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Regionalismo, una lucha que exige tolerancia al fracaso

En Chile hoy se habla de regionalización, antes no. Hoy ningún grupo que quiera hacer propuestas de país puede dejar fuera el punto, y los partidos políticos lo tienen en sus programas. Claro que no necesariamente se cumple lo que se dice, pero al menos el problema ya no es poner el tema en boca de todos, sino cómo asegurar coherencia entre los dichos y los hechos.


Desde hace algo más de dos décadas, en torno a la Corporación para la Regionalización de Chile (CorChile) que agrupa a las distintas organizaciones del país que buscan un Chile más integrado social, económica y políticamente, y desde hace tres años articulados estratégicamente junto a distintos organismos representativos de las diversas actividades productivas, universitarias y parlamentarias en el Consejo Nacional para la Regionalización y Descentralización de Chile (Conarede), los regionalistas luchan para poner y reponer las agendas necesarias para el abordaje de los asuntos cruciales que permitan remover los anquilosados pero bien hincados pilares del centralismo.



El esfuerzo realizado ha incluido proyectos y actividades conjuntas con todos los gobiernos, desde Pinochet hasta Lagos, los que inicialmente han llenado de optimismo, luego de desconfianza y frustración y después nuevamente de renovada confianza, en un ir y venir en que los aplausos y desaires de todos esos gobiernos hacia los regionalistas se han repetido.



Los líderes regionalistas han tomado el camino difícil que incluye la transversalidad política, la tolerancia religiosa, la interdisciplina y la integración sectorial público-privada. En el movimiento regionalista se ha demostrado que al concurso de sus ideales de democracia participativa para un desarrollo territorial y socialmente más equitativo en beneficio de todos, nadie sobra.



Gracias a la organización, movilización y presión de los regionalistas, pero sobre todo a su persistencia, hay avances. Veamos algunos.



En Chile hoy se habla de regionalización, antes no. Hoy ningún grupo que quiera hacer propuestas de país puede dejar fuera el punto, y los partidos políticos lo tienen en sus programas. Claro que no necesariamente se cumple lo que se dice, pero al menos el problema ya no es poner el tema en boca de todos, sino cómo asegurar coherencia entre los dichos y los hechos. Chile hoy tiene Gobiernos Regionales, Fondo Nacional de Desarrollo Regional, legislación urbana municipalizada y regionalizada y recursos concursables para sus universidades, entre otros avances.



Es cierto, los montos son insuficientes y los mecanismos imperfectos, pero ya no hablamos de crearlos sino de perfeccionarlos y, con toda seguridad, de agregar muchas otras iniciativas.



Gracias a los regionalistas, hoy el 100 por ciento de los senadores y el 80 por ciento de los diputados firmaron libre y públicamente el Decálogo Regionalista, que incluye medidas fundamentales para avanzar a mayor velocidad en la descentralización de nuestro país. Podrá decirse que la firma es poco, pero el punto es que ya no hay que buscar el compromiso públicamente firmado de la gran mayoría de los parlamentarios sino cuidar y supervigilar que lo cumplan.



Esta lucha ha sido, sigue y quizás seguirá siendo como todas aquellas empresas de contracorriente, es decir, larga, incomprendida, sospechosa, pobre y fome. Ello porque el adversario, el centralismo, no es un asunto meramente técnico, ni político, ni de poder, ni económico, ni tecnológico, sino un asunto cultural y mental.



El centralismo tiene una profunda raigambre en la mente de las personas, en las categorías de valoración social con que las propias sociedades premian lo bueno y lo malo, en el modo general en que se organiza el poder y en las formas específicas en que ese poder se transa y cambia de manos. A pocos, por ejemplo, parece complicarles realmente el que las cúpulas políticas o los directorios de empresas decidan todo en Santiago, incluidos los nombres de candidatos a concejales o gerentes de zonas remotas. Es más, esos mismos candidatos exhiben como valiosa, para fortalecer su posición local, la cercanía a los líderes santiaguinos.



A todos, sin embargo, y aunque en realidad sea una ilusión, nos parece símbolo de éxito el que la carrera profesional o política de alguien llegue a Santiago. Cuando buscamos solución rápida y ágil a nuestros problemas pensamos que irse a Santiago es crucial. Estos elementos de nuestra cultura centralista están enraizados en nuestra manera de entender el mundo y forman parte principal del mapa que nos guía, como diría Ortega y Gasset, en esta «selva salvaje» llamada vida.



Lo expuesto, junto a la real lentitud del proceso de descentralización y a sus pocos resultados con relación al inmenso esfuerzo desplegado, lleva a muchos al desánimo, a la autoflagelación y al intento de abandonar la tarea. A otros, por suerte a muy pocos, lleva a adoptar actitudes autoritarias o a usar métodos más duros, espectaculares y atractivos para los medios de comunicación, pero que a fin de cuentas están basados en la usurpación de los derechos de los demás.



Lo que a veces les ocurre a algunos es que se aproximan a la tarea regionalista con mucho entusiasmo inicial, pero con muy poca fe y que caen en el desánimo. Buscan una cierta automaticidad en las soluciones basada en decisiones unilaterales: cuando ven pasar los años y cuentan lo poco logrado, el desánimo aumenta, el entusiasmo baja y la fe cae bruscamente hasta la frustración.



La novedad poco nueva es que este ciclo no necesariamente tiene una connotación negativa, pues es un proceso normal en las grandes tareas. Como ya lo dijo Ortega y Gasset en su famoso artículo Temple para la Reforma, «claro está que son dos cosas distintas. Ä„Aviado estaría el hombre si no pudiese sentir entusiasmo más que por aquello en que siente fe!»



La lucha regionalista, que no es otra cosa que la búsqueda de un desarrollo más equilibrado del país en su conjunto para que Chile sea más Chile para todos, es una empresa de contracorriente que exige tolerancia al fracaso.



(*) Vicerrector Académico de la Universidad del Bío-Bío.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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