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La campaña del terror de Ricardo Claro

¿Se había convertido Ricardo Claro en un adversario de la economía chilena, en un conspirador solapado, en un antiglobalizador deseoso que fracasaran los acuerdos de libre comercio?


Cada cierto tiempo, los empresarios organizan reuniones a las cuales la prensa escrita y los noticiarios televisivos otorgan el carácter de cátedras en las que se pronuncian verdades trascendentales y se emiten diagnósticos definitivos. Los que hablan son situados por la parafernalia mediática en las esferas celestiales, en una presunta posición por encima del bien y del mal.



En este país, donde los empresarios han conseguido que se les tribute un culto supersticioso, sus dichos son asumidos como si pertenecieran al reino del saber y no como las opiniones de quienes defienden sus inversiones, sus ganancias, sus ventajas tributarias, su flexibilidad para deshacer los contratos laborales y para exportar sus ganancias.



Basta que los empresarios organicen un concilio importante para que la imagen construida dé cuenta, por un efecto de solemnidad, de la importancia intrínseca del aporte realizado. Un aura artificial rodea las reuniones empresariales, y una mirada escénica sesgada disminuye el valor de todo lo que dicen los trabajadores, sean de la CUT, del Colegio de Profesores, de la salud o de un gremio en huelga.



Basta comparar la presentación televisiva de la reunión entre el presidente de la CUT y el Ministro del Trabajo del día martes con la puesta en escena del seminario de Icare, ambos ocurridos hace dos semanas. A ese último simposio que se le confirió tal relevancia que parecía que en él hubieran pronunciado sus sentencias los doctores de la ley.



Uno de los expositores principales fue Ricardo Claro. Cuando se habla de él es imposible dejar de lado su trayectoria en materia de preservación de los derechos humanos y de la democracia. Jaime Castillo y Eugenio Velasco sufrieron en carne propia sus afanes de Catón, papel que parece preferir a cualquier otro. En esa ocasión consiguió que los citados, más otros abogados de derechos humanos, conocieran el dolor del destierro.



Según lo que consigna la prensa y la televisión, Claro hizo un llamado a la responsabilidad. Me sorprende que ésa haya sido su intención, pues lanzó uno de los discursos más irresponsables de que tenga memoria. Parece que hubiera dejado de ser el inquisidor Catón para convertirse en el incendiario Nerón.



Leyendo las versiones periodísticas de su intervención, me pregunté si llevado por sus pasiones quería destruir el orden económico chileno. ¿Se había convertido Ricardo Claro en un adversario de la economía chilena, en un conspirador solapado, en un antiglobalizador deseoso que fracasaran los acuerdos de libre comercio? Si hubiera que juzgarlo por sus dichos, yo diría que sí.



Su discurso, una especie de oración fúnebre de la economía chilena, parece realizado para espantar la inversión extranjera. Habló de «corralito» (agregando como efecto retórico que no creía en él, lo que agrava el dislate), de la amenaza de la delincuencia y del desgobierno, frente a uno de los ministros de Hacienda que más ha hecho para preservar el orden económico que el orador dice defender.



Lo más grave es que Ricardo Claro es una expresión de la ceguera ideológica de una parte significativa del empresariado chileno, carente de toda perspectiva de largo plazo y que no capta aún que en el largo plazo una sociedad no puede tolerar desigualdades tan agobiantes como las que sufre Chile.



No se ha dado cuenta que si no fuera por la Concertación, este modelo estaría hoy enfrentado a la crítica de una amplia coalición política, lo cual por desgracia (para mí) no sucede. Es vergonzoso que alguien que pertenece al 1 por ciento más rico del 20 por ciento más rico de la sociedad chilena se queje como si estuviera sufriendo los problemas que afrontan los que pertenecen al 20 por ciento más pobre, quienes no perciben más del 4,5 por ciento del total del ingreso nacional.



Eso tiene un solo nombre, se denomina voracidad.



El diario Estrategia, especializado como Claro en la prédica pesimista, en un reportaje del 1 de abril del 2002 titulado El complicado año de 51 grupos empresariales señala este dato que contradice el título: las ganancias de 500 sociedades anónimas abiertas tuvieron alza del 20 por ciento en los últimos doce meses. Agrega que las ventas subieron un 7,3 por ciento, y las ganancias de explotación un 9,1 por ciento. Todas esas cifras muestran que las mencionadas 500 sociedades anónimas abiertas no están viviendo el estancamiento.



Eso no parece bastarle a los empresarios como Claro: quieren aún más flexibilidad laboral, desean que el Estado privatice las empresas rentables. No se sacian. Y pese a eso, cada opinión que dan es considerada en las altas esferas como si fuera del quintaesencia del bien común y de la preocupación por el interés general.



Mientras tanto, los trabajadores, cuando defienden sus intereses (dicho sea de paso, con discursos bastante más responsables que el de Claro, el cual es una pieza digna de una campaña del terror) son motejados de corporativistas y de no velar por el interés general, cuando no de saboteadores.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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