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Crisis de adultez


La expulsión del senador Nelson Ávila del PPD puede ser, según algunos, el hito que marque el paso a la edad adulta de esa colectividad. Eso, claro, si se entiende la edad adulta el asimilarse a los partidos tradicionales, con sus exigencias de disciplina, sus estatutos, la imposición de línea doctrinaria y de aparato.



La edad adulta del PPD será, entonces, el fin de la idea original de ese partido, y que suponía sus fortalezas y debilidades: un gran conglomerado donde más valía la ciudadanía que la militancia, en que no había férreos lineamientos doctrinarios y donde los adherentes hacían uso de una libertad inexistente en otras colectividades. Si muchos de los que ayudaron a inscribir al PPD -nacido, no olvidemos, como «partido instrumental» para supervisar el plebiscito de 1988- se fueron alejando progresivamente en la medida en que éste se fue pareciendo cada vez más a una núcleo político típico, ahora es más seguro de que no regresen.



Tal vez, precisamente, la gran falla del PPD fue no permanecer como nació, en esa flexibilidad que toleraba tanto y que, por los rigores de la política, se fue endureciendo en la misma medida en que el poder estaba servido sobre la mesa y los personajes de siempre vieron que desde ese asiento podían participar del festín.



Por eso, por lo del festín, es que hay que concederle el mérito a Nelson Ávila de dar el paso al lado cuando se está en el poder. No resulta común. El senador ha dejado el paraguas acogedor del oficialismo -sin pasarse a la oposición de derecha- y ha salido al descampado, bajo la lluvia; en este caso lluvia de descalificaciones.



Hay que reconocer que no debiera quejarse demasiado, porque el propio Ávila ha sido afilado a la hora de las polémicas. Pero hay una cosa despreciable cuando todos, en patota y montonera, se unen para agarrar a peñascazos al solitario que decide abandonar el tolderío.



Ambos, el PPD y Ávila, están ahora ante el desafío de responder a las expectativas que han generado.



El PPD, por de pronto, deberá definir su doctrina. El peligro es que en su articulación pierda la libertad de que hacía gala y no asuma que, hoy por hoy, la política pasa cada vez menos por los partidos en su versión tradicional. Pero, por otro lado, puede acertar y llenar un vacío ostensible al menos en el mundo de la Concertación.



El senador, por su parte, tendrá que mostrar que lo díscolo de su carácter, un elemento positivo de su perfil, puede ser un elemento aglutinador, pero acompañado de propuestas. En ese doble camino, por qué no, incluso es posible que ambos vuelvan a reencontrarse. Si lo hacen, es porque tanto el PPD como el propio Ávila habrán cambiado.



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