de ellas.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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