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Recuerdo de Clodomiro Almeyda

Uno de los aspectos que más admiro en Clodomiro Almeyda es que poseía una cualidad bastante escasa entre los intelectuales marxistas chilenos: su erudición y su apertura.


Deseo pagar una deuda con la Fundación Clodomiro Almeyda y participar, aunque sea desde lejos, en el homenaje a la memoria de quien fue uno de los más importantes dirigentes socialistas chilenos. Por motivos fuera de mi voluntad no asistí a la ceremonia en que se celebraron cinco años de su muerte, pero -debo confesarlo- se trató de un lapsus, de un olvido. Esto significa, sin duda, que alguna fuerza oscura dificultaba mi discurso. No puedo negarlo, ya que soy un convencido de los estragos del inconsciente.



Mi homenaje no constituirá una alabanza sin matices. Pienso, sin haberlo conocido en el terreno personal, que a él no le hubiera gustado verse tratado como un santón o un profeta. Clodomiro Almeyda fue un político y un intelectual de lo político, por lo que en sus acciones y sus pensamientos actuaba la dialéctica de las determinaciones históricas que en ocasiones abren espacios y en ocasiones los cierran. Estas, por supuesto combinadas con múltiples mediaciones, influyen en definir lo deseable y a veces hasta lo pensable.



Además, como todo político, Clodomiro Almeyda cometió errores de apreciación y cálculo. Realizó acciones con las cuales no estuve de acuerdo en su momento, o no lo estoy ahora en un análisis retrospectivo.



Uno de los aspectos que más admiro en Clodomiro Almeyda es que poseía una cualidad bastante escasa entre los intelectuales marxistas chilenos: su erudición y su apertura. Quizás la primera virtud provenía de la segunda. Su deseo de búsqueda, su voluntad de no anquilosarse y de huir del dogmatismo, lo impulsaron al estudio de una variedad de autores y corrientes, sin limitarse a las que consagró la ortodoxia reinante.



De ahí provino su interés por el marxismo chino y especialmente su fecunda conexión con los teóricos de la revista Monthly Review (Baran y Sweezy, entre otros), desconfiables por su originalidad en algunas cuestiones respecto a los clásicos y por su critica a la URSS.



Pudo practicar esa búsqueda porque militaba en un partido que, como él, tenía una concepción abierta del marxismo. Pero no todos los socialistas tuvieron su pasión por la búsqueda teórica ni su voluntad antidogmática. En ese partido también existieron ortodoxos que en vez de santificar a Stalin o a Lenin subieron a Trotsky a los altares. Me parece que la curiosidad intelectual salvo a Clodomiro Almeyda de esos excesos.



Creo que también influyó en ello la voluntad de experimentación política de su partido en esa época, la que desgraciadamente sufrió una importante merma con el proceso de izquierdización de la segunda mitad de la década de 1960. Clodomiro Almeyda alentó ese proceso de búsqueda de nuevos caminos que significó la participación socialista en el gobierno de Ibáñez entre 1952 y 1958.



La realización de una política de sello nacional popular termino en un fracaso a muy corto plazo, pero tuvo sentido en su época, porque apuntaba en la dirección de experimentar con fórmulas latinoamericanas, en un momento en que todavía no se producía la derechización de los partidos referentes de una política de ese tipo, como eran la Alianza Democrática de Venezuela, el APRA peruano y el MRN boliviano, el cual estaba embarcado en la gran experiencia de reformas progresistas iniciadas con la revolución de 1952.



Almeyda participó de manera activa en esa experiencia sui generis, siendo incluso ministro del gobierno de Ibáñez.



A él personalmente ese fracaso no le dejo una marca negativa y motivadora de tácticas dogmáticas, como a otros dirigentes socialistas. Contribuyó con varios granos de arena al proceso de izquierdización del Partido Socialista, como lo reflejan algunos artículos en Punto Final, pero no se convirtió, como otros, en un adepto de esa suerte de versión chilena de la «revolución permanente» que hicieron suya muchos dirigentes socialistas. Para ésta la única táctica posible era agudizar las contradicciones «avanzar sin transar».



Todo lo contrario. Durante ese periodo clave de la lucha de la izquierda chilena por conjugar democracia y socialismo que fue la Unidad Popular, Almeyda estuvo a favor de la formación de grandes mayorías por los cambios. Acompañó a Allende en la lucha por ampliar las bases políticas de la alianza, por moderar la ceguera de la oposición demócratacristiana y la obstinación de los grupos «maximalistas» de su propio partido. Se dio cuenta que la sola voluntad no servía para avanzar, y que la retórica revolucionaria reducía las posibilidades de acuerdos. Percibió que sin ellos naufragaría la difícil construcción de compatibilidad entre cambios sociales anticapitalistas y democracia.



En la división socialista de 1979, este marxista culto y abierto tomó partido por el sector que el lenguaje político de la época caracterizó como «ortodoxo». Sospecho que temía los estragos ideológicos del viraje socialdemócrata que había adoptado la «renovación socialista». Por eso mismo me extrañó su relativo silencio en los siete primeros años de la Concertación, que fueron los que le tocó vivir. Esperé muchas veces sus palabras de advertencia frente al desdibujamiento político e ideológico del socialismo.



Deseé oír su voz de alerta frente al debilitamiento del proyecto de democratización radical de la sociedad, que es lo único que le puede dar sentido a un Partido Socialista. No la oí, quizás porque no puse la atención debida.



Pienso que de estar todavía vivo, Almeyda habría dicho que lo importante en el momento actual no es llamarse marxista. Que lo importante es no perder de vista que las luchas por una verdadera democratización de la sociedad chilena hacen necesaria una crítica profunda al capitalismo neoliberal, y una búsqueda de alternativas anticapitalistas.



Las posibilidades históricas de la hora presente no son, sin duda, las de la década del ’60. Pero un partido que se llama socialista debe tener presente no solo el presente, sino también el futuro. Eso no se soluciona con la mención de Marx, sino con un proyecto que en el presente busque los huecos posibles de una política popular y progresista, pero sin abandonar la idea que el capitalismo debe ser criticado por la dificultad de realizar en él una verdadera democracia política, material y cultural.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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