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Todos quisimos ser héroes (y terminamos como villanos)

Quisimos ser Hugh Grant, pero fuimos derrotados por una pizza de plátano y piña que terminó aumentando nuestra voluminosa panza.


Todos quisimos ser héroes. Como Hugh Grant abrazando a Julia Roberts, en una placita de Londres, leyendo una novelita ligera, en bucólico e inmutable pasatiempo. ¿Se puede pedir más en esta vida? Llenar el Maracaná, cruzar la cancha dejando atrás a la selección alemana entera, marcar el gol y besar la Copa del Mundo. O llenar el Central Park, cantar Hey Jude y hacer llorar de pena a nuestras fans.



Y no faltan los que fueron educados para Presidentes de la República, como Lincoln o Juárez; santos combativos, como Hurtado o Ignacio; poetas universales, como la Mistral o Whitman; pensadores eternos, como Hegel u Ortega y Gasset; literatos inmortales como Cervantes o Shakespeare; generales victoriosos, como Bolívar o Freire, o heroicos hasta la muerte, como Arturo Prat en la rada de Iquique.



Nacer, amar, alcanzar la grandeza y morir con una sonrisa en los labios, mirando el cielo. Como lo soñó y realizó Charles Peguy, en un campo de batalla de la Gran Guerra.



«Todas queríamos ser reinas» llora Gabriela Mistral. «Todos queríamos ser príncipes», podría agregar Vicente Huidobro (finalmente aristocrático) «Senadores y Presidentes, basta ya de noblezas hereditarias», corregiría el republicano de Nicanor Parra.



Todos quisimos ser héroes, pero Ä„ay!, hemos finalizando siendo villanos. Es la condición humana. Pablo de Tarso se escandaliza consigo mismo: «De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quieroÂ…» «Ä„Desdichado de mí! ¿Quién me librará de mí mismo y de la muerte que llevo en mí?» Nadie, Pablo, nadie.



Agustín de Hipona se confiesa y declara que «no es lo mismo querer que ser capaz de ejecutar». «¿De dónde sale esta monstruosidad? ¿Y por qué? El espíritu ordena al cuerpo, y es obedecido al instante; ¿por qué el espíritu se ordena a sí mismo y se resiste a ello?». Porque somos débiles, como tú mismo lo descubriste. Te dejaste llevar por la lujuria -¿te acuerdas de «Hazme casto Señor, pero todavía no»?- o arrebatándote por la ira teológica en contra de los donatistas».



Quisimos ser Hugh Grant, pero fuimos derrotados por una pizza de plátano y piña que terminó aumentando nuestra voluminosa panza. Quisimos llenar el Maracaná, pero fuimos incapaces de levantarnos los domingos por la mañana para jugar una pichanga. ¿Para qué hablar de la misa dominical? El sueño del Central Park se acabó cuando se rieron de nosotros al cantar el «cumpleaños feliz», ante nuestro avergonzado hijo mayor. Y de nuestros sueños de santidad saltamos a los muy carnales y espirituales pecados de la lujuria, la gula, la envidia, la ira, la arrogancia, la pereza, la avaricia y un sinfín de devaneos humanos, demasiado humanos.



De generales heroicos pasamos a pagar cualquier precio por agradar al jefe, mantener el trabajo y pagar el dividendo de fin de mes. Ä„Familia obliga! Del Ché Guevara quedó el póster pegado en la pared en la buhardilla.



(Aconsejo en este momento de la lectura un minuto de recogimiento interior. ¿O tiene muchas preocupaciones que lo embargan? Puede llorar en silencio. No se preocupe, querido lector, nadie nos ve).



Pero no desesperemos, es decir, no dejemos de esperar lo mejor. Somos villanos en cuanto somos seres humanos, mortales y finitos. Somos villanos en cuanto somos ciudadanos, pues el villano es el habitante de la villa, como el ciudadano lo es de la ciudad. Vivimos en la ciudad de los hombres y de las mujeres, no de Dios. Somos seres espaciales y temporales. Tenemos una patria y una historia en las cuales vivimos y morimos.



Villanos así hechos, tenemos necesidad de nuestros héroes, pues ellos son modelos que nos orientan y hacen fructificar nuestras vidas en una voluntad formidable de superación. Siguiéndolos nos elevamos al cielo. Se trata de un valor encarnado y no de un frío código moral. El ejemplo del héroe modela el alma del villano y de la villa entera. Al amarlo, el villano se parece a él, pues tiende a él.



Al amar a nuestros héroes, por pequeño y miserable que sea ese amor, nos acercamos tensamente a él, tendemos a él. Pues eso es el amor, deseo que anhela acabar con la distancia y reunirnos con el ser amado.



Esos modelos de vida que amamos como villanos se encarnan en personas estelares: la pensadora, la poetisa, la artista, la heroína y la santa. La historia de estos modelos es el núcleo de la historia. La historia de los pueblos vive rememorando esos momentos en que surgió un modelo a imitar un camino a seguir. Como en 1810. El genio no pide pero obtiene todo de nosotros, anonadados ante la creación e innovación de su obra. El santo no exhorta ni declama, le basta con la exhortación que es su existencia, tan humana como pecadora y finalmente santa.



El héroe rara vez habla o, mejor dicho, más que por la belleza de su eventual arenga es recordado por la elocuencia de su acción noble, en su autodominio, coraje y fuerza. El artista conmueve con su obra en la que anida la belleza y no la polilla ni el gusano.



Señor lector y villano de El Mostrador.cl: No crea en el discurso que le llama a vivir libre y autónomamente su vida. Nadie es absolutamente libre. Todos vivimos imitando modelos. Los bebés humanos aprenden imitando, desde el lenguaje hasta el código moral. Si usted les habla de misericordia pero practica la mezquindad, eso hará su niño cuando crezca. Somos así, seres que aprendemos imitando.



Por eso, no caiga en la trampa de la mediocridad del buen burgués, es que no tiene más ambición que morir de viejo, hartado y seguro. No consuma su vida consumiendo, pues así como usted cada minuto devora el tiempo, así el tiempo lo va devorando a usted. Haga de su vida algo digno de ser vivido, ¿y por qué no?, contado y leído.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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