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Desarrollo, medio ambiente y opiniones

Si defender los recursos naturales y abogar por la sustentabilidad es un tipo de acción emprendida por un panteísta, ¿cómo debiéramos interpretar el mensaje de Juan Pablo II, expresado en su catequesis de enero de 2001, cuyo título El Compromiso por Evitar la Catástrofe Ecológica no deja dudas sobre su contenido?


Un importante diario de circulación nacional publicó el lunes 23 de septiembre una columna económica bajo la cual se plantea una interesante disquisición que vertebra temas sobre los cuales la humanidad ha venido reflexionando desde tiempos muy remotos, como la pobreza, el crecimiento económico y el deterioro ambiental, cuya emergencia data sólo de fines de los años ’60 del siglo pasado.



El empeño del articulista es iluminar el camino sobre el cual se maximizaría el bienestar de la población. En su afán desdeña al sistema socialista, el cual a estas alturas pocos postulan como alternativa de organización social, y además las emprende contra los movimientos ambientalistas.



A su entender, «en la práctica, el fundamentalismo ecologista se opone a cualquier desarrollo productivo de cierta envergadura, como se ha visto en Chile desde la década pasada (Â….)».



Amparado en esa afirmación, algún ambientalista podrá verse tentado a parafrasear que «en la práctica, el fundamentalismo productivista se opone a cualquier protección de los recursos naturales y el medio ambiente, como se ha visto en Chile desde las décadas pasadas (Â….)». Pero en realidad no estamos interesados en atribuir posiciones fundamentalistas que contribuyen a postergar el necesario y urgente debate ambiental en nuestro país.



Preferimos recurrir a los simples hechos, a la prueba empírica que a juicio del columnista nunca es presentada por quienes genuinamente profesan una pública preocupación por la «cuestión ambiental».



Para fijar nuestra atención en la realidad y trascender a la supuesta «denuncia emocional de los costos propios de cualquier proyecto de inversión», lo más elocuente será seguir la trayectoria del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, vigente en Chile desde el año 1997, en virtud del cual los varios miles de proyectos de inversión materializados en nuestro país han debido testear sus impactos ambientales antes de su ejecución. ¿Han recibido todos ellos repudio de los ambientalistas? ¿Cuántos son en realidad los proyectos emblemáticos sobre los que ha recaído su juicio adverso? Las objetivas cifras remiten a menos de una docena, estadística que en un universo de unas cinco mil iniciativas de inversión no avala, ni remotamente, el lapidario y definitivo juicio del articulista.



Que los ambientalistas se oponen al crecimiento económico y que están contra el progreso son monsergas repetidas periódicamente, pero no por ello ciertas. Ni aunque ese fuera su afán podrían detener el progreso humano. Asimismo, la mayoría de estos grupos no considera deseable abatir el crecimiento económico, pero sí aspira a que éste sea considerado un medio y no un fin a alcanzar bajo cualquier costo. No somos los ambientalistas los adoradores del becerro de oro.



Tal vez sea útil recordar que las organizaciones rectoras del desarrollo, como el Pnuma, la FAO o la OECD, entre otras, comparten su diagnóstico con los ambientalistas. Por lo tanto, si estos no muestran los hechos, los exageran o tergiversan, como asume la columna de prensa en cuestión, esas organizaciones internacionales también serían merecedoras de similar descrédito.



Una última demostración de la falta de juicio de los ecologistas sería, siguiendo el razonamiento de la Columna Económica, el panteísmo que les lleva a ver a Dios en la naturaleza. Si defender los recursos naturales y abogar por la sustentabilidad es un tipo de acción emprendida por un panteísta, ¿cómo debiéramos interpretar el mensaje de Juan Pablo II, expresado en su catequesis de enero de 2001, cuyo título El Compromiso por Evitar la Catástrofe Ecológica no deja dudas sobre su contenido?



Dicho mensaje especifica que: por desgracia, si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas. Sobre todo en nuestro tiempo, el hombre ha devastado sin vacilación llanuras y valles boscosos, ha contaminado las aguas, ha deformado el hábitat de la tierra, ha
hecho irrespirable el aire, ha alterado los sistemas hidro-geológicos y atmosféricos, ha desertizado espacios verdes, ha realizado formas de industrialización salvaje, humillando -con una imagen de Dante Alighieri (Paraíso, XXII, 151)- el «jardín» que es la tierra, nuestra morada
.



¿Será, entonces, que Su Santidad ha sido infectado por el panteísmo ambientalista?



¿Por qué la comunidad internacional ha suscrito más de una docena de acuerdos tendientes a regular las actividades antrópicas en el curso de estas últimas tres décadas? ¿Qué necesidad habría de una Convención Sobre la Diversidad Biológica si no hubiera certeza de la pérdida del patrimonio natural?



Si no hubiera sido probada la existencia del agujero de la capa de ozono, ¿para qué regular las actividades productivas a través del Pacto de Montreal? Si la contaminación transfronteriza no fuera un tema relevante, ¿qué necesidad habría de una Convención de Estocolmo? Si la tierra no estuviera sufriendo los embates de un calentamiento global, ¿para qué suscribir un acuerdo como el Protocolo de Kioto?



Al igual que Casandra en la tragedia griega, estamos convencidos de la existencia de antecedentes que prueban el grado de deterioro de las condiciones ambientales del planeta. Esperamos no recibir la misma audiencia que el pueblo de Troya dedicara a su princesa.



Por eso acogemos de buen grado la invitación del articulista a sostener un debate razonado, sin juicios preconcebidos ni etiquetas, sobre la sustentabilidad ambiental, tema que, entendemos, lo compromete legítimamente al igual que a nosotros.



(*) Director ejecutivo de Greenpeace Chile.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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