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La tristeza y alegría de ser latinoamericano

Lejos aún estamos del sueño bolivariano de Angostura de 1819: «América, que constituiría la mayor nación de la Tierra, no tanto por su extensión como por su libertad y su gloria». Sin embargo, no desesperemos. Nuestro continente celebrará en unos años más su independencia. Somos jóvenes, ricos, pacíficos, mestizos, creyentes, creativos y alegres.


Hoy no es cosa fácil ser latinoamericano y conciliar el sueño. Durante los últimos tres años, Venezuela ha recibido cien mil millones de dólares en exportaciones de crudo, pero la población es pobre y una huelga general tras otra han traído violencia social e inestabilidad política. Decidí escribir estas líneas a un imaginario lector sureño para realizar un alegato por un futuro mejor para nuestra región. Esta debiera ser preocupación central de los chilenos, pues sin América Latina no tiene futuro un país de apenas 15 millones de habitantes y cuya economía equivale al 0,17 por ciento del PIB estadounidense.



Bueno es partir por recordar que así como estamos, así nacimos. Que América Latina es hija del dolor. En nuestros héroes de 1810, vemos el precio de la libertad. Don José de San Martín murió en el exilio, doblemente viudo: de su mujer y de su Argentina. Su hija Mercedes lo salvó de la desesperación de una patria controlada por el tirano Rosas. Francisco de Miranda es sometido a prisión y muerte final en su tierra que soñó libre y murió contemplándola oprimida. Simón Bolívar terminó reclamando en contra de «Â… esos legisladores (Â…) nos van a conducir a la anarquía, y después a la tiranía, y siempre a la ruinaÂ…».



Don Bernardo O´Higgins se hizo enterrar descalzo, con un cinto blanco anudándole el hábito del penitente franciscano. Murió solo y exiliado en Lima. Los sacerdotes católicos Miguel Hidalgo y José María Morelos murieron igualmente incomprendidos. Fueron fusilados. Ellos que habían luchado por «Â… nuestra libertad, nuestras costumbres, todo lo que consideramos precioso y sagrado». Y así les había pagado. José Sucre murió asesinado tras Ayacucho. Atravesando la sierra, para simplemente lanzarse a los brazos de su amante, fue traicionado y asesinado.



Ciertamente que si hoy esos hombres se volvieran a reunir la tristeza seguiría cruzando sus rostros. ¿Sabrán ellos los amargos momentos que vive la patria grande, la latinoamericana? ¿Sabrán del 39 por ciento de hogares pobres -200 millones de personas- en la tierra que Pablo Neruda describió como de ríos arteriales y pampas planetarias? ¿Entenderían que los últimos veinte años América Latina se ha empequeñecido económicamente, con respecto ya no sólo a Europa y América del Norte, sino del sudeste asiático y Oceanía?



¿Sus semblantes esconderían el dolor de saber que más de un diez por ciento de argentinos, ecuatorianos, cubanos, mexicanos y salvadoreños viven fuera de sus países? ¿Y qué dirían de los 35 millones de hispanoparlantes que habitan en la tierra de Abraham Lincoln? ¿Sentirían el dolor del trasplantado: «volver no tiene sentido, tampoco vivir aquí?» ¿Se reirían al saber que la mayor producción de música ranchera se encuentra en Los Ángeles, California, donde habitan siete millones de latinos? ¿Miami, capital de América Latina?



¿Y qué opinarían al saber que los millones de mexicanos que habitan en Estados Unidos envían remesas por más de 9 mil 273 millones de dólares anuales a sus parientes que dejaron en la patria de Benito Juárez? ¿Qué dirían de la deuda externa, que de 16 mil millones en 1970 saltó a 750 mil millones el 2000? ¿Recordaría Don Bernardo el préstamo de Irisarri, que quebró la república? Deuda externa inagotable, pues ya ha sido tres veces pagada por nuestros angustiados Estados. ¿Que harían si supiesen que cada campesino o indígena latinoamericano nace con una deuda de mil 550 dólares, que equivale a sus ingresos de cinco a diez años?



¿Sabrían de los veinte mil muertos en Colombia por culpa del narcotráfico que utiliza 12 países de la región para la producción y/o traslado de la droga? ¿Y qué decir de los nueve millones de niños pobres en la Argentina, la de las pampas y riquezas planetarias?



Lejos aún estamos del sueño bolivariano de Angostura de 1819: «América, que constituiría la mayor nación de la Tierra, no tanto por su extensión como por su libertad y su gloria».



Sin embargo, no desesperemos. Nuestro continente celebrará en unos años más su independencia. Somos jóvenes, ricos, pacíficos, mestizos, creyentes, creativos y alegres.



Somos jóvenes si nos comparamos con algunas de las culturas europeas, asiáticas o africanas. Pero somos viejos como Estados Naciones. En 1947 no había más de una cincuentena de Estados independientes, muchos de ellos latinoamericanos. Hoy superan los 170 miembros de la ONU. Somos jóvenes culturalmente, pero con una gran historia y experiencia políticas.



Se nos muestra como países llenos de dictaduras caudillistas y asonadas militares. Sin embargo, somos pacíficos si se nos compara con europeos, rusos, chinos y estadounidenses. Cuando ellos se involucran en guerras los muertos suman decenas de millones.



Somos altamente inestables políticamente, pero mucho hemos aprendido. Parece que desde 1979, y a pesar de un ajuste económico tan injusto como ineficaz, hemos aprendido que los gobiernos malos y corruptos deben irse pero sin efusión de sangre ni golpe de estado. El 70 por ciento de los venezolanos reclama una salida constitucional a la crisis. Los argentinos cambian cuatro presidentes, pero sin botar su democracia.



Somos pobres si se nos compara con los países del norte, pero ricos si son los africanos y asiáticos los examinados. Además, sigue siendo cierto la imagen de nuestro subcontinente como un mendigo sentado sobre una montaña de riqueza. ¿Qué de riquezas en un continente que ya ha puesto atrás el analfabetismo y que se educa cada vez más?



Estamos culturalmente alienados. Sabemos más de la revolución francesa que de la mexicana. Nuestros profesores nos aconsejan aprender inglés. Sin embargo, la cultura y la economía latinoamericana no serían nada sin los cien millones de mexicanos y los más de 170 millones de brasileños (la octava economía mundial). El mundo no sería lo que es sin el tango argentino, sin la música brasileña y su fútbol que ha regalado alegría a miles de millones de seres humanos. Y que la vivencia compartida entre las distintas etnias y razas no deja impresionar al mundo entero. Esto es cultura de tolerancia. Que ya hay más de 200 mil licenciados y posgraduados mexicanos en Estados Unidos que empiezan a ser elegidos alcaldes y representantes. Ä„Aprendamos entonces portugués y bebamos de la cultura de nuestros hermanos!



Pobres, pero creyentes, pronto llegará un día en que de cada tres católicos, dos no habrán nacido en Europa. Y setenta y cinco millones de norteamericanos se declararán seguidores de Cristo a través de Pedro, Pablo y Roma. Y finalmente, en la tierra de Bartolomé de Las Casas y Fray Escoba, donde los pobres sufren tanto, pero siguen creyendo alegremente, la esperanza es posible pues aquí campesinos, indígenas y marginados no son canonizados por millones porque no lo necesitan.



He aquí mi destemplado alegato tras una noche de insomnio, producido por haber visto la tragedia venezolana relatada por CNN. El cerebro cansado ha puesto los errores e irracionalidades de esta columna, mas el corazón me ha guiado con dolorosa esperanza. Juzgue el lector del sur.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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