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Separar la paja y el trigo

Esta atmósfera cultural que transforma al dinero en la principal expresión del prestigio y del éxito, y su adquisición en el principal sentido de vida, no solo producen las lacras que hemos conocido estos días. Se generan oscuras relaciones, mezclas inconfesables entre política y negocios, favorecidas por la falta de una legislación reguladora.


La UDI y algunos empresarios disponibles para cualquier maniobra politiquera están de parabienes. Les han entregado en bandeja la oportunidad de emplazar al gobierno para que meta presos de manera rauda a los responsables de los actos recientes de corrupción. Los portavoces de la UDI no aclaran si será menester esperar a que los jueces dictaminen, o si se procederá como en tiempos de Pinochet, confinándolos sin más tramite. Exigen presteza, Ä„no vaya a enlodarse la inmaculada imagen de Chile!



Los felicito. La corrupción debe ser combatida sin importar el lugar de donde provenga. Pero ¿por qué no fueron tan diligentes cuando se ventiló el asunto de los cheques del hijo de Pinochet? De paso, ya que estamos en una campaña de moralización, deberían darle una explicación a los chilenos sobre cómo algunos funcionarios públicos de los años ’80 consiguieron en poco tiempo pasar de la clase media a la extrema riqueza.



Creo que el relato sería muy aleccionador, pues nos permitiría conocer en vivo y en directo cómo se construye un self made man. Quizá esas narraciones podrían servir de ejemplo a algunos de los trabajadores que se están quedando cesantes en estos días. Desgraciadamente, habían elegido el mal camino. Creyeron que trabajando duro llegarían a alguna parte.



La UDI, por demagogia y populismo, es responsable de tratar los problemas de la moral pública con un doble estándar. Impidieron investigar los procedimientos con que se realizó el enorme traspaso de bienes estatizados o públicos a manos privadas. Podrán decir que esto ocurrió hace más de doce años. Sí, pero en que esos peculados hayan quedado en la impunidad está el origen de la corrupción política que hoy se observa. Se sentó el precedente que las personas ligadas al poder, directa o indirectamente, podían acumular fortunas sin que nadie investigara su origen.



La misma hipocresía se observa entre los dirigentes empresariales, quienes parecen estar ya volcados en la campaña presidencial de 2006. Olvidan muy fácilmente que detrás de las coimas y los negociados está casi siempre uno de los suyos. Además, silencian el problema más grave: el uso de la influencia política para favorecer negocios privados.



El hecho que la UDI se sienta con derecho a dar lecciones de honradez y trasparencia es un acto de audacia, pero es también la responsabilidad histórica de la Concertación. Ella no hizo nada para eliminar las leyes, elaboradas en sigilo y dictadas por cuatro generales, que impidieron investigar los negociados realizados durante la dictadura.



Para colmo, la Concertación ha sido y es indulgente con la corrupción en sus propias filas. Con esta complacencia hace un grave daño a la imagen de la política. Crea en los ciudadanos la sensación que los militantes solo actúan movidos por apetitos y ansias de poder y dinero. Esto ultimo es falso en la mayoría de los casos. Solo dejara de serlo si no se actúa con diligencia y sin cálculo político.



Los acusados deben ser escuchados y juzgados por las instancias judiciales y partidarias. Si son culpables deben ser separados de sus puestos de representación. Si no se procede así se pone en peligro el prestigio de la política y se perjudica a la democracia, pues se aniquilan las esperanzas de los ciudadanos.



¿Por qué personas que lucharon por la libertad en los tiempos duros del autoritarismo se convierten en personajes ávidos de un poder sin objetivos, que quieren lucrar como se hizo durante la dictadura? Vivimos en una sociedad que alimenta la idolatría del dinero. Ella nos ronda a todos y ha terminado por capturar a políticos con un pasado de honradez.



Esta atmósfera cultural que transforma al dinero en la principal expresión del prestigio y del éxito, y su adquisición en el principal sentido de vida, no solo producen las lacras que hemos conocido estos días. Se generan oscuras relaciones, mezclas inconfesables entre política y negocios, favorecidas por la falta de una legislación reguladora.



Este asunto de las coimas es penoso y debe dar lugar a una limpieza, realizada con justicia. No hay que disculpar a ninguno de los funcionarios o parlamentarios que incurren en raterías. Pero es muy fácil rasgar vestiduras por esta corrupción al menudeo y olvidarse de la gran corrupción, mucho menos evidente y observada, la trama de articulaciones secretas entre poder político y negocios.



El mayor problema de la corrupción, sobre el que hay poner los ojos y la investigación acuciosa, son los políticos que legislan o toman decisiones en función de sus intereses propios, de los de sus parientes, amigos o favorecedores.



El grave daño que hacen los políticos que se apropian de fondos públicos es que exasperan a los ciudadanos y les impiden distinguir. Favorecen la creación de una identidad genérica entre política y corrupción. Obnubilan la capacidad de discernir entre esas innobles raterías y los grandes negociados que se disfrazan muchas veces con los ropajes del bien común.



¿Por qué tienen que caer en el mismo saco los militantes de los partidos o movimientos populares, sean del Partido Comunista, de La Surda, de los colectivos obreros, de Fuerza Social? Ellos nada tienen que ver con la apropiación de fondos públicos ni con los lobbies. Para ellos la política es una vocación, por la cual la mayor parte de las veces deben pagar duro precio, muchas veces sin siquiera conseguir reconocimiento. ¿Por qué deben ser víctimas de desprestigio los militantes honrados de los partidos que están en el gobierno o el parlamento?



Existe un abismo entre los políticos cuyos robos de fondos públicos han sido comprobadas o entre los lobbistas disfrazados de políticos que deberían ser separados para siempre de la política, y el ministro Etcheberry. Nadie debería escatimar elogios frente a la rectitud con que ha ejercido su cargo actual, así como la probidad y firmeza con que sirvió en el Servicio de Impuestos Internos. De ese modo se ayuda a separar la paja del trigo.



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