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El síndrome Cárdenas


La Concertación vive el Síndrome Cárdenas. Ese zapatero que se ganó el premio más grande que se haya pagado en un juego de azar y que malgastó en cualquier cosa, entre ellas entregando su fortuna al grupo La Familia, que en corto tiempo quebró y lo dejó en la calle. Cárdenas volvió a su antiguo oficio y comenzó a dar consejos a los nuevos ganadores acerca sobre lo que no deben hacer con el premio.



La Concertación parece estar en el camino del zapatero Cárdenas. Crecimiento económico a pesar de la crisis mundial, paz social, estabilidad institucional y una tremenda imagen internacional que le permite cerrar acuerdos económicos casi simultáneos con la Unión Europea, Corea del Sur y Estados Unidos. Pero este capital no le basta al conglomerado oficialista, para mantener su cohesión política.



Visto desde fuera parece incomprensible. Hace pocos días un parlamentario extranjero me preguntaba cuál es la razón por la cual la Concertación no quiere seguir gobernando. Por qué un gobierno tan exitoso se atora con pequeñas dificultades. Por qué sus parlamentarios desatan tal carnicería política cuando todos tienen, en mayor o menor medida, asegurado un puesto en la política.



La única explicación posible es que el principio del orden está roto y el principal interesado, La Moneda, de política sabe poco o nada. Todo sistema político tiene un orden, funciona bajo una lógica y si ella falla o no es correctamente interpretada, las cosas empiezan a dar tumbos y se enredan. Eso le ocurre a la Concertación. Su principal instrumento de poder político, el gobierno, sufre de asintonía crónica.



El principio básico del actual sistema en Chile es que el gobierno es presidencialista y, por lo tanto, se necesita de un Presidente que actúe en política. Si al Presidente le carga la política o los partidos políticos, no le gusta operar con ellos y en ellos, no reconoce sus correlaciones de fuerza o no usa su poder para influir en su orientación, el problema es complicado. Ningún asesor o funcionario puede reemplazar al Presidente en esta materia.



Lo que no puede hacer un presidente o un gobierno es responder un problema con una encuesta, y a base de ella tomar distancia de sus aliados. Pública o privadamente, el Presidente no puede prescindir de la política ni de los partidos que lo sustentan. Si no le gusta, busque alguien que lo haga por él, y no se rodee de gente que es incapaz de contradecirle o manifestarle una opinión diferente.



Segundo. El Presidente gobierna con su equipo de gobierno que son sus ministros, y éste debe reflejar un justo equilibrio entre lo técnico y lo político. Ningún asesor puede, bajo el principio de la responsabilidad pública, ser más que un ministro, al menos en público. Si el gabinete no se lleva bien con los asesores pues que el Presidente coloque en el puesto de ministro al asesor correspondiente.



Cuando los asesores ocupan demasiada prensa el perfil del Presidente aparece como irresoluto. Pero además, si un gabinete, aún siendo bueno para sacar las tareas, mete ruido político y crea problemas porque no representa las correlaciones de fuerza, está descompensado y hay que cambiarlo. Eso ha pasado con la DC que lleva un año esperando un gesto de respeto por parte de La Moneda. Independientemente de lo que hace Adolfo Zaldívar, quien siempre le da una vuelta de más a la tuerca.



Tercero. El orden parlamentario es de grandes bloques con pequeñas mayorías, lo que obliga a una fluida relación con los partidos políticos, fundamentalmente los propios para poder llevar adelante las iniciativas gubernamentales. A pesar que el Ejecutivo tiene fuertes potestades reglamentarias, el actual no es un gobierno que las pueda usar libremente porque está bajo el acoso de la prensa de derecha.



Por lo tanto, está obligado frente a cada iniciativa a cabildear, consultar y construir consensos prelegislativos. Y hacerlo con cuidado, pues importa mucho el orden parlamentario y la conservación de las mayorías cuando se tienen. Hay que reconocer que el gobierno tiene una baja capacidad de consulta y diálogo. Le encanta mandar leyes al Congreso y después no sabe qué hacer con ellas.



Si parte del arte de la política es sumar fuerzas y construir mayorías, y ello está exacerbado en nuestro sistema, resulta inexplicable esta especie de alborozo concertacionista que ha producido la renuncia del senador Avila al PPD. Cierto es que el senador no se caracteriza por ser un constructor de instituciones, pero es una voz progresista y de público reconocimiento entre la ciudadanía.



La actitud del gobierno y de sus partidos ha sido excluyente y poco democrática, y no sólo se ha perdido la mayoría en el Senado sino parte de la diversidad de la Concertación y es un golpe que se va a sentir con el tiempo.



Un último punto. El realismo político es un elemento obligado para cualquier gobierno. Entonces, éste debe reconocer que la Concertación hace rato que dejó se ser una coalición político programática con un líder natural, para pasar a ser una alianza electoral de partidos en el gobierno, cuya conducción la ejerce el Presidente. Si el Presidente se niega a intervenir hasta en su propio partido y se conduce como si no tuviera coalición detrás, se pierde uno de sus principales instrumentos de poder político.



Este es un elemento central de la coyuntura, pues la Concertación no se va a reconstituir al margen del gobierno y sin responder dos problemas esenciales: Cuál va a ser el sistema de relaciones entre la coalición y La Moneda y cuál va a haber entre los partidos que la componen.





*Cientista político y analista internacional

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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