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El bicho


En la zona de Concepción han encontrado un bicho desconocido, de apenas siete centímetros de largo, con cuatro patas y un par de ojos. Apenas vivió ocho días y, según sus captores, intentó ponerse de pie sobre dos de sus patas.



Los expertos que lo han visto han sido incapaces de clasificarlo entre las especies conocidas en nuestro planeta. Lo han bautizado como Toy, y dicen que podría tratarse de un ser extraterrestre.



En la zona de Rancagua, Santiago y Valparaíso ha reaparecido otro bicho que se creía extinguido, porque tiene la particularidad de hacerse invisible y cuesta mucho descubrirlo. En realidad se trata del típico bicho malo chileno y tiene un gran poder de contagio a través de vale vista y dinero en efectivo. El silencio y la oscuridad son sus aliados. Gracias a ellos puede adquirir proporciones inimaginables.



Este bicho tiene nombre y ha sido descrito en innumerables manuales desde que el mundo es mundo. Se llama corrupción, y consiste en administrar la «cosa pública» (la res publica) en beneficio propio, burlando la buena fe de los ciudadanos y olvidándose del bien común.



La corrupción política se basa en el poder de los representantes del pueblo para establecer leyes o para decidir el destino de ciertos negocios. Así, la ley decide que los vehículos deben ser revisados técnicamente cada cierto tiempo, y si usted es un diputado corrupto o un funcionario venal, puede venderle el favor a un empresario corruptor para que se quede con el dinero que los ciudadanos hemos de desembolsar por cumplir con la ley.



El empresario corruptor consigue un mercado cautivo, que son los propietarios de vehículos, y una fuerza armada de casi 30 mil hombres -que son los carabineros-, quienes sin siquiera oler lo que pasa por ahí multarán al ciudadano que no lleve al día su inspección técnica. A cambio, el político o el funcionario recibirá unos vale vista, unos asados, unas sonrisas y una fama de «conseguidor» que le reportarán nuevos vale vista, nuevos asados y nuevas sonrisas. Con eso podrá convertirse en político influyente del partido y contar con la plata suficiente para ser reelegido cuantas veces quiera.



El bicho de la corrupción política segrega su propia omertá, que es el código de honor de la mafia siciliana. Mientras nadie se salga de la raya, el sistema funciona. Pero si aparece un pentiti, un arrepentido, todo se va al carajo y el bicho queda expuesto a los microscopios.



En Rancagua, el arrepentido fue el empresario Carlos Filippi, quien acusó al ex subsecretario de Transportes, Patricio Tombolini (PRSD), y al diputado Víctor Manuel Rebolledo (PPD) de cobrar coimas para adjudicar plantas de revisión técnica.



En el centro del caso está Rebolledo, quien ha sido vicepresidente del PPD, una formación que nació como partido instrumental para restablecer la democracia en Chile. En su fundación se dijo que después de logrado ese objetivo iba a desaparecer, pero ahora amenaza con convertirse en instrumento de pingües negocios, de seguir así las cosas.



El PPD se llenó desde un principio de ex dirigentes del ámbito socialista, laicos o cristianos, cansados del olor a pólvora de los sectores más radicales del PS y embelesados por las luminosas corbatas italianas del llamado Club Méditerraneé (que eran los socialistas españoles e italianos) frente al riguroso verde oliva de Pinar del Río.



El ejemplo de un pragmático Felipe González en España, quien no dudó en injertar neoliberalismo donde había principios sociales, les sedujo hasta el extremo de que muchos de ellos olvidaron que esa voltereta ideológica produjo una de las etapas de corrupción política y moral más profundas de la historia de la democracia española. Se descubrió corrupción en las más altas instancias -en el gobernador del Banco de España, el director de la Guardia Civil y varios parlamentarios- y se dio carta de naturaleza al terrorismo de Estado con el caso GAL.



Dice Rebolledo que recibió 14 millones de pesos por unos informes para un estudio jurídico, por unas llamadas de teléfono a los amigos y por tomarse cafés con funcionarios. Después se le olvidó declarar al Servicio de Impuestos Internos esa cantidad. Claro, total, Ä„qué son 20 mil dólares! A cualquiera se le olvida declarar esa propina, mayor que el sueldo anual de cualquier chileno.



¿Y con ese rostro tan duro y esa cabeza tan olvidadiza quiere seguir Rebolledo en la política, que es una actividad que se basa en la confianza ciudadana?



El asunto del informe jurídico me recuerda que en España algunos dirigentes socialistas crearon una empresa llamada Filesa, que se dedicaba a vender informes inexistentes a las grandes empresas para encubrir los dineros que fluían para su financiación ilegal. Cuando se pidieron los informes, éstos no existían y se dedicaron a escribirlos a toda prisa. El pastel se descubrió gracias al contador de la empresa, que denunció el caso porque lo despidieron. Dicho contador era el chileno Carlos van Schouwen, hermano del desaparecido Bautista van Schouwen, dirigente del MIR asesinado tras el golpe de Estado de 1973.



Volvamos a Chile, donde siempre la tragedia está a un paso de la comedia. Con el escándalo de las coimas sobre la mesa, se conoció otro suceso notable. Dos diputados DC y uno del PR con fama de fiscalizadores se disfrazaron de políticos corruptos para que un empresario del sector de las plantas inspectoras pisara el palito y les contara chanchullos durante un desayuno en un hotel. Los agentes secretos del Poder Legislativo, con licencia para simular, han quedado al descubierto porque el empresario creyó de verdad que eran corruptos y los ha denunciado.



Los diputados Jaime Jiménez, Cristián Pareto y Eduardo Lagos pueden ser malos parlamentarios, pero poseen capacidades histriónicas que al menos engañan a algunos empresarios.



Lo peor del incidente no es que se hayan violado los hábitos y costumbres del Poder Legislativo para ejercer su tarea fiscalizadora, sino que el episodio demuestra una cierta inestabilidad psicológica en algunos de nuestros parlamentarios que se creen que lo suyo es puro teatro.



Frente a los negociados de unos y las payasadas de otros, a mí solo me cabe una pregunta: ¿qué bicho les ha picado a nuestros políticos?



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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