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El año de la bipolaridad

Me sorprende la tozudez de la Concertación, porque en definitiva los éxitos del gobierno han estado todos, sin excepción, vinculados a los principios de una sociedad sustentada en el libre mercado y en el estímulo a la inversión privada.


Mientras el gobierno iniciaba el 2002 con el anuncio de la Agenda Procrecimiento acordada con la Sofofa, el año de la Concertación se inauguraba con el histórico «Grito de Aguiló». La bipolaridad quedó entonces más clara que nunca: el Presidente Lagos daba un firme paso adelante para focalizar su gestión hacia la reactivación económica del país, y sus aliados se rebelaban, enojados y desilusionados con el pragmatismo y los atisbos de eficiencia de su gobierno.



Aguiló fue consecuente, ni a él ni a ninguno de sus correligionarios les ha gustado que, en detrimento de las ideas matrices del socialismo, el gobierno se haya tentado con una política socioeconómica que a juicio de la Concertación representa el emblema de la derecha. Bajo su característica óptica romántica, la izquierda aplaudiría a un Lagos materializando la gran promesa igualitaria: intervencionismo estatal, medidas económicas basadas en la desconfianza hacia los empresarios; aumento del gasto fiscal; y la promoción y financiamiento con recursos públicos de todo aquello que demostrara una seudoapertura cultural y la imposición de un determinado modelo de sociedad.



Me sorprende la tozudez de la Concertación, porque en definitiva los éxitos del gobierno han estado todos, sin excepción, vinculados a los principios de una sociedad sustentada en el libre mercado y en el estímulo a la inversión privada: tres tratados de libre comercio, dos de ellos con las más poderosas economías mundiales; el programa de concesiones en obras públicas; la internacionalización de la banca; la privatización de servicios públicos. Y un hecho no menor, la categórica afirmación del Ministro de Hacienda, en pos de la credibilidad y el prestigio del país ante los ojos del mundo, de no sumar «ni un peso más» al gasto fiscal, dadas las modestas expectativas de crecimiento para el 2003.



En cambio en aquellas materias en las que el gobierno ha cedido a la presión de sus partidos políticos y ha puesto en práctica sus slogans ideológicos, sólo ha cosechado fracasos. Insistió en una ley laboral que mantiene sin trabajo a 600 mil chilenos; promulgó una reforma tributaria (que para disimular llamó «de evasión tributaria»), paralizando la generación de iniciativas comerciales; ha postergado inexplicablemente las medidas para fomentar la inversión y revertir el endeudamiento de la pequeña y mediana empresa; y, cediendo a las amenazas de la CUT, se ha abstenido de impulsar normas de flexibilidad laboral.



La lógica socialista ha permitido que los fracasos del gobierno sumen y sigan en otras áreas: continuó con el criterio del cuoteo político para designar sus cargos de confianza, contribuyendo al desprestigio de la actividad pública; no pudo resistir la tentación de manipular los índices de delincuencia, optando por ocultar la realidad en perjuicio de la seguridad de los chilenos; generó un escenario de cuestionamiento a la gestión de Lavín, otorgándole la mejor de las oportunidades para demostrar sus talentos y aumentar su popularidad en las encuestas. En fin, la lista es larga.



La conclusión puede resultar paradójica, pero nos parece más sano acogerla como una lección que puede salvar a Chile de la oscura realidad que vive el resto de Latinoamérica. El gobierno cosecha éxitos cuando piensa y actúa bajo principios en los que definitivamente no cree, pero le son impuestos por la natural presión que ejercen las economías mundiales en un país como el nuestro; y enfrenta estrepitosos fracasos cuando, temeroso de la «acción depredadora del capitalismo», materializa aquellas ideas que han inspirado a la Concertación desde sus inicios.



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