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Chile y la seducción del PowellPoint

Las palabras de Powell, sin embargo, agradan al gobierno chileno y su portavoz se declara «complacido» por ellas. ¿A qué vienen estas declaraciones de Powell, que en La Moneda se oyen tan seductoras? ¿Algún interés norteamericano en el resultado del Festival de Viña? ¿Querrán adjudicarse alguna obra pública? ¿Deseará Powell que se le renueve alguna planta de revisión técnica?


Dice Colin Powell, el secretario de Estado de Estados Unidos, que no se siente orgulloso del papel jugado por su país en el derrocamiento de Salvador Allende. Cito textual lo dicho por mister Powell en la televisión de su país el jueves pasado: «Sobre lo que ocurrió con el señor Allende, no es una parte de la historia estadounidense de la que estemos orgullosos. Ahora tenemos una manera más responsable de tratar estas cuestiones». Je.



Ya se sabe que Powell es el inventor del PowellPoint, un programa informático de presentaciones gráficas y diapositivas para reuniones del Consejo de Seguridad de la ONU destinadas a demostrar lo indemostrable, como que Sadam Husein y Osama bin Laden son compadres y van juntos a misa. Franceses, alemanes, chinos y rusos han demostrado que son inmunes al influjo del PowellPoint, que no les convence fácilmente. Y el sueco Hans Blix, jefe de los inspectores de la ONU, se ha tomado la libertad de desmentir a Powell en su informe sobre el cumplimiento por parte de Irak de la resolución 1.441. Doble je.



Las palabras de Powell, sin embargo, agradan al gobierno chileno y su portavoz se declara «complacido» por ellas. ¿A qué vienen estas declaraciones de Powell, que en La Moneda se oyen tan seductoras? ¿Algún interés norteamericano en el resultado del Festival de Viña? ¿Querrán adjudicarse alguna obra pública? ¿Deseará Powell que se le renueve alguna planta de revisión técnica? Nada de eso.



Simplemente, ocurre que Chile forma parte de los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y su voto cuenta igual que el de Alemania, por ejemplo, a la hora de calibrar si hay que destruir Irak para obligarle a convertirse en una democracia al estilo occidental desalojando del poder al megalómano Sadam.



EEUU es un país donde todo se negocia. Saben que tarde o temprano, Francia o Alemania tendrán que ceder en la ONU a sus pretensiones bélicas y petroleras a cambio de lo que sea. Con China han pactado en innumerables ocasiones y con Rusia han cambiado una guerra en Afganistán por el silencio respecto a lo que Vladimir Putin ha estado haciendo en Chechenia. Turquía, por ejemplo, un aliado tradicional, ahora se ha puesto peleón y en vez de alquilarles su país para atacar Irak por 26.000 millones de dólares está pidiendo 30.000 millones. Y ahí está Powell regateando.



Para convencer a los miembros africanos del Consejo -Camerún y Guinea- de cómo deben votar en futuras reuniones, Washington ha mandado esta misma semana a un enviado especial con un maletín lleno de millones de dólares. A comprar votos, claro.



¿Y a Chile? Pues a Chile le han dado una declaración de arrepentimiento y buenas costumbres por la televisión. Triple je.



Las palabras de Powell, sin embargo, son dignas de análisis. Asegura que ahora tienen una «manera más responsable» de derrocar a los jefes de Estado rivales. ¿Se referirá a bombas inteligentes, gérmenes patógenos y otras armas secretas? ¿Se referirá a la creciente tentación hacia el unilateralismo que se aprecia en la Casa Blanca?



Paulo Coelho afirmaba la semana pasada que para cumplir su deber, los inspectores deberían ir a ver a Bush para que les revelara exactamente dónde están las armas secretas de Sadam. Y si no las encuentran deberían volver una y otra vez y, por último, hacerle una inspección al propio Bush con un siquiatra freudiano capaz de descubrir si Bush tiene algún problema con la imagen de su padre. Je por cuatro.



El escritor brasileño cae en esa visión extravagante que dice que George Bush hijo quiere completar la guerra que su padre abortó prematuramente. Lo cierto es que mientras más se conoce al hijo, más se aprecia al padre. George Bush padre fue el primero en hablar del «Nuevo Orden Mundial» tras la caída del Muro de Berlín y uno de los escasísimos presidentes de EEUU que buscó, sistemáticamente, el amparo de la ONU para su política exterior. Casi fue un «fanático» del multilaterismo, bien es verdad que en un mundo donde el conflicto ideológico había desaparecido y el veto mutuo -asegurado entre EEUU y la URSS- en el Consejo de Seguridad había pasado a la historia. Pero George Bush padre forjó una amplia coalición para desalojar a Sadam de Kuwait, obtuvo todos los permisos de la ONU y hasta fue capaz de percibir que sin una solución realista del problema palestino, el mundo árabe seguiría siendo un vivero de enemigos para su país.



El hijo de Bush, en cambio, es un señor que es capaz de afirmar en plena campaña electoral que «cada vez un mayor número de nuestras importaciones vienen del exterior» o que se queda tan ancho cuando dice que «una de las mejores cosas de los libros es que a veces traen fotos magníficas». O asegura muy serio que «sé que los seres humanos y los peces pueden coexistir pacíficamente».



Ante eso, como bien hace Coelho, más vale que esbocemos media sonrisa por no ponernos a llorar. Quíntuple je.



Lo que no se entiende en esta triste comedia que en cualquier momento puede derivar en tragedia es el papel de Colin Powell que en la primera Guerra del Golfo fue un general brillante; el militar que llevó a Norman Schwarzkopf a la victoria de la misma manera que George Marshall condujo a Dwight Eisenhower por Europa en la II Guerra Mundial.



Ahora, el Powell de la Administración de Bush hijo es un triste remedo del gran jefe de Estado Mayor que fue hace doce años y se ha amoldado perfectamente a las limitaciones de un gobierno mediocre.



Hace poco un periodista le comentó al secretario de Estado que el presidente Bush había declarado que era capaz de dormir como un niño a pesar de los graves problemas de EEUU y del mundo.



-¿Y usted también duerme como un niño?- le preguntó el informador al secretario de Estado.



-Sí, contestó Powell antes de soltar un destello de ironía-. Duermo como un niño. Me despierto cada dos horas dando gritos.



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