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Chile y el Consejo de Seguridad de la ONU

Pararnos frente al mundo a partir de estas debilidades es necesario, hace bien para clarificar nuestras decisiones en el contexto internacional…


Chile fue elegido miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin duda este es un reconocimiento importante; muchos, con razón, han querido ver en este hecho un aliciente importante que los habitantes de esta distante parte del mundo debieran sopesar.



Pero este hecho, además, implica una serie de nuevas responsabilidades que deben llevarnos a la reflexión. Desde ahora en adelante nos daremos cuenta que en materia de relaciones internacionales la firma de tratados de intercambio comercial y la promoción de nuestras ventajas comparativas son sólo una parte del complejo contexto de las relaciones multilaterales.



Creo, por así decirlo, que por primera vez en muchos años pasaremos a jugar en las ligas mayores. Superaremos la primitiva etapa de la venta y compra de productos e ingresaremos al ámbito donde las decisiones políticas demuestran los valores de una nación.



Me surgen, sin embargo, una serie de dudas. La primera de ellas respecto a la manera en que se resuelven las decisiones que como país adoptamos frente a la coyuntura externa. Es evidente que la conducción de las Relaciones Internacionales la tiene el Presidente de la República, pero ello no es garantía de la representatividad permanente del Mandatario sobre estas materias. Claro está que muchos de los que votamos por él confiamos en su buen criterio y liderazgo para tomar decisiones, pero cada vez más crecientemente las decisiones que adoptamos en el ámbito externo involucran más al Estado que al Gobierno de turno.



Una segunda duda tiene que ver con la rara costumbre que tiene nuestra opinión pública local a la hora de analizar los conflictos y problemáticas internacionales,. Un país con la responsabilidad de decidir sobre las acciones de intervención o apoyo de la ONU en terceros países debe contar con un mínimo de roce internacional que a veces, francamente, dudo podamos tener en el corto plazo.



Ese provincialismo que inunda nuestros debates internos refleja la ausencia de la mirada global, la desconexión que tenemos de los procesos autocríticos por los que atraviesa la sociedad, la pugna entre globalización y realidades locales, las discusiones en torno a los principios que el mundo desarrollado realiza cuando adopta una u otra posición, etc; todo ello pone un signo de interrogación respecto a la empatía que podamos tener como nación para aportar a la labor de la ONU.



Una tercera duda se asienta en la fortaleza y dignidad que tenemos para defender nuestras posiciones. ¿Seremos capaces de manejar el pragmatismo en los límites de nuestras convicciones? ¿Hasta qué punto las presiones económicas de los EEUU. que aún tiene pendiente con nosotros la aprobación de un Tratado de Libre Comercio, van a condicionar la forma en que nuestro país vote en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas?



Chile, como nunca antes, se mostrará desnudo ante el mundo; nuestra generación, no sólo nuestro Gobierno, deberá responder ante la historia por sus decisiones, muchas de ellas pueden involucrar miles de vidas; se abre la oportunidad de demostrar nuestra entereza, es cierto, pero también se nos expone ante el orbe desde nuestras fortalezas y debilidades.



No estamos hablando de votaciones en foros internacionales que hasta ahora se limitaban a rechazar o apoyar la condena de un régimen distante a miles de kilómetros de Chile, y a décadas de diferencia con nuestra realidad cultural. Estamos hablando de avalar moralmente intervenciones militares en pueblos de los cuales muchos chilenos siquiera saben de su existencia, estamos hablando de cercenar los sueños de niños sin rostro, mentes calladas y manos vacías.



Qué capacidad puede tener, sobre materias de violaciones a los Derechos Humanos, por ejemplo, un país cuyo Estado en más de diez años no ha podido resolver este enojoso asunto interno. Con qué cara podemos pararnos a dar lecciones con todas esas tareas pendientes.



Es cierto que nuestras falencias no nos impiden distinguir del bien y del mal, y que con la misma fuerza cada uno de nosotros puede condenar con poderosos argumentos los regímenes dictatoriales de la China, Cuba o alguna nación africana. Pero para tener mayor convicción bien nos haría solucionar lo que hemos dejado de hacer estos años, que son las mismas cosas por las que vamos a condenar a una nación distinta a la nuestra.



Pararnos frente al mundo a partir de estas debilidades es necesario, hace bien para clarificar nuestras decisiones en el contexto internacional y también es adecuado para avanzar en la resolución de las materias pendientes a nivel interno. Es de esperar que todas estas dudas sean injustificadas o que se disipen en el tiempo. Será bueno que sea así por el bien de nuestra madurez de país y dará tranquilidad de conciencia a una generación que deberá asumir el peso de sus responsabilidades con todo el planeta.



* Profesor de Historia y Geografía, militante PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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