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Pensamiento único y «autoflagelantes» (II Parte)

Debemos evitar caer en descalificaciones y desencuentros que nos impiden encontrar las sinergias que produce el diálogo constructivo y creativo entre quienes formamos parte de una misma coalición.


Dediqué una columna anterior publicada en El Mostrador.cl a comentar el documento La concertación de Chile por un Desarrollo con Justicia. En esa oportunidad intenté establecer dos ideas fuerzas que me parecieron podían contribuir a encausar el debate intra Concertación de una manera constructiva.



La primera era valorar el esfuerzo hecho más allá de los reparos específicos que pudiéramos tener a su contenido. La idea subyacente era relevar la oportunidad y seriedad del trabajo, atendiendo sobre todo a la argumentación que fundamentaba la afirmación acerca del agotamiento de nuestra estrategia de desarrollo y a la pertinencia de los lineamientos básicos de sus propuestas.



La segunda era la idea de develar y criticar las premisas que priman en nuestra reflexión sobre política económica y que impiden la emergencia de un nuevo paradigma de desarrollo para Chile, basándome en tres claves interpretativas para ello.



Durante las últimas semanas he recibido comentarios de algunos amigos que me leyeron. De éstos, hay dos tipos de opiniones que me impulsaron a escribir esta segunda parte. Una, se refiere al hecho que muchos de ellos compartían el contenido del texto, pero no estaban dispuestos a suscribirlo ante el riesgo de ser clasificados en el grupo de los autoflagelantes, y dos que lamentaron mi acercamiento hacia posiciones más de izquierda.



Si bien valoro y agradezco los comentarios, lo cierto es que éstos me llevan a agregar una cuarta clave interpretativa para entender el trasfondo del debate generado. La base de ésta se sustenta en la convicción de que no existe un modelo universal de desarrollo aplicable en todos los contextos y tiempos. No hay sistema de conocimiento experto del que puedan deducirse inequívocas políticas de desarrollo que los gobernantes sólo tengan que aplicar, y ha llovido mucho para seguir creyendo en este tipo de falacias tecnocráticas.



La acción colectiva nunca es el resultado de proyectar un sistema cognitivo previo, pues las transformaciones que produce el desarrollo solo pueden darse a través de la acción y la interacción humana.



Necesitamos entender el desarrollo como un proceso de transformación social. Es esencial, entonces, evitar enmarcar su discusión en el conflicto ideológico: se necesita comprender que el problema estriba en encontrar la manera en que la sociedad puede utilizar adecuadamente su propia experiencia y de integrar las nuevas aportaciones y aprendizajes que se han venido dando principalmente en la última década.



Si agregamos los antecedentes que nos proporciona la evidencia empírica mundial, no nos queda más que reconocer que la pretensión de un modelo único que asegure el éxito es una ilusión ingenua, o bien un subproducto de una sobre ideologización de la cual ni siquiera tenemos conciencia.



Ni siquiera el caso de Europa Occidental de postguerra sirve como ejemplo para este caso, porque si bien su modelo de desarrollo se implementó bajo un paradigma común, el Estado Social de Derecho o Estado de Bienestar, lo cierto es que su aplicación derivó a lo menos en tres modelos distintos, uno nórdico o socialdemócrata, otro continental o demócratacristiano, y otro anglosajón o liberal. Todo esto con el agravante que incluso dentro de cada modelo se producen diferencias importantes entre los países que lo integran.



En definitiva, debemos evitar caer en descalificaciones y desencuentros que nos impiden encontrar las sinergias que produce el diálogo constructivo y creativo entre quienes formamos parte de una misma coalición. Más aún si consideramos que nos alienta una idea común básica de lo que debiera constituir los ejes de nuestro proyecto. Estos ejes son:



Un Estado fuerte, que sea capaz de liderar el proyecto nacional, integrar a Chile al mundo, unir América Latina, promover el desarrollo científico y tecnológico, integrar a los más pobres, a las mujeres, a los jóvenes, a la tercera edad, a las etnias, a las regiones a un proyecto de país compartido.



Una empresa privada moderna. Pequeños, medianos y grandes empresarios creativos, plurales en sus opciones políticas, de empuje científico y tecnológico, patriotas en sus opciones, participativos en sus relaciones laborales, conscientes de su responsabilidad social y promotores de la internacionalización.



Una sociedad civil poderosa. Hacer de Chile una red organizada de solidaridad, haciendo una apuesta por una sociedad organizada capaz de servir el interés público mediante la cooperación y el enriquecimiento recíproco, asumiendo todas las tareas sociales valiosas que el mercado no enfrenta y que el Estado no puede asumir sin grandes costos y sin ahogar la autonomía de los cuerpos intermedios.



Estos son suficientes argumentos para emprender el esfuerzo que tenemos que hacer en la Concertación para pavimentar el camino hacia una nuevo consenso político y social que nos acerque hacia una reformulación de nuestro proyecto de desarrollo. Más aún cuando sabemos que desde la UDI sólo podemos esperar en el corto plazo un espíritu destructivo con fines electorales y en el largo plazo, mero continuismo.



Por todo ello, reclamo al igual que Unamuno: por favor no me clasifiquen, no soy un coleóptero.





(*) Investigador del CED, ingeniero comercial y doctor (c) en Management.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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