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Binominalismo, o defender lo indefendible

Es razonable que una fuerza política diga que un determinado sistema electoral le conviene, y es obvio que el sistema binominal ha sido muy rentable para la UDI, ya que le ha dado 35 diputados.


Chile es un país ante todo interesado en sí mismo: no nos atrae mirar mas allá de los Andes y el mar, ni menos aún aprender de las experiencias de otros. Siempre queremos reinventar la rueda. Tal vez eso explique el que rara vez se pregunte por qué si el sistema binominal es tan bueno, no es utilizado en ninguna otra parte, en ninguno de más de 200 países.



¿Es que con nuestra sabiduría infinita hemos dado con un sistema que no se le ha ocurrido a nadie más (aunque en realidad parece que fue copiado de la dictadura militar de Corea del Sur, que lo usó en elecciones controladas en los años ’70) y que funciona a las mil maravillas, como nos quiere hacer creer el diputado y secretario general de la UDI, Patricio Melero, en una columna reciente en este medio?



¿Es un sistema «justo» y «democrático», e «igualmente democrático que otros», como afirma el diputado? Vamos por partes:



1. El sistema binominal es injusto. Justicia significa «darle a cada cual lo suyo». Al subsidiar a la segunda mayoría, como hace el sistema binominal en el que un 34 por ciento de los votos en un distrito o circunscripción equivale a un 65 por ciento, se tuerce la voluntad popular, y «se da más a los menos». ¿Por qué la oposición, tan contraria a los subsidios en todo orden de cosas, sí es partidaria de ellos en materia electoral?



2. Es antidemocrático. La democracia se basa en el gobierno de la mayoría. Un sistema que equipara el voto de la minoría (en este caso la oposición) con el de la mayoría (la Concertación) distorsiona el funcionamiento de las instituciones. En democracia es muy difícil que una fuerza obtenga las dos terceras partes de los votos para doblar y generar mayorías en algunos distritos (tanto es así que hay cientistas políticos que señalan que gobiernos que obtienen regularmente mas de un 60 por ciento de los votos hacen surgir dudas respecto de la calidad de su democracia).



3. Lejos de promover la gobernabilidad, entrampa al Parlamento en un empate permanente. Como ha señalado Patricio Navia, de 47 elecciones al Senado que se han hecho desde 1989, solo en cuatro se ha doblado (tres en 1989). En todo el resto, se ha elegido siempre un senador de la Concertación y otro de la Alianza. Todo indica que en 2005 ocurrirá lo mismo, dejando un Senado en empate de 19 senadores electos por bando. ¿ De qué sirve tener elecciones si sabemos su resultado?



4. Como si esto fuera poco, entrega el monopolio de la decisión electoral a los partidos, quitándole toda oportunidad de decidir a la ciudadanía. En el actual sistema, la ciudadanía jamás puede escoger entre dos candidatos de un mismo partido. A la vez, la práctica de las candidaturas caladas introducida por la oposición en la última elección parlamentaria (por eso bajaron a Piñera en la Quinta Región Costa y dejaron solo al almirante Arancibia como candidato) es una variante adicional. Al ir un candidato de la oposición (algo que ocurrió, para todos los efectos, en siete de los nueve distritos senatoriales) cuya elección está asegurada, la elección misma deja de tener sentido. ¿ Dónde queda la libertad de elegir?



5. Ni mayoritario ni proporcional, termina en el peor de ambos mundos. Los sistemas mayoritarios, como el inglés, privilegian la eficiencia del gobierno por sobre la representatividad; los proporcionales in
extremis
, como el israelí, privilegian la proporcionalidad por sobre la eficiencia. La paradoja del sistema binominal es que no hace ni lo uno ni lo otro. No favorece la eficiencia y eficacia del gobierno, porque le dificulta obtener una mayoría parlamentaria que permita legislar y aprobar su programa; y es poco representativo porque
excluye a terceras fuerzas y subsidia a la segunda mayoría.



6. Lejos de contribuir a la moderación, contribuye a la polarización de las fuerzas políticas. Un diputado o senador (o candidato a esos cargos) no tiene ningún incentivo para moderar posiciones, ya que el tercio duro de cada sector asegura la elección, y no tiene para qué apelar al electorado de centro. Esta polarización fue evidente en las elecciones parlamentarias de diciembre pasado.



Es razonable que una fuerza política diga que un determinado sistema electoral le conviene, y es obvio que el sistema binominal ha sido muy rentable para la UDI, ya que le ha dado 35 diputados. Lo que es inaceptable es querer hacernos comulgar con ruedas de carreta y pretender que creamos que lo defiende por ser «justo» y «democrático».



El sistema binominal no resiste ninguno de los criterios por los cuales se evalúa un sistema electoral -la proporcionalidad, la gobernabilidad, la participación, la transparencia y la legitimidad. Es por ello que tenemos la dudosa distinción de ser el único país en el mundo que lo usa.



Es posible tener diferencias legítimas respecto de qué lo debe sustituir, pero de lo que no hay duda es que es un sistema antidemocrático por antonomasia, y que ha llegado la hora de ponerle fin.



* Director del Programa Internacional de la Fundación Chile 21 y presidente de la Asociación Chilena de Ciencia Política.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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