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Ernesto Cardenal: Poeta, sacerdote y ex sandinista

«Yo veo ahora la revolución como en el caso de Chiapas con Marcos. Más bien será pacífica. O lo que hace la juventud protestando contra la globalización. Ahora la revolución no necesita partido ni líderes. La veo más personal», nos decía Ernesto Cardenal.


El poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal estuvo hace poco en mi universidad norteamericana y tuve la suerte de estar varias horas a su lado: en un taller de poesía, en una lectura ante un público de estudiantes estadounidenses y luego en un restaurante japonés porque deseaba comer «sushi» y beber «sake».



«Yo veo ahora la revolución como en el caso de Chiapas con Marcos. Más bien será pacífica. O lo que hace la juventud protestando contra la globalización. Ahora la revolución no necesita partido ni líderes. La veo más personal. Pienso que debemos luchar por una globalización sin exclusiones. Pero la globalización también tiene su lado positivo porque ahora estamos más comunicados», nos decía.



También habló de la corrupción del partido sandinista en Nicaragua (que ahora monopoliza Daniel Ortega) pero Cardenal dijo que aún así él se sigue considerando revolucionario porque «sólo el amor es revolución».



Luego nos habló de su interés por el Cosmos (al leernos poemas de su Canto Cósmico. «El Universo nos rebela un Dios más grande. Sólo ahora sabemos que Dios es más de lo que nos imaginábamos porque de seguro hay otros seres inteligentes allá arriba, entre las millones y millones de galaxias», nos dijo.



Mientras lo escuchaba no pude dejar de recordar mi viaje a Nicaragua durante el penúltimo año del gobierno del presidente Arnoldo Alemán (1997-2002), desaforado por el Congreso debido a casos de corrupción y robo de millones de dólares que fueron a dar a sus bolsillos y a los de sus amigos personales. En mi viaje a Nicaragua conocí a Aarón.



Aarón tenía 11 años cuando en 1989 lo detuvo la policía sandinista. Era medianoche y venía saliendo de una fiesta en León. Al otro día lo pasó haciendo ejercicios en el cuartel («el primer día me hicieron correr en el patio del ejército para que estuviera en forma» me dijo). Luego le dieron un uniforme verde olivo, unas botas y un arma (una AK 47 de origen israelita) que apenas podía cargar.



Le dijeron que lo iban a enviar en unos días más a la guerra, allá en la montaña, cerca de Honduras, para parar a «la contra» (la contrarrevolución). Podría ser en Ocotal, Estelí, Somotillo o cerca de Palancagüina. Pero finalmente Aarón se quedó patrullando las calles de León no porque fuera tan joven sino porque ya estaban comenzando las negociaciones con «la contra» para acabar el conflicto.



Y así quizás se salvó de morir como miles de jóvenes murieron y otros quedaron mutilados (vi a muchos con piernas o brazos postizos en las calles de León, abandonados a su suerte, o algunos vendiendo boletos de lotería).



En Nicaragua hubo una guerra permanente de casi 10 años que al final dejó la impresión por todo el mundo de que la Revolución Sandinista (1979-1990) había sido totalmente en vano.



Actualmente el 75 al 80 por ciento de la población de Nicaragua es pobre (para la Naciones Unidas el nivel de pobreza es ganar 1 a 2 dólares diarios). Junto a Haití, son los dos países más pobres del Hemisferio Occidental. Andar por Nicaragua ahora es como caminar por el pasado. Como si fuera el de antes de 1979 cuando el país entero pertenecía a la familia Somoza que consideraba Nicaragua su propio feudo.



Casi todas las empresas y las mejores tierras eran de los Somozas. Hasta de esa familia era un «Instituto» para vender plasma al extranjero cuya sangre era de gente indigente y a quienes les pagaban centavos por su «donación». Pero a partir de 1979, con el triunfo de la Revolución Sandinista, Nicaragua parecía que iba a terminar con esa larga noche negra que cubrió al país por décadas.



A partir de 1979 parecía entrar en otro futuro. Con más justicia para las mayorías explotadas y empobrecidas. Pero como escribió recientemente Sergio Ramírez, uno de los líderes (fue Vicepresidente) y testigos oculares directos más autorizados del sandinismo, en su desgarrador libro, Adiós Muchachos (Memorias de la Revolución Sandinista) [1999], resultó que el sueño aquel jamás se logró. Lo único positivo que dejó el sandinismo, dice Ramírez, fue una democracia que jamás había existido en Nicaragua durante la larga dinastía de los Somoza.



Aarón tiene ahora 23 años. Gana 115 dólares al mes pero sin ninguna cobertura médica. Recién su esposa, de la misma edad, perdió el trabajo en una compañía privada donde ganaba 117 dólares mensuales. Tienen un hijo de dos años. El arriendo de una casa modesta les cuesta 50 dólares al mes y les sobra 65 dólares para comer, vestirse, pagar la salud, etc. No tienen dinero para gastar en ninguna entretención a no ser que sea gratis. Comprar el periódico es casi un lujo. Un libro cuesta cerca de 12 dólares.



Poca gente o casi nadie (excepto extranjeros) se ve leyendo en la plaza de León y no existen los quioscos de diarios tan típicos de otras ciudades latinoamericanas. Así que en términos educativos, Nicaragua ha vuelto al pasado dentro del sistema salvaje que es allí el neoliberalismo.



Dicen que si a Nicaragua no estuvieran llegando la ONG (Organizaciones no gubernamentales), principalmente extranjeras (Alemania, Italia, España, Suecia, Estados Unidos, etc), no sólo sería el más pobre de Occidente sino una tierra de mendigos medievales que sumaría casi el total de su población.



Muchos me decían: «no es que el país sea pobre sino que lo han empobrecido». Actualmente una de las mayores entradas de dinero al país provine de casi medio millón de migrantes nicaragüenses que trabajan ilegalmente en Costa Rica.



Aarón me contó que trabajó por tres años en una «maquiladora» en Managua. Casi toda América Central -llamado ahora el «corredor económico del Atlántico» junto al otro del Pacífico (México)- está llenándose de esas industrias manufactureras extranjeras: Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica. En ese territorio privado cerca de Managua hay 19 compañías (o más) que pertenecen a transnacionales de países como Japón o Estados Unidos entre otros países.



En 1997 esas exportaciones alcanzaron 250 millones de dólares. Ninguna ganancia queda en esos países centroamericanos sino que toda va dar a esas compañías extranjeras que operan en esa «zona libre». Los productos son generalmente ropa que en Estados Unidos costaría -unos jeans, por ejemplo- 50 dólares el par y que en la maquiladora costó 6 dólares más o menos producirlo. Cada trabajador en la maquiladora gana máximo 60 centavos de dólar la hora y nadie tiene seguro de salud ni tampoco derecho a formar ningún sindicato.



Aarón trabajaba todo el día poniendo una tintura a los blue-jeans que luego iban a ser vendidos en los miles de Mall de los países del Primer Mundo porque en Nicaragua ninguno de esos productos se queda en el país (además ¿quién compraría en León unos jeans por 50 dólares?). Estados Unidos ha indicado que para el año 2005 espera que el sistema de maquila se aumente a nivel global.



A Aarón lo despidieron por comenzar a protestar e intentar formar un pequeño sindicato. También me contó que la mayoría de los que trabajan en las maquiladoras son mujeres jóvenes y que antes de comenzar a trabajar allí deben tomar un test de sangre para demostrar que no están embarazadas. La razón de por qué contratan más a mujeres en las «maquiladoras» es porque la mujer tiende a no crear conflictos laborales ni organizar sindicatos.



Por las carreteras de Nicaragua vi grandes carteles mandados a poner por el entonces presidente Alemán que decían : «En la zona franca hay trabajo.» Como se sabe, «la zona franca» es el territorio de las «maquiladoras».



Dicen que Alemán aumentó en 4 años de gobierno su cuenta bancaria personal de 300 mil a 50 millones de dólares (en cambio la deuda externa de Nicaragua asciende a 6 mil millones de dólares o más). Por eso que en estos momentos se lo ha desaforado para investigarlo por corrupción, juicio iniciado bajo el reciente nuevo presidente Enrique Bolaños (2002-2007) quien fuera el vicepresidente bajo Alemán.



El desaliento que nos manifestó Ernesto Cardenal sobre el fracaso de la Revolución Sandinista -pero conservando el poeta y el sacerdote su aún viva utopía revolucionaria- es muy parecido a lo que escribió el escritor Sergio Ramírez en Adiós muchachos.



Por ejemplo al referirse a la joven guerrillera sandinista Idania Fernández, quien dejó su familia y a su hija de cuatro años para irse a luchar contra la dictadura de Somoza y perdió la vida, dijo: «Ella no dio su vida en vano. Lo hizo por su impulso del corazón, por su amor sin egoísmo, y puso el bienestar de los demás por encima de su propia vida. Y no importan los resultados, importa su ideal».



Eso es todo lo que pensaba a partir de la historia de Aarón mientras escuchaba a Ernesto Cardenal en su paso por Estados Unidos y quien una vez fuera el Ministro de Cultura de la entonces esperanzada Revolución Sandinista.



* Javier Campos es escritor y académico chileno en EE.UU.



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