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SIES: una solución que merece todo el apoyo


Si el Consejo de Rectores persevera en el comienzo de solución dado a la cuestión de cómo modificar la PAA es posible que, al final, se logre el objetivo principal perseguido por el SIES; cual es, reforzar los aprendizajes escolares como medio para mejorar los resultados de la enseñanza secundaria y para seleccionar a quienes ingresan a la educación superior.



Tras meses de arduo debate, el Consejo ha reconocido finalmente la necesidad de aproximar las pruebas de selección a los contenidos aprendidos y a las destrezas cognitivas desarrolladas por los alumnos durante sus años de liceo.



La necesidad de ir en tal dirección, que a muchos parece de suyo evidente, ha sido la causa última de la intensa polémicade los últimos meses.



En efecto, no todos perciben de la misma manera esa necesidad. Incluso, hay quienes sugieren que no vale la pena hacerse cargo de ella.



Suele argumentarse—y se ha hecho con energía en torno al SIES—que en realidad lo importante para una universidad que busca seleccionar a los mejores alumnos no es la formación escolar previa de los candidatos sino acaso ellos están en posesión de ciertas aptitudes que, gruesamente, equivaldrían al potencial de inteligencia de las personas.



¿De dónde proviene ese potencial, sin embargo, si él no se encuentra configurado y mediado por los aprendizajes escolares? Del hogar, sin duda. Es decir: de la familia, de las experiencias tempranas de socialización y de los pares. En breve, de la exposición del niño o joven a otros recursos educativos que no los de la escuela.



Dicho en otra palabras, las aptitudes separadas de los aprendizajes escolares provienen, ante todo, del medio social en que nace y se desarrolla la persona; del clima cultural de su hogar; del status y la situación de mercado de los padres; de los códigos lingüísticos formados durante la primera infancia; del estilo de razonamiento y vida mental que el niño adquiere a lo largo de su trayectoria conversacional y emotiva antes de ingresar a la escuela.



Allí se crean esas disposiciones que, después, en la escuela y más adelante en la universidad y el trabajo, serán llamadas «aptitudes innatas» de las personas, con completo olvido de su gradual construcción dependiente del legado familiar y de las interacciones vitales en un medio social dado.



Es normal y legítimo que esas aptitudes sean altamente valoradas por los colegios de élite y por las universidades más selectivas del país. Estas instituciones aspiran, precisamente, a formar a aquellos a quienes el sociólogo Pierre Bourdieu llamaba «los herederos», en tanto provienen de un ambiente familiar que les entrega un rico legado cultural.



Lo que no resulta obvio, en cambio, ni podría ser considerado normal o legítimo, es que el país como un todo deba preocuparse sólo y exclusivamente de la formación de sus élites, o que el sistema escolar deba regirse por la vocación de aquellos alumnos que acumulan capital cultural en el hogar, prolongándolo luego a través de una educación altamente selectiva. Por haber actuado así en el pasado, Chile es hoy una sociedad altamente desigual y el aporte de la educación al desarrollo se sitúa muy por debajo de la contribución que ella realiza en naciones más equitativas y cohesionadas.



Más bien, el país y el sistema escolar tienen que preocuparse de la gran mayoría de los niños y jóvenes que, sin ninguna dotación relevante de capital familiar, buscan en cambio obtener conocimientos y destrezas en la escuela y el liceo. Allí adquieren su capital y es en función de él que deben ser medidos por la universidad y en la vida laboral; no por unas sutiles aptitudes a las que no tienen acceso.



En eso consiste, y no en otra cosa, una democracia meritocrática.



Al resolver que las pruebas de selección para la universidad deberán basarse en el futuro en los conocimientos y destrezas adquiridos en la escuela y el liceo, el Consejo de Rectores ha dado un importante paso en la dirección adecuada.



Puede ser que la solución encontrada no sea la más elegante. Ha sido criticada como una «transacción»; se ha dicho que deja cabos sueltos.



Todo eso es cierto. Pero no va al fondo del asunto.



En el fondo, el Consejo de Rectores ha ido avanzado, confusamente a ratos, hacia la sustitución del principio aristocratizante de la educación—aquel que valora las aptitudes «innatas» y se basa en el capital cultural heredado—por el principio meritocrático que, a la larga, sirve mejor a la democracia y es el único que satisface el requisito de la igualdad de oportunidades.



Señalar que tal principio no podrá materializarse plenamente mientras no mejore la calidad de los liceos subsidiados no es un argumento que pueda esgrimirse en contra del esfuerzo por llegar allá. Ä„Todo lo contrario! Más bien refuerza la urgencia de revisar la PAA pues ésta—cosa en la que existe suficiente consenso—nada hace por fortalecer la educación subsidiada sino, al contrario, la deja estar como está, conduciendo a los alumnos a olvidarse del liceo y a prepararse para una carrera de aptitudes donde los ganadores están elegidos de antemano.



La señal que entrega la decisión adoptada por el Consejo de Rectores a la comunidad escolar—alumnos, padres, profesores y establecimientos—es, en consecuencia, correcta. El mensaje dice: en adelante lo importante será cumplir con el mandato del currículo y enseñar y aprender conforme a estándares más exigentes.



Ante la importancia de lo resuelto por este organismo, los defectos y ambigüedades en el procedimiento empleado para arribar a la solución empalidecen. Igual como se tornan adjetivas, también, ciertas críticas al SIES que, lejos de apuntar al fondo del asunto, se entretienen en flecos y trencillas.



Por lo demás, la dirección marcada por el organismo rector de las universidades se orienta exactamente en el sentido de la trayectoria seguida en estas materias por los países con sistemas escolares exitosos. Efectivamente, en todos ellos, sin excepción, se valoran los conocimientos y las destrezas adquiridas en la escuela por encima de las aptitudes «libremente flotantes» que se adquieren en la cuna. En todos rige el principio meritocrático en oposición al principio aristocrático.



Más allá de las peculiaridades propias de cada sistema de selección de alumnos para ingresar a la universidad—que son muchas, por lo demás—tanto en Europa occidental, como en América del Norte, el sudeste asiático, Europa Central y del Este y Oceanía, los países basan sus sistemas de selección en la previa experiencia escolar. Examinan aprendizajes adquiridos en el liceo y las competencias que se desarrollan en torno de ellos.



En suma, ningún país sostiene un procedimiento de selección para el ingreso a la universidad que envíe a los liceos el funesto mensaje que dice: no importa lo que el establecimiento enseñe ni los alumnos aprendan durante sus años de educación secundaria. Sólo interesa medir aptitudes.



Suele afirmarse que EE.UU. sería una excepción. No es así. Habiendo partido el año 1926 con el SAT, un examen de aptitudes de razonamiento modelado sobre la base de los test de IQ, luego debió agregar un SAT-II, íntegramente orientado a medir conocimientos. En la actualidad se administran exámenes del tipo SAT-II en 18 materias, cubriendo los más diversos aspectos del currículo. Los alumnos rinden el SAT-I y eligen, de esa batería de pruebas curriculares, las que más se aproximan a su vocación o las exigencias del college al que desean ingresar.



Pero tampoco el SAT-I, que nuestra PAA imita acríticamente, ha permanecido ajeno a las críticas de quienes señalan su desconexión con los aprendizajes de la escuela. Al contrario. Bajo la presión de esas críticas, el organismo que administra dicho examen debió introducirle, recientemente, un conjunto de modificaciones tendientes a alinear las pruebas con el currículo escolar. Así, por ejemplo, decidió que la prueba de aptitudes matemáticas sería expandida para abarcar tres años de enseñanza escolar de esta disciplina y no uno solo como ocurría hasta ahora. Es decir, exactamente lo mismo que propone el SIES y que el Consejo de Rectores ha adoptado, por su cuenta, como criterio guía para la prueba chilena de matemática.



En fin, según se señala con total claridad en el sitio oficial de preguntas frecuentes del SAT, los cambios recién adoptados para dicha prueba «deben reforzar la importancia de un sólido currículo para los alumnos, independientemente de su status socio-económico. Todas las escuelas, ricas o pobres, deben trabajar para proporcionar a todos sus alumnos un mayor acceso a cursos más exigentes».



No es algo distinto lo que el Consejo de Rectores está tratando de hacer para Chile.



En conclusión, después de una mala partida y de un desempeño irregular, el organismo inter-universitario parece haber encontrado finalmente el camino. Ha asumido la conducción del proceso de cambio de la PAA y la responsabilidad de producir una prueba sintonizada con el currículo escolar, que valore la experiencia de aprendizaje de los alumnos y que sirva, de esa forma, para fijar estándares más exigentes a nuestros liceos.



Todo esto es positivo. Es bueno para el sistema escolar, para las propias universidades y para el país.



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