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El caso Cox y la desigualdad


Ahora lo sabemos. Y por El Mercurio del domingo: el asunto del ex arzobispo de La Serena, Francisco José Cox, alejado de su cargo por insistentes rumores de tendencias y prácticas pedófilas u homosexuales, tomó mal cariz cuando «intentó sobrepasarse» con un menor de «una reconocida familia» de esa ciudad, una familia «de los altos círculos sociales» de aquélla.



Cuando esa familia reclamó -la madre incluso viajó a Santiago a hacer la denuncia-, la Iglesia Católica, que ya tenía antecedentes, tomó cartas en el asunto y propició su salida del cargo y de La Serena.



Antes, parece, a la iglesia no le importó que un desharrapado -y, para peor, cuenta La Nación Domingo, con antecedentes dudosos- lo tratara públicamente, ante otras personas, de «guatona» o «gorda descarada», o que los obreros de la construcción, en plena calle, se mofaran de Monseñor lanzándole piropos, o que los seminaristas de San Ramón empezaran a desertar por lo que allí ocurría con las «asiduas visitas» que, principalmente durante la noche, hacía Cox



Como es normal en este país, el tema se tomó en serio cuando la acusación provino de una «familia bien», católica, con vínculos y, por eso, poder.



Es el sino de este país. Su condena. Esa que ratifica que la justicia no es igual para todos, porque Chile se ofrece de manera desigual a sus hijos.



Por ejemplo, ocurre algo similar con la podredumbre de la corrupción. Es un baldón porque constituye una nueva traición a los principios que -todavía creemos, pero cada día con menos certidumbre- fundaron a la Concertación. Es decir, terminar con todo lo que significó la dictadura, incluida su corrupción.



Por algo incomprensible -tal vez porque desde un comienzo el actual oficialismo fue permisivo con actos deshonestos de gente de sus filas- el concepto de corrupción no sirve, no se usa para escarbar lo ocurrido en los años de Pinochet con las privatizaciones, los funcionarios públicos de entonces haciéndose de las empresas de todos a precios irrisorios, o los salvavidas estatales a firmas, como el mismo Mercurio o La Tercera, con platas de todos los chilenos.



El domingo me llamó a La Radio una auditora con su voz quebrada. Era indignación. Por los rateros de hoy, pero también por el olvido de los ladrones de ayer. Reprochaba a los políticos de derecha hablar de corrupción y recordaba que a muchos exiliados, por ejemplo, les robaron sus casas, sus ahorros, incluso sus enseres.



Claro, cosas menores, propias de ciudadanos que vivían así, en el tono menor de la pobreza o la vida simple del chileno común. Nada que ver con los «pinocheques», por ejemplo. Cuestión de país: el trato desigual según la condición social del sujeto.



Seguramente por eso mismo, volviendo al caso de Francisco José Cox, el entonces Seremi de Justicia de la Cuarta Región, Víctor Hugo Villarroel, actual Fiscal, no hizo llegar los datos ni a los tribunales ni a autoridad alguna cuando un joven fue a denunciar al arzobispo. Villarroel asegura que el joven le contó de «ciertos rumores», pero «no habló de violación ni de abusos, nunca fue explícito». Podría, claro, haberse iniciado una investigación. Ä„Si era el Seremi de Justicia, no cualquier cosa!.



Pero Villarroel participa de la comunidad local del movimiento Schoenstatt, el mismo de Cox, y eso, suponemos, debe inhibir a cualquiera. El espíritu de grupo, el concepto de «comunidad», el lavar en casa los trapos sucios -lo dijo el ministro Heraldo Muñoz, ¿no?, pero por otro asunto-, son cosas que aquí pesan muchísimo. Pasemos.



Lo más inquietante es que desde el primer momento las autoridades eclesiásticas han señalado que el problema del arzobispo era que era «demasiado cariñoso», que tenía una «afectuosidad exuberante» lo que lo llevaba a una «conducta inusual». Hay que traducir eso en lo que es. La agencia Franje Preste, en su primer despacho desde Santiago, simplemente habló de pedofilia. Clarito.



El Mercurio, en todo caso, ofrece una explicación: se constató, «a través de exámenes y la asistencia terapéutica que se le brindó, que (Cox) es víctima de una estructura síquica no compatible con el contacto asiduo con las personas. Además de su inclinación a cometer actos reñidos con la moral, monseñor Cox comenzó a ser presa de una alteración del peso conciencial de sus actos».



Podría ser la definición de un sicópata, o un argumento atenuante para uno de ellos. Desde esa perspectiva, Cox es una víctima de su estructura síquica, como quizás cuántos otros. Por cierto, también hay que verlo así al ex arzobispo de La Serena: como una víctima, pero protegida, cuidada, resguardada. Víctima, pero distinta a tantas otras. Y eso es lo que la hace intolerable.



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