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El soldado norteamericano y una foto famosa


Este 22 de diciembre un joven soldado norteamericano de 22 años, Steven Checo, originario de Queens, Nueva York, fue muerto en Afganistán en una emboscada realizada por un pequeño grupo de guerrilleros talibanes y del grupo terrorista Al Queda, según transmitió CNN a todo el mundo.



Desde la invasión de EEUU a Afganistán, en diciembre de 2001, las bajas norteamericanas no superan la veintena de soldados. Los medios norteamericanos, y justo en los días de Navidad, destacaron la noticia de aquel muchacho tan joven, guapo, que dio su vida por la lucha contra el terrorismo. Un amigo de Checo dijo: «Ese es un gran precio que tenemos que pagar por lo que nos hicieron con las Torres Gemelas».



En cambio poco se dice en las noticias de los canales norteamericanos que durante 23 años de guerra en Afganistán, incluida la invasión soviética y la presencia de los talibanes, hubo un millón y medio de muertos y tres millones y medio de refugiados. Y esa es la historia de Afganistán en el último cuarto del siglo. No hay ninguna familia afgana que no haya sufrido directamente el dolor de esa guerra.



La prematura interrupción de la juventud del soldado norteamericano me hizo recordar la historia de una muchacha de Afganistán llamada Sharbat Gula. Ella debe tener, ahora, cerca de 30 años. La vida difícil le consumió la juventud rápidamente. Su piel parece tan áspera como el cuero. Perdió rápidamente la suavidad y la frescura que en otras partes del mundo, a esa misma edad, aún permanece y se conservará por muchos años más.



Sharbat era una niña cuando su país fue invadido por los soviéticos. Una destrucción avasalladora aniquiló pueblos enteros al igual que a ella. Solo tenía 6 años cuando las bombas soviéticas mataron a sus padres. Desde esa edad vivió en campos de refugiados en la frontera norte con Pakistán. La primera vez que la fotografiaron tenía 12 años. Su nombre -Sharbat Gula- en la lengua Pashto significa «dulces flores».



Sharbat Gula a los 12 años (en 1984), y a los 31 años (en enero de 2002). Foto tomada por Steve McCurry del National Geographic.




Steve McCurry, fotógrafo del National Geographic, fue quien le sacó varias fotografías en la escuelita donde estaba Sharbat. Lugar que funcionaba en el campamento de refugiados Nasir Barh en Pakistán. Eso fue en el invierno (junio) de 1984. Al año siguiente MacCurry eligió una sola foto de Sharbat de las tantas que le tomó. Fue reproducida en la portada de aquella revista de mayor difusión en el mundo (la revista tiene 114 años de existencia).



El rostro de la hermosa niña de Afganistán desde ese momento se hizo instantáneamente tan popular como enigmática. Toda su belleza y la tragedia que había detrás de su rostro sigue siendo hasta ahora un cuadro-foto que muchos han comparado (pero siempre desde la perspectiva occidental y europeizante) al rostro de la «Mona Lisa» de Leonardo Da Vinci o al de las madonas de Botticelli.



Hay gente por el mundo que ha puesto aquella fotografía en su cuarto o en la pared de su lugar de trabajo porque mirarla siempre impacta a causa de sus múltiples mensajes que provoca su rostro.



El semblante de aquella niña parecía revelar la tragedia de aquel país agobiado por la invasión soviética en los 80. Ella había nacido en el país con el más alto índice de mortalidad infantil. La brutal guerra hizo retroceder a Afganistán a los momentos más oscuros y miserables de la Edad Media europea. Y más aún con la llegada de los talibanes en los 90 que impondrían la esclavitud total a la mujer partiendo por la obligación de cubrirse el rostro y la prohibición de asistir a ninguna escuela ni menos pensar en una profesión.



Por eso la fotografía de Sharbat es un testamento al milagro de sobrevivencia de aquella niña. Como si su belleza infantil hubiera sobrepasado el infierno de lo que fue la invasión soviética y luego la opresión del gobierno fundamentalista talibanes.



El rostro de Sharbat se convierte en universal cuando sabemos que en todo el Tercer Mundo hay ejemplos semejantes a la niña de Afganistán. Sea este el occidente o el lejano oriente. En Guatemala, en la Argentina de hoy, en India, Nicaragua, África, El Salvador, México, Haití, Perú, Bolivia, Chile, también hay rostros parecidos. Hermosos niños y niñas que el tiempo y la vida de privaciones (a causa de una permanente guerra civil o la corrupción de sus gobernantes) los convertirán muy pronto en seres raquíticos. Envejecidos prematuramente. O morirán de hambre antes de llegar a la adolescencia.



Por eso la foto tomada a Sharbat 18 años después, en enero de 2002, cuando el fotógrafo McCurry hizo lo imposible por encontrarla, recorriendo pueblos y preguntando de boca en boca si conocían a esta niña, es igualmente significativa como la tomada a sus 12 años. La encontró de nuevo en una aldea de Afganistán. Tenía ahora 29 o 31 años y ya había dado a luz a cuatro niños (se casó a los 16 ).



La nueva foto la muestra más envejecida que una persona de la misma edad que vive en alguna otra parte del mundo sin haber pasado por la experiencia de Afganistán ni otras parecidas en las regiones del Tercer Mundo. Sus brillantes ojos verdes de los 12 años perdieron el esplendor rápidamente.



Cuando fue fotografiada en enero de 2002 no sólo reflejaba una existencia dura, sino el asombro de descubrirse ante otros. Fue como abrir una puerta sellada con cadenas y gruesos candados donde se encerró desde la infancia algo precioso por muchos años. Como su mismo nombre que irónicamente significa «dulces flores».



Es injusto morir a los 22 años, y dos días antes de Navidad, aun cuando sea un soldado bajo un «propósito civilizador» como desea el gobierno de George W. Bush. También es injusto que a millones de seres humanos le arranquen de raíz la juventud como le ocurrió a Sharbat Gula en Afganistán.



* Javier Campos es escritor y académico chileno en EE.UU.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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