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Latinobarómetro y desarrollo: Contradicciones e inconsistencias

Los ciudadanos de América Latina rechazan la vía usualmente pregonada para el desarrollo que Sen describe como de «sangre, sudor y lágrimas» y reclaman la aplicación de un modelo que sea a la vez igualitario y libertario. No es casualidad que la institución internacional peor evaluada sea el FMI.


Mientras Mac Iver nos decía al comienzo del Centenario de la República: «Parece que no somos felices los chilenos…», un ensayista del Bicentenario nos podría decir: «Parece que nos estamos poniendo idiotas», es decir, no ciudadanos, no políticos en la traducción de los antiguos griegos.



Por lo menos así se desprende de la revisión de las principales conclusiones de la Encuesta Latinobarómetro 2002.



Esta muestra un cuadro de creciente desafección e indiferencia hacia la democracia que debiera preocuparnos. Un 31 por ciento de los chilenos y un 29 por ciento de los ecuatorianos son indiferentes al tipo de régimen político (democracia o autoritarismo), en contraste con Uruguay y Costa Rica, donde estos porcentajes son sólo del 9 y el 7 por ciento, respectivamente.



El índice de satisfacción con la democracia nuevamente deja a Chile en un mal pie en el contexto latinoamericano: mientras Costa Rica presenta un 75 por ciento de satisfacción, en Chile -a la inversa- el 69 por ciento no está satisfecho con la democracia.



Al comparar estos indicadores con el Eurobarómetro es América Latina la que reprueba. Mientras en Europa Occidental el 78 por ciento de sus ciudadanos declara su apoyo a la democracia y el 58 por ciento satisfacción con ésta, en nuestro continente estos porcentajes son de 56 y el 32 por ciento, respectivamente.



Retomaremos más adelante este recuento, para centrarnos ahora en la parte de la encuesta que claramente interpela a todos aquellos que se interesan por la política económica.



La primera señal de contradicciones e inconsistencias en este plano la encontramos al revisar la relación entre desarrollo económico y democracia. El 52 por ciento de los latinoamericanos declara que el desarrollo es más importante que la democracia y un 17 por ciento estima que ambos lo son por igual. Para Chile esta relación es de 59 y 19 por ciento, respectivamente.



Esta curiosa distribución muestra un problema de fondo. Los latinoamericanos y en particular los chilenos hemos asimilado un concepto de desarrollo reduccionista y añejo, propio de las influencias del paradigma neoliberal, que tiende a homologar la idea del desarrollo con la de crecimiento económico y desconoce así las múltiples sinergias que ofrece un enfoque integral del desarrollo y que incorpora los nuevos aportes de las teorías del capital humano, neoinstitucionalismo, capital social, revaloración del rol del Estado, entre otras.



En ese sentido, nuestra afirmación es que el desarrollo incluye pero excede la política económica en sentido estricto. El desarrollo incorpora la reforma institucional y política, así como la integración social y un amplio abanico de cambios necesarios para remover sus obstáculos. Por cierto, estos propósitos son inalcanzables sin democracia.



El Premio Nobel de Economía 1998, Amartya Sen, nos ha demostrado que los derechos civiles y políticos facilitan el crecimiento económico. Entonces, si aspiramos al desarrollo, necesitamos más y mejor democracia.



Adicionalmente y volviendo al Latinobarómetro, los otros resultados que vinculan política y economía siguen acusando contradicciones importantes. Mientras el 57 por ciento (48 por ciento en Chile) de los encuestados afirma que el modelo de economía de mercado sigue siendo el más conveniente, sólo un 24 por ciento (19 por ciento en Chile) de éstos se declara satisfecho con su funcionamiento.



Asimismo, entre 1998 y 2002 disminuyen de un 51 a un 35 por ciento los que dicen que el Estado debe dejar la actividad productiva a los privados. Bajan de un 46 a un 28 por ciento los que perciben que las privatizaciones fueron beneficiosas en sus países. Todo ello en un contexto de alta percepción de injusticia en la distribución del ingreso, con un 63 por ciento para Latinoamérica y un alarmante 89 por ciento para Chile.



Esta paradoja nos recuerda que -como dice el refrán- no hay peor ciego que el que no quiere ver. Las evidencias están claras: lo que se cuestiona en Latinoamérica es la aplicación específica que se ha impuesto del modelo de economía de mercado. Sobre todo cuando sabemos de las diferencias entre el turbocapitalismo o capitalismo de Wall Street y el capitalismo renano o economía social de mercado.



Los ciudadanos de América Latina rechazan la vía usualmente pregonada para el desarrollo que Sen describe como de «sangre, sudor y lágrimas» y reclaman la aplicación de un modelo que sea a la vez igualitario y libertario. No es casualidad que la institución internacional peor evaluada sea el FMI.



Esto no es herejía ni voluntarismo. La experiencia europea de casi medio siglo, con la construcción del Estado Social y Democrático de Derecho, nos indica a los latinoamericanos que el cambio es posible.



Para ello es necesario que refutemos la recurrente aspiración del neoliberalismo en constituirse en pensamiento único e impulsemos un giro social en nuestras economías de mercado.



* Investigador del CED, ingeniero comercial y doctor (c) en Ciencias del Management.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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