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A Roberto Matta: Camino al cielo sin número

Hasta el último minuto, maestro, usted no perdió la fe en que -Ä„tal vez en una de esas!-, nuestras clases política, empresarial, sindical y gremial tomaban un vuelo más alto y terminaban con la autodestrucción; virando de esa ausencia tan profunda de verdadero servicio público hacia la armonía que impulsa el desarrollo real de las naciones.


Perdón, maestro, por la irreverencia, pero creo que usted eligió conscientemente el momento preciso para pasar a mejor vida. No es una locura pensar que hizo un trato con los pintores celestiales para que se lo llevaran justo ese sábado de noviembre, en medio de la batahola que llenó de vergüenza a la masa crítica y silenciosa de su país.



No es aventurado imaginar que llegó a un acuerdo con los escultores de otras dimensiones, que intentaron mostrarle lo utópico de su intento de opacar los tonos de los insensatos con el brillo de su partida… Pero usted insistió en pintar con los colores de la creatividad tanta chatura, tantos matices disonantes, tantas formas estúpidas y sin sentido…



Patrocinado por el máximo creador, que lo inventó a usted con ese talento tan maravilloso, decidió partir a ver si su despedida de este mundo remecía a los aletargados y opacaba sus «noticias», tan ajenas a los acontecimientos que están marcando el destino del planeta…



Hasta el último minuto, maestro, usted no perdió la fe en que -Ä„tal vez en una de esas!-, nuestras clases política, empresarial, sindical y gremial tomaban un vuelo más alto y terminaban con la autodestrucción; virando de esa ausencia tan profunda de verdadero servicio público hacia la armonía que impulsa el desarrollo real de las naciones.



Siento, maestro, que con su partida programada quiso darles a todos ellos una señal. Por lo menos, habrá dicho usted, que se den cuenta, en el último minuto, aunque ya no sea por sabiduría sino por simple cálculo egoísta, que el daño que están haciendo los va a destruir a todos juntos, amigos y enemigos, revueltos en un mismo saco.



Pero no, maestro, los brutos de este lado ni siquiera se dan cuenta de las tremendas torpezas que están perpetrando. Se pelean entre ellos, olfatean subterráneas alianzas y a escondidas, como cabros chicos que traicionan a sus compañeros del colegio, provocan y bravuconean, sin darse cuenta del inmenso daño que le están causando a este país. Otra vez están tratando de bombardear La Moneda… Sin bombas como las del 73, dirá usted, pero tan potentes como las de ese entonces y tan letales en cuanto a su capacidad de destruir el alma chilena…



Es por eso, maestro -y perdone la irreverencia- que sospecho que usted eligió conscientemente el momento preciso para pasar a mejor vida, en un último gesto de cariño hacia su patria, a ver si la noticia de su partida lograba despertar a todos los necios, ineptos, memos, estólidos, lerdos y atontados. Porque si alguien con su tremendo talento no es capaz de hacerlo, ya no queda más que apagar la luz y cerrar la puerta… de este hermoso país que algún día tuvo vista al mar… hoy tan contaminado…



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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