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Cuestiones de fondo


Por suerte, fortuna o introducción de la inteligencia en las cuestiones de peso, el impasse constitucional entre el Ejecutivo y la jefatura de la Fuerza Aérea se resuelve por donde debe ser. La justicia ha tomado en sus manos el caso o lo ha acelerado en otros, con el fin que estas cuestiones oscuras no sean de simple manejo de políticos o torturadores y cómplices.



Si creo que la justicia es la que debe cumplir su deber, me parece absurdo desear o buscar por vías periodísticas que se pronuncie un fallo claramente en favor de las familias de los detenidos desaparecidos, o de castigo ejemplar a quienes torturaron y asesinaron en el pasado reciente.



Hay cuestiones de fondo y de procedimiento que deben ser respetadas integralmente, pues confiar en la justicia significa creer en el derecho y en el Estado de Derecho, incluyendo las garantías que todas las personas acusadas deben tener. Estoy contento, pues en una anterior columna expresé mi pesar por la politización que se quería hacer del tema y los hechos demuestran que mientras se mantuvo como forcejeo político, hasta los ex servidores de la dictadura, algunos de los cuales hoy se definen como políticos opositores, se sintieron con derecho a opinar y trataron de darle al tema el planteamiento politiquero que, a la larga, hubiera servido para desviar la atención del problema de fondo y de ese mismo modo echar otra palada mas de tierra sobre el ya desdibujado intento de reconstituir la democracia.



Incluso la manera esa que ponía el acento en la facultad presidencial para destituir a los altos mandos tampoco me pareció la mas adecuada, pues creo que la restitución del sentido democrático y de progreso a una sociedad como la nuestra pasa por la eliminación gradual de todos los poderes unipersonales absolutos.



La verdadera reconciliación no es la clerical que tanto han pregonado; por el contrario, debe ser la de las personas con las leyes, con la idea que ser justo, correcto, decente y tolerante no da lo mismo que ser lo contrario. Debemos reconciliarnos con la idea que el país es para todos y no para unos pocos que hicieron imperios al calor de las bayonetas. Que por tener esa calidad y ese origen los oropeles que lucen, deben ser socialmente considerados chacales y no empresarios, pues esta última función es de todo respeto en las sociedades que se precian de democráticas.



Todo esto me lleva a pensar que toca a su fin esta comedia de equivocaciones y de autoengaños de convivir algunos con una «constitución» que en su hora repudiaron y prometieron abolir, mientras sus autores se disfrazan de demócratas porque otra cosa no les queda por hacer en los tiempos que corren. De seguir así puede pasar lo que ya ocurrió en Italia, Venezuela y otros lugares: la sociedad civil devoró al Estado después de dejarlo como muñeca de trapo masticada y rota.



Mientras los recaderos del clericalismo hacían de todo para torturar a sus propios ciudadanos, hubo un genial cineasta que creó Divorcio a la italiana, que en dos plumazos demostró el absurdo de las maniobras. Después hasta un Papa honorable como Paulo VI fue derrotado en un plebiscito que legalizó el aborto. Esto me hace pensar en que hay una parte de la clase política, sin distingo entre oficialismo y oposición, que cree que gobernar, legislar y crear futuro, son cuestiones instrumentales, de oportunismo diario, y que a fuerza de repetirlas se pueden transformar en algo coherente.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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